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Las Misioneras Combonianas y el St Mary’s Hospital de Jartum (Sudán)


Situado en el barrio del mercado árabe de Jartum, en el St Mary’s Hospital nacen cada mes más de 300 niños. MUNDO NEGRO ha estado en el centro, atendido por una comunidad de misioneras combonianas de cinco nacionalidades.

A principios de los años 50, cuando Sudán todavía estaba bajo el control angloegipcio, las Misioneras Combonianas fundaron en Jartum una maternidad, el St Mary’s Hospital. Con una dedicación encomiable, cientos de religiosas han prestado servicio en este centro, que goza de una merecida reputación entre los sudaneses. La revolución en curso en el país está abriendo nuevos espacios de libertad, pero no siempre ha sido fácil anunciar el Evangelio en Sudán. En el contexto de un país islámico, los misioneros centraron sus esfuerzos en hacer de sus escuelas, colegios y centros sanitarios lugares de encuentro y de diálogo, donde la misericordia llevada a los gestos de cada día fuera creando espacios de humanidad. La maternidad de Jartum es uno de esos lugares.

Una de las dos salas de cuidados intensivos de la maternidad. Fotografía: Carla Fibla

A finales del siglo XX, el viejo edificio fue derribado para construir la actual estructura de tres pisos, obra de ingenieros sudaneses y debidamente equipada para la función que realiza. Las religiosas están arropadas por un nutrido equipo humano de 132 personas, entre las cuales hay siete médicos, 22 matronas, 23 enfermeras, 12 cuidadoras especializadas, cuatro anestesistas, tres hematólogos y muchos otros trabajadores asignados a diferentes servicios. El personal sanitario está compuesto, sobre todo, por mujeres, como parece lógico en una maternidad de un país islámico. 

Seis misioneras combonianas de cinco nacionalidades diferentes trabajan a tiempo completo allí, aunque cuentan siempre con la ayuda esporádica de otras hermanas. La eritrea Lettemeskel Tesfamicael es matrona, responsable de la atención prenatal y de las salas de parto; la también eritrea Tsega Haile Gebreselassie es responsable de la atención posnatal. Khabbaza Margaret Mary, sudanesa, se dedica a la gestión económica, mientras que la italiana Erminia Petrogalli y la mexicana Betty Robles lo hacen en las labores de registro y administración; por último, la mozambiqueña Albertina Marcelino es la coordinadora del personal. Todas viven en la misma comunidad, compartiendo no solo el trabajo sino también la vida y la oración.



Visita guiada

Acompañados por Albertina pudimos visitar este lugar de vida, tan humano y lleno de esperanza. La misionera trabajó duro para concluir sus estudios de enfermería en su país, pero cuando estaba plenamente integrada allí, decidió dejarlo todo para hacer realidad la vocación que la acompaña desde niña: servir a los demás como religiosa y enfermera. Realizó su noviciado en Uganda antes de ser enviada a Egipto, donde compaginó el estudio del árabe con el ejercicio de su profesión en un centro sanitario de Alejandría. En enero de 2018 llegó a Sudán, y a sus casi 33 años –que cumplirá el 17 de marzo– se siente feliz y bendecida por poder trabajar en el St Mary’s, compartiendo su vida con la gente de la tierra donde San Daniel Comboni vivió y murió.

La Hna. Erminia , atendiendo a una futura madre. Fotografía: Carla Fibla


La comunidad de las hermanas está contigua a la maternidad, a la que se puede acceder por una puerta interna. En primer lugar visitamos la farmacia, que permanece abierta las 24 horas del día. Albertina nos asegura que afortunadamente no faltan los medicamentos y que, aunque se trata de un servicio que cubre las necesidad de la maternidad, suelen hacer la vista gorda y no ponen inconveniente a que otros enfermos compren aquí sus medicamentos. Al fin y al cabo, lo importante es la salud de las personas. Muy cerca se encuentra el laboratorio. Dispone de un banco de sangre para hacer frente a emergencias, pero su función principal es proporcionar con la máxima rapidez los resultados de los análisis clínicos, lo que salva vidas y ahorra mucho sufrimiento.

Al salir al patio interior, nos encontramos a un grupo de madres con sus hijos e hijas en brazos. Albertina las saluda en árabe, acaricia a alguno de los bebés y luego nos confirma que «todos estos niños y niñas han nacido en esta maternidad». Han venido para los -controles periódicos y para el programa de vacunaciones para madres y niños, que se -ofrece todos los martes y sábados. 

