Aplicación

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El hombre tiene prisa. No puede llegar tarde a la cita. Por eso quedó con el conductor con bastante tiempo de antelación. Pero el tráfico tiene sus propios planes. Es hora punta en la gran ciudad. Todo el mundo quiere llegar pronto a su destino.

Los transportes de pasajeros están abarrotados y, a pesar de ello, los ayudantes de los conductores y los aprendices siguen ofertando más plazas. Los transeúntes también son numerosos e invaden cualquier espacio sobre el que se pueda caminar. Esquivan vehículos y vendedores que ofrecen sus mercancías aprovechando los atascos que bloquean las calles.

El semáforo parece estar eternamente rojo. El policía consulta su móvil. El cruce es un amasijo de coches, furgonetas, camiones y motos que intentan girar en todas las direcciones al mismo tiempo. En la radio, Tiken Jah Fakoly canta Plus rien ne m’étonne. Ya nada sorprende al hombre. Por más que insiste al conductor, este no hace más que encogerse de hombros y señalar la masa que se extiende delante del parabrisas, como diciendo «No hay nada que yo pueda hacer». Sus dedos tamborilean el volante al compás de la música. De vez en cuando, saluda a alguno de los caminantes o conductores. Comentan y ríen en un idioma que el hombre no comprende. 

Sí, no comprende nada: la parsimonia del chófer, las risas de los que pasan junto al coche o de los otros conductores, la sinfonía de cláxones… El calor empieza a apretar. Mira constantemente el reloj. Finalmente, se decanta por el móvil. Busca la aplicación que le indica dónde está y qué ruta tomar para llegar más rápido al destino. Enseña el mapa al conductor, que mira la pantalla. Escucha las explicaciones del hombre: «Ves, aquí muestra un atajo. En el próximo cruce gira a la izquierda». El chófer asiente con la cabeza y, al llegar al cruce, sigue recto. El hombre se enfada, pregunta que por qué no ha seguido las indicaciones de la aplicación. El conductor le dice que él sabe adónde van, que no se preocupe. 

La aplicación recalcula la ruta, muestra un nuevo lugar donde torcer. El hombre enseña de nuevo la pantalla del móvil al conductor. Él la mira, parece estudiarla y sigue recto. La desesperación del pasajero es evidente. No entiende la tozudez del chófer. Pero insiste. Casi grita para decir que en la próxima rotonda hay que salir. Y al llegar a ella el coche sigue recto. 

No hay forma de hacer entender al conductor que la aplicación del móvil les ayudará a llegar antes al destino, que deben seguir sus instrucciones. De pronto el coche gira a la derecha. Sale del atasco. Toma calles secundarias menos transitadas. El hombre se resigna, parece que van en dirección contraria al camino que indica el móvil. De repente, sin creerlo, se encuentra ante la puerta de su destino a la hora. «Una máquina no va a enseñarme mi ciudad», le dice el chófer mientras le abre la puerta.

Imagen superior: Atasco de tráfico en una calle de Lagos (Nigeria). Fotografía: Dan Kitwood/Getty

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