Camerún: Otra herencia colonial no resuelta

(GERMANY OUT) Cameroon: A class of students carrying the national flag march down a road built by the Germans. - (Photo by H. Christoph/ullstein bild via Getty Images)

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Las consecuencias del reparto colonial reaparecen con cierta frecuencia en el continente africano. Uno de sus últimos exponentes es Camerún, donde la población anglófona se siente discriminada por parte del Gobierno y de la mayoría de habla francesa. Las protestas, con poco recorrido mediático, amenazan con generar inestabilidad en la zona.

El Camerún anglófono protesta por una marginación histórica

Fotografías Getty Images

Durante más de tres meses las dos regiones anglófonas de Camerún continúan sometidas a un apagón de Internet. Las comunicaciones por correo electrónico y a través de las redes sociales han sido sometidas a los intereses del Gobierno de Paul Biya, que lleva en el poder 34 años. Bancos y cajeros automáticos han dejado a miles de ciudadanos sin servicio, afectando económicamente a cientos de empresas. Ambos servicios fueron cortados en respuesta a las protestas masivas contra la marginación que sufren estas zonas y por la imposición del francés en las escuelas locales y en los tribunales. Si tomamos por válida la sentencia de que si algo no pasa por Internet no existe, esta medida de bloqueo en la región anglófona del país está destinada a reprimir la comunicación entre los activistas –acompañada por detenciones en cadena–, sobre todo en Bamenda, Buea y ­Kumba, ciudades donde estas reivindicaciones se remontan a los años de la ­independencia.

Por eso, aunque las protestas contra el Gobierno de Camerún en el área anglófona del país han cobrado impulso en los últimos meses, para entender la situación, hay que sumergirse en la historia de este país creado por los alemanes al final del siglo XIX, así como en la derrota germana en la I Guerra Mundial, que hizo de esta nación un botín de guerra que se repartieron Francia y ­Reino Unido. Las regiones del noroeste y suroeste de Camerún formaban parte del Imperio británico, mientras que el resto del país fue administrado por los franceses. La nación consiguió su independencia en 1960 con el dibujo actual: una parte del norte de ­Camerún se unió a Nigeria, mientras que el sur anglófono pasó a formar parte del nuevo país.

En 1961, las regiones de habla inglesa votaron a favor de independizarse de sus vecinos de habla francesa, formando la República Federal de Camerún. Bajo este acuerdo, ambas regiones mantenían una autonomía considerable. Sin embargo, en 1972, el entonces presidente de Camerún, Ahmadou Ahidjo, suspendió esta federación para establecer un Gobierno unitario y cambiar el nombre del país al actual: República de Camerún.

 

El inglés, discriminado

Aunque el francés y el inglés son los dos idiomas oficiales, en las regiones anglófonas afirman que han sido marginados por las políticas gubernamentales desde la década de los 70. La minoría de habla inglesa –que constituye el 20 por ciento de una población de casi 24 millones de habitantes– es a menudo excluida de los altos cargos de la Administración, en la educación hay deficiencias con el bilingüismo e, incluso, en la aplicación de la ley. Los juristas han observado que la legislación heredada de Gran Bretaña está siendo modificada por códigos legales de origen francés. Además, se emplea esta lengua en zonas donde los acusados o denunciantes no la entienden. Una táctica que ha terminado por encender las protestas.

El desenlace ha sido el obvio. En noviembre de 2016, las asociaciones de abogados del noroeste y suroeste de Camerún convocaron una huelga en los tribunales y se unificaron en un organismo que hiciese de paraguas y amparase sus quejas: la Asociación de Abogados Cameruneses de las Leyes Comunes. El 8 de noviembre las protestas en Buea, Limbe y Bamenda provocaron enfrentamientos con las fuerzas del orden que dispersaron las marchas empleando la fuerza y ​​gases lacrimógenos.

El 10 de noviembre de 2016, ­Cavayé Yéguié Djibril, portavoz de la Asamblea Nacional de Camerún, vaticinó lo que tardaría dos meses en llegar: “Lamento lo que se está convirtiendo en una nueva forma de terrorismo. (…) Las redes sociales (…) se utilizan ahora para la ­desinformación, e incluso la ­intoxicación y la manipulación de las conciencias, inculcando así el miedo en el público en general”.

Pero, a pesar de estas declaraciones, ni cesó el despertar de las conciencias de los activistas, ni se doblegaron a las amenazas de ­Yéguié. El 21 de noviembre profesores y estudiantes convocaron una huelga –principalmente a través de redes sociales como Facebook, Twitter y ­aplicaciones como WhatsApp– en la que invitaban a la población del Camerún anglófono a permanecer en sus casas bajo el lema “Ciudades fantasmas”. Más de 100 personas fueron arrestadas y hubo al menos un fallecido.