En el primer piso se encuentra la sala de acogida prenatal. En ella, la hermana Erminia está rellenando la ficha de inscripción de una futura mamá. Desde su fundación, la maternidad no ha hecho nunca distinción entre mujeres musulmanas o cristianas, sudanesas, sursudanesas, etíopes o eritreas. Todas encuentran acogida e igual atención en el centro. También, explica Albertina, las hermanas siempre han tendido la mano a aquellas mujeres provenientes de familias pobres que no pueden permitirse dar a luz en un hospital. Por eso, aproximadamente un 30 % de las madres gozan de ayudas parciales o totales, siempre en función de las posibilidades de cada familia. La hermana Erminia se encarga de hablar con las familias, interesarse sobre sus situaciones particulares y decidir la ayuda que les será otorgada.

Una recién nacida en la maternidad. Fotografía: Carla Fibla

En otro despacho se realiza el registro de las madres que sí pueden permitirse pagar los servicios del centro médico jartumí. Representan el 70 % restante, y su contribución es imprescindible para el mantenimiento del hospital. Muchas de estas mujeres realizan los controles prenatales en la misma maternidad, mientras que otras son seguidas en centros sanitarios de la ciudad y solo vienen para dar a luz. Aunque algunas pueden llegar sin aviso previo, lo normal es que se registren con anterioridad.



Salas de vida

Una avería ha inutilizado el ascensor, y los técnicos que intentan su reparación provocan un ruido que consigue acallar los llantos de los niños. Nos cruzamos con el personal sanitario, casi todos sudaneses y musulmanes, a los que Albertina saluda en lengua árabe, acompañando siempre sus palabras con una sonrisa. Nos paramos a conversar con el doctor Amin, que lleva seis años trabajando en el St Mary’s y es uno de los pocos que habla inglés. Nos confirma la buena impresión que estamos teniendo: «Es una excelente maternidad, dotada de todos los medios necesarios y donde el calor de la acogida a todas la madres, sin importar su nacionalidad o religión, es un valor querido y potenciado». 

En una sala de reuniones vemos el cuadro del doctor -Tadros, el médico católico que en 1997 operó a la sudanesa Lubna Abdel, curada milagrosamente por intercesión de San Daniel Comboni. Enseguida, al pasar por un pasillo, Albertina señala una puerta y dice: «Esta es la sala del milagro». Hubo un tiempo en que se pensó reconvertirla en capilla, pero actualmente es usada como vestuario para el personal femenino. Más tarde, la hermana Annalisa Pansini nos detallaría todo lo que acaeció en aquellos días, cuando la maternidad se convirtió en el centro de todas las miradas de la familia comboniana en el mundo.

Llegamos al corazón del hospital: las salas de parto donde los niños y niñas nacen a la vida. En la sala de espera contigua está una joven primeriza de origen eritreo muy próxima a dar a luz. Brillaba en sus ojos la alegría de su futura maternidad, pero también una sombra de temor a causa de los dolores que ya sentía y los que sabía que vendrían después. En otra sala, gracias a la traducción simultánea de Albertina, hablamos con dos sudanesas, madre y tía de una mujer que estaba también a punto de dar a luz. 

–¿Por qué habéis elegido esta maternidad en concreto? –preguntamos. 

–Porque es un hospital grande, organizado, donde te -tratan bien y que la gente aprecia mucho.

Patio interior del centro sanitario. Fotografía: Carla Fibla


El hospital mantiene siempre disponibles tres salas de parto, perfectamente equipadas, y una sala de operaciones para las cesáreas o para cuando se vaticina un parto más complicado. Justo al lado están las salas de cuidados -intensivos provistas de incubadoras. Una de las salas es antiséptica y solo las enfermeras tienen acceso a ella. 

En el caso de nacimientos prematuros, cuando se detecta algún problema, o simplemente cuando se considera oportuno un tiempo de observación, los niños permanecen allí las 24 horas del día, atendidos por, al menos, dos enfermeras. 

Las salas de esterilización y la lavandería, lugares donde el trabajo tampoco cesa, están en el sótano. Las ropas llegan ya clasificadas y las provenientes de las salas de parto son sometidas a un esterilización particular. Las hermanas saben que la higiene es fundamental, de hecho 33 personas están asignadas a este servicio. Son más, incluso, que el número de enfermeras. Además de la limpieza cotidiana y la esterilización sistemática del material médico, una vez al mes se sigue un protocolo de esterilización de los lugares sensibles del hospital.

La hermana Albertina, antes de que dejemos el hospital habla de su trabajo y del de las misioneras combonianas: «En muchos sitios he visto la opresión que padecen los pobres a los que nadie escucha y a los que solo se valora por lo que hacen. Como misionera y enfermera intento mostrar con mi trabajo aquí que las personas tienen valor no por lo que hacen, sino por lo que son, porque el solo hecho de ser personas les otorga ya una dignidad -plena».

Poco antes de despedirnos con estas palabras hemos coincidido con una joven pediatra, Adiba. Acaba de ayudar en el alumbramiento de una niña. Otra hija del St Mary´s.   



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