Creando espacios seguros

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Delegación Diocesana de Migraciones de Tánger


El próximo mes de noviembre la Delegación Diocesana de Migraciones de Tánger (DDM) celebrará su décimo aniversario. Esta institución eclesial de acogida a personas migrantes en el norte de Marruecos ha recibido el Premio MUNDO NEGRO a la Fraternidad 2020. Un equipo de la revista ha conocido su trabajo.


Las aguas del océano Atlántico y del mar Mediterráneo se besan frente a las costas de Tánger, la séptima ciudad de Marruecos. Recorremos sus calles anchas y tranquilas acompañados por la Hna. Inmaculada Gala, carmelita de la Caridad Vedruna y responsable de la Delegación Diocesana de Migraciones (DDM) tangerina desde su creación. Mucho antes de llegar a la catedral contemplamos su torre blanca, más pequeña que el imponente minarete de la cercana mezquita, construido con posterioridad.

En esta iglesia principal de la diócesis de Tánger dio sus primeros pasos la DDM, una iniciativa del entonces obispo de la sede norteafricana, Mons. Santiago Agrelo, para diferenciar la ayuda de la Iglesia a la población local a través de Cáritas del apoyo específico a las personas migrantes. La DDM sigue siendo ese espacio seguro de acogida y de escucha donde los inmigrantes se sienten a gusto, como soñó su fundador, pero donde además se han desarrollado proyectos específicos para responder a las necesidades de la población migrante. El pequeño grupo de tres personas encabezado por la Hna. Inma no ha dejado de crecer y hoy, en esta institución de acción humanitaria y social, están implicados miembros de siete congregaciones religiosas y un instituto secular, alrededor de 50 personas asalariadas y numerosos voluntarios.

La DDM está abierta a todas las personas migrantes sin distinción. A quienes desean acompañamiento espiritual se les invita a hablar con los sacerdotes de las siete parroquias de la archidiócesis. «Además, los servicios ofrecidos no pretenden suplir ningún derecho garantizado por el Estado marroquí, a nivel de salud o de protección jurídica, y la colaboración con asociaciones marroquíes es estrecha», señala la Hna. Inma. En los registros de las cuatro sedes de la DDM –Tánger, Nador, Tetuán y Alhucemas– y también en Oujda, aunque todavía no forme parte de la estructura de la Delegación, se cuentan por decenas de miles los inmigrantes que se han beneficiado de sus servicios, pero la fuerza de esta iniciativa eclesial no son las cifras, sino los individuos concretos y la respuesta humana que se está dando a sus necesidades. 

Las personas migrantes que recorren el norte de Marruecos se encuadran en tres categorías según su estado psicológico ante el hecho de cruzar a Europa. Un primer estado de ansiedad y gran necesidad, donde toda la vida se centra en cruzar. A estas personas se les ofrece ayuda humanitaria para responder a sus necesidades básicas. El segundo grupo corresponde a personas que, sin perder de vista su necesidad de cruzar, lo viven de una manera más sosegada. La DDM desarrolla proyectos de acompañamiento, educación y formación. El tercer grupo engloba a las personas que han abandonado su deseo de ir a Europa y quieren asentarse en Marruecos. A estas se les ofrece acompañamiento en su inserción laboral. 



Un trabajador de la DDM coloca pañales en la parte de la iglesia de Nador reconvertida en almacén. Fotografía: Enrique Bayo


Tánger

Cuando visitamos la sede de la DDM en Tánger nos encontramos reunidos a la docena de personas que constituye el equipo humano. Cada mañana, a las ocho y media, planifican el trabajo y analizan las peticiones recibidas por las personas migrantes. Tras una primera valoración, en otras reuniones más específicas con los responsables de cada área se deciden los destinatarios de la ayuda, de qué manera y quién se encargará de hacer el seguimiento de cada caso. Esto es importante, porque nunca se les entrega dinero directamente; o se les acompaña a la farmacia, a las visita médicas, al supermercado o se paga, en su nombre, el alquiler de su alojamiento. Esta manera cercana de estar junto a las personas migrantes, en continuo diálogo para conocerlas mejor, se ha visto muy alterada durante la pandemia. Los salones y despachos de acogida tuvieron que cerrarse durante meses, se suspendió el servicio de ropero y ducha, y el contacto con los inmigrantes se hacía por teléfono. Servicios esenciales como la ayuda alimentaