El África que viene en 2017

Fisherman boats in front of Kivukoni fish market with Port control tower and Skyscrapers Behind, Dar Es Salaam, Tanzania

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Entramos en un nuevo año que como denominador común quizás pueda decirse que será una época de incertidumbre para la democracia. Las señales, algunas difusas, apuntan hacia un autoritarismo creciente en lugares como Rusia, Turquía, Egipto y Etiopía. Estados Unidos eligió a Donald Trump como su nuevo presidente quien ha envalentonado a las fuerzas supremacistas blancas y cuyos tatuajes mentales incorporan una xenofobia alarmante. De paso, el líder en la Casa Blanca pretende, o al menos interpreta bien su papel, modificar algunas de las reglas actuales del orden mundial.

Las fuerzas de ultraderecha están ganando una posición alarmante en Francia, Alemania, Gran Bretaña, Bélgica o Austria. Pero también es importante destacar que no todos los caminos apuntan hacia la recesión democrática. Y esto es particularmente cierto en África. Un informe del Afrobarómetro de noviembre pasado revelaba que la demanda de la democracia en el continente sigue siendo superior a la de hace una década.

África está en medio de una revolución demográfica y la población grita cambios en muchos ámbitos. Evidente. Como en el plano urbanístico y que a menudo se pasa por alto y tan necesario para entender las dinámicas en las ciudades africanas. Junto con Asia, es la región con una tasa de urbanización más rápida del mundo. Para 2050, según el World Urbanization Prospects 2014, se calcula que un 56 por ciento será urbano. Estas aglomeraciones necesitarán una planificación sosegada al tiempo que urgente: sanidad, educación, infraestructuras, acceso a la electricidad, agua potable o Internet. Pero más allá de perspectivas a largo plazo, hemos tratado de sintetizar cuáles pueden ser los temas candentes políticos, sociales y económicos en el continente durante este 2017.

 
1. Tensiones no resueltas

El 2016 ha sido un año especialmente severo e implacable para el continente con titulares que tendrán sus correspondientes puntos suspensivos en el 2017. En Burundi, la consolidación del régimen de Pierre Nkurunziza en medio de advertencias de genocidio. En las montañas de Nuba, en Sudán, la guerra civil continúa invisibilizada, excepto por sus autores y sus víctimas. En Sudán del Sur, el colapso de un defectuoso acuerdo de paz, con una nueva erupción de la violencia y otra advertencia de Naciones Unidas de posible genocidio contra la población nuer. En la República Democrática de Congo, manifestantes pacíficos se enfrentaban contra el aparato de poder de un presidente, Joseph Kabila, que no sabe cuándo es el momento de claudicar y convocar unas elecciones. Su mandato expiraba el 19 de diciembre de 2016, pero se ha retrasado. El ultimátum internacional a Kabila es aplazarlo, como máximo, hasta abril de 2018.

En Etiopía, la viciosa represión contra los manifestantes oromos y amharas ha dejado al descubierto la sangrienta verdad de un estado de desarrollo próspero a costa de la mayoría. En Mozambique, el gobierno del FRELIMO ha desperdiciado su bonanza de gas en la compra de una flota de barcos de pesca de atún oxidados y mantiene su pulso con las fuerzas de la RENAMO, el principal partido de la oposición. Este conflicto todavía abierto –recrudecido en el último año con secuestros y asesinatos selectivos a líderes políticos o incluso a jueces y abogados–, socava la paz y la reconciliación final entre los mozambiqueños. En Zimbabue, la escasez de efectivo es tan aguda que el Banco de la Reserva ha inventado una extraña pseudo moneda para resolverlo, aumentando el espectro de una épica hiperinflación.

El 2016 ha puesto de manifiesto que el crecimiento económico es un magnífico camuflaje para las malas gestiones de los gobiernos porque el dinero extra chapotea entre las grietas. Pero cuando ese crecimiento se desacelera, las fisuras son visibles. Las fracturas ya no se pueden ocultar. La población se cansa de esperar a que su vida cambie. Una dinámica que explicaría que resurja la violencia en el delta del Níger o del repentino abandono de políticos y activistas de la retórica de la reconciliación en Sudáfrica; ahora el foco es la desigualdad de la riqueza y la redistribución de la tierra. Pan para hoy.


2. La ¿nueva? Unión Africana

Vista general de la sede de la Unión Africana en Adís Abeba. Foto: Getty Images.

Entre el 20 y el 30 de enero solo diez días separarán la investidura de Donald Trump, en los Estados Unidos, de la elección del nuevo o nueva presidente de la Comisión de la Unión Africana (UA). Cinco son los candidatos declarados: Pelonomi Venson-Moitoi (Botsuana), Agapito Mba Mokuy (Guinea Ecuatorial), Amina Mohamed (Kenia), Abdoulaye Bathily (Senegal), y Moussa Faki Mahamat (Chad). La lucha de poderes señala que se establecerá un eje Rabat-Dakar para intentar expulsar de la UA a la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) bajo el apoyo del candidato senegalés. Mientras, el otro bloque liderado por Argelia y sus aliados –principalmente Sudáfrica– buscarán que la RASD permanezca apostando por la candidatura de la keniana o el chadiano. Entre las decisiones estructurales cuatro son los puntos a tener en cuenta en la nueva etapa: El caso saharaui tras la entrada o no de Marruecos en la UA; la reforma de la financiación de la institución para no depender de la ayuda exterior; el rol de árbitro en las elecciones del continente; y el de garantizar la seguridad de la población africana con el envío de fuerzas armadas.


3. Elecciones decisivas

Liberia. La crisis del ébola, que se declaró en 2014, ha afectado de forma transversal a la economía del país: cosechas abandonadas, un sistema frágil de salud, y falta de inversión extranjera. En octubre está previsto que tengan lugar los comicios para sustituir a Ellen Johnson Sirleaf al frente del país desde 2005. Dos serán las candidaturas fuertes: por un lado, la de Joseph Boakai, actual vicepresidente y miembro del Unity Party (UP); por otro lado, la de George Weah, del partido Congress for Democratic Change (CDC) y actual senador en el condado de Montserrado, que incluye a la capital Monrovia. Tanto Boakai como Weah, quien ha sido hasta el momento el único africano en ganar el prestigioso Balón de Oro de la FIFA al mejor futbolista del mundo, tendrán que hacer frente a un acontecimiento delicado: la retirada completa a inicios de junio, y después de 13 años, de las tropas de la Misión de Naciones Unidas en Liberia (Minul). Sin duda, una prueba de hierro para comprobar si el país está preparado para unas elecciones libres, abiertas y democráticas.

Kenia. La actual tensión política hace tener muy presente la violencia pos electoral que sufrió el país entre 2007-2008 en la que perecieron más de 1.200 personas y cerca de 600.000 fueron desplazados. Convocadas para el 8 de agosto, tanto el actual presidente, Uhuru Kenyatta, del partido Jubilee, como el principal líder de la oposición, Raila Odinga, de la coalición CORD –y quien optará por cuarta vez al sillón presidencial–, se enfrentan a tres patatas calientes: la corrupción, las luchas por el control de la tierra en las zonas centrales del país y la inseguridad provocada por el grupo terrorista somalí Al Shabab. Kenia mantiene 4.000 soldados en Somalia, en el seno de la misión de la ONU (AMISOM) con el fin de apoyar a la lucha antiterrorista del gobierno vecino. No obstante, la inestabilidad de la frontera norte keniana y también la fluctuación del precio del barril de petróleo puede hacer tambalear al líder regional de África del Este que espera en verano comenzar la exportación de crudo desde la región del Turkana.

Ilustración por Sebastián Ruiz-Cabrera.

Angola. A inicios de diciembre una noticia copaba los titulares: José Eduardo dos Santos, actual presidente del país, dejaría el cargo antes de la elección presidencial en agosto después de 37 años en el poder. Es difícil ocultar la importancia de este anuncio. Pero el líder del Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA) se ha apresurado a ungir a un sucesor como su candidato favorito: el ministro de Defensa, João Lourenço. Dada la naturaleza del sistema político angolano, en la que el MPLA goza de una mayoría casi inexpugnable, esto significa que Lourenço, un veterano del partido, será el próximo presidente. Como claves antes de la marcha del hasta ahora líder más longevo del continente africano, dos Santos se ha asegurado que sus hijos ocupen posiciones clave, incluyendo a Isabel dos Santos, al frente de la petrolera estatal Sonangol –el corazón financiero del régimen– y a José Filomeno de Sousa dos Santos al mando de un fondo de riqueza estatal de 5.000 millones de dólares. Resumiendo, dos Santos no ocupará el Palacio Presidencial, pero continuará controlando las finanzas.

 

Ruanda. Las elecciones ruandesas previstas para agosto son sin duda las menos excitantes porque plantean un escenario fácil para el actual presidente Paul Kagame, en el gobierno desde el año 2000. Después de que el referéndum constitucional, en diciembre de 2015, le permitiera –con un 98,3 por ciento a su favor– presentarse a unos terceros comicios, la victoria está más que asegurada. ¿El motivo? El espacio democrático es en realidad casi inexistente en el país de las mil colinas. Pero el autoritarismo no es la única característica del gobierno ruandés. Si hay algo en lo que destaca es por la eficacia de las políticas de desarrollo. Desde el fin del genocidio ha sido el país que más ha progresado en términos de índice de desarrollo humano y su crecimiento se mantiene entre un 6 y un 7 por ciento. Eso sí, por otro lado, Ruanda continua muy dependiente de la ayuda extranjera que supone más de un tercio del presupuesto estatal.

Habrá que estar atentos también al desarrollo de la carrera presidencial en: Sierra Leona (noviembre), Somalia (marzo) o Libia (sin determinar).


4. Terrorismo a tres bandas

Al Shabab. El grupo rebelde ha estado a la ofensiva en los últimos meses retomando varios pueblos en el sur y centro de Somalia. Desde el inicio del 2016 los terroristas –que están vinculados a Al Qaeda– han vuelto a tomar por lo menos una decena de ciudades que estaban siendo protegidas por las tropas etíopes y de la Unión Africana. Los yihadistas se mantienen firmes en sus reivindicaciones: expulsar a las fuerzas de paz de la Unión Africana, derrocar al gobierno de Somalia, respaldado por Occidente, e imponer su estricta versión del islam en el país.

Y todo después de que se conociera que a finales de noviembre el todavía presidente en la Casa Blanca, Barak Obama, decidiera incluir al grupo terrorista como una de las organizaciones que idearon los ataques del 11 de septiembre de 2001. Hasta aquí nada nuevo. El desliz –que acentúa los intereses geopolíticos de Estados Unidos en el cuerno de África– es que Al Shabab no se creó hasta 2007. Pero no importa cuando se trata del Tío Sam.

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Boko Haram. En los estados del noreste de Nigeria, la tiranía de Boko Haram ha provocado que 2,6 millones de personas huyan de sus casas y que 9 millones necesiten ayuda de forma urgente en Nigeria, Níger y Chad. La violencia del grupo terrorista está provocando una de las mayores crisis humanitarias de África y, lejos de sus hogares, las familias desplazadas se enfrentan a nuevos peligros como el hambre. Mientras en Abuya, la capital política de Nigeria, el pobre desempeño del presidente Muhammadu Buhari, elegido en una ola de optimismo 2015, hasta ahora no ha conseguido dar respuestas sociales y políticas al terror de Boko Haram que mantiene su máxima: Yama’atu Ahlis Sunna Lidda’auati wal-Yihad, que en árabe significa “personas comprometidas con la propagación de las enseñanzas del profeta y la yihad”.

Boko Haram debe entenderse en un contexto complejo de factores históricos, culturales y económicos porque nacen en Nigeria, la nación más poblada de África (más de 180 millones de personas), la mayor economía del continente, y el mayor productor de petróleo. No obstante, los niveles asombrosos de corrupción han dejado al país sin un desarrollo adecuado de infraestructuras básicas. Las disparidades entre el norte, que es principalmente musulmán y el sur, que es en su mayoría cristiano, han favorecido la insurrección de los yihadistas sobre todo en los estados del noreste de Borno, Yobe y Adamawa, el epicentro de la revuelta islamista.

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AQMI. Mientras que los combatientes del autodenominado Estado Islámico (EI) de Siria e Irak han amenazado con combatir en el territorio de Libia, y Boko Haram ha perpetrado ataques en Níger y Chad, Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI) es, sin duda, la franquicia yihadista más importante en el África al Sur del Sahara desde el 2006. Un atractivo potencial para la organización terrorista en la región del Sahel es su estatus como uno de los principales polos de migración de África. Níger, en particular, se ha convertido en un punto de tránsito para los migrantes de África Occidental, una gran proporción de los cuales se dirigen hacia Libia para tratar de cruzar el Mediterráneo hacia Europa a través de Italia.

Entre febrero y septiembre de 2016, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) registró al menos 270.000 migrantes que pasaron por Séguedine, en Níger. El grito en el cielo viene aquí: el enviado especial de las Naciones Unidas para el Sahel, Hiroute Guebre Selassie, advirtió en noviembre de 2015 que hasta 41 millones de jóvenes de la región estaban en riesgo de radicalización o de migración forzada debido a la falta de oportunidades educativas y económicas.


5. El año decisivo para la justicia internacional africana

De momento tres países han notificado oficialmente a las Naciones Unidas su intención de retirarse del Estatuto de Roma, el tratado de 1998 que establece el tribunal con sede en La Haya: Sudáfrica, Burundi y Gambia. Estas salidas entrarán en vigor en 2017 y, sin duda, la de Sudáfrica es la que más ha dolido y más dudas ocasiona. Además, la lista de países africanos que están reconsiderando su pertenencia a la Tribunal Penal Internacional (TPI) está creciendo. El presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta dijo el 12 de diciembre en un discurso televisado con motivo de la conmemoración de la independencia del país, que estaban pensando seriamente si continuar como miembro. El anuncio hace una nueva presión sobre el primer tribunal de crímenes de guerra permanente del mundo creado en 2002, cuya Presidenta, la argentina Silvia Fernández de Gurmendi, y la Fiscal General, la gambiana Fatou Bensouda, han tenido que luchar contra las acusaciones de seguir una agenda neocolonial en África, es decir, juzgar principalmente a líderes africanos.

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