Abogados, maestros, sindicatos y otros grupos de la sociedad civil formaron el Consorcio de la Sociedad Civil Anglófona de Camerún (CACSC, por sus siglas en inglés) en Bamenda, en diciembre de 2016, liderado por el abogado Nkongho ­Agbor Balla. Ese mismo mes, otras 4 personas murieron durante las manifestaciones en esa ciudad. El presidente Biya, en su discurso a la nación en Nochevieja, culpó de las muertes “a los alborotadores extremistas”.

Esta violencia alimentó aún más las protestas del CACSC y del Consejo Nacional de Camerún Meridional (SCNC, por sus siglas en inglés), que han sido prohibidos y acusados de terrorismo bajo la Ley Antiterrorista de 2014, promulgada para acabar con Boko Haram –que opera en el norte del país–. El Gobierno detuvo a los principales líderes que promovieron las movilizaciones, incluido Agbor Balla. Y el 17 de enero las provincias angloparlantes de ­Camerún perdieron su acceso a Internet.

 

Identidad y religión

Para tener una visión de conjunto de las reivindicaciones de la comunidad angloparlante y la respuesta del Gobierno de Paul Biya hay que tener en cuenta varios aspectos. En primer lugar, la identidad, porque los cameruneses anglófonos no se identifican por su etnia, sino por su herencia colonial o lingüística. Así, hay grupos como los bamilekes, que se extienden por territorios anglófonos y francófonos, y otros, como los widikum, se encuentran ubicados en áreas de habla inglesa. La religión, otro posible identificador común, tampoco entraría necesariamente en juego en el análisis, ya que las diferentes confesiones religiosas –cristianos, con un 71 por ciento de la población; musulmanes, con el 18 por ciento; o los seguidores de las religiones tradicionales, con el 11 por ciento– están repartidas por todo el país.

En segundo lugar habría que hablar de la península de Bakassi, hasta 2008 en manos de Nigeria y, desde entonces, de titularidad camerunesa como resultado de un acuerdo supervisado por la ONU. La transferencia terminó con décadas de disputas, y aunque sobre el papel los habitantes de esta región en el sur anglófono de Camerún tengan ahora nacionalidad camerunesa, una gran mayoría de sus habitantes se sienten nigerianos. El aumento de los precios del petróleo, la remilitarización del Delta del Níger y la renovada atención a la región podrían servir de estímulo a los numerosos jóvenes desempleados –en algunos casos armados– para reanudar una campaña de secuestros, piratería y robos en nombre de la autonomía del Camerún anglófono o de la autonomía de Bakassi.

Como tercer factor a resaltar, la persistente falta de concesiones por parte del Estado ha determinado que la marginación anglófona forme parte del imaginario popular en el Camerún meridional, permitiendo una narrativa basada en la dicotomía del “nosotros” y el “ellos”. Como ha demostrado la crisis, mientras que los activistas más antiguos han mantenido la dialéctica conjunta de la agitación y las peticiones políticas, algunos jóvenes activistas han intentado continuar las acciones por la vía armada. Por eso, si el argumentario de la élite conduce a un ­movimiento emocional de las masas puede haber riesgo de violencia descontrolada y creciente en todo el país.

 

Política interior y exterior

Aunque los políticos anglófonos controlan la oposición, Biya no parece estar en peligro de perder el poder o el control del Parlamento. A un año de las presidenciales de 2018, neutralizar a los opositores encarcelándolos podría ser un movimiento peligroso. Cabe la posibilidad –como ha ocurrido en Gambia, o como sucediera en 2015 en Nigeria– de que la oposición se una y entren en juego políticos más jóvenes no vinculados a las elecciones pasadas.

Camerún ocupa un espacio que no es estratégicamente importante. Buena parte de la atención internacional sobre el país gira en torno a su equipo de fútbol y a la música ­makossa. La prolongada presidencia de Biya no se ha caracterizado por la ostentación de otros dirigentes africanos o por una brutalidad excesiva. Tiene escasa, pero buena prensa. De hecho, el trabajo de las fuerzas camerunesas contra Boko Haram ha conseguido que el presidente sea respetado y tenga credibilidad internacional. No obstante, los excesos en el uso de la fuerza para tratar de contener la crisis en el área anglófona actual pueden generar indignación internacional y la condena de parte de oenegés como Amnistía Internacional.

 

El tuit que colmó el vaso

Lo que comenzó como una manifestación de abogados, podría convertirse en un conflicto transnacional, con efectos no solo en la población y en la economía de Camerún y Nigeria, sino también en el mercado internacional del petróleo. Reivindicaciones como la aceptación del bilingüismo, la unificación de los códigos legales francés y británico o asegurar una representación adecuada de los anglófonos en los nombramientos institucionales, podrían preservar no solo a Camerún como entidad, sino también al régimen de Biya, que lleva gobernando desde 1982. Sin embargo, no está claro si estas soluciones serán del gusto de un gobernante que teme que cualquier indicio de debilidad pudiera desencadenar una batalla para su sucesión y amenazar no solo su sillón, sino también a su red clientelar.

 

El presidente camerunés, Paul Biya, recibe a su homólogo francés, François Hollande, en el aeropuerto internacional de Yaundé el 3 de julio de 2015 / Fotografía: Getty Images

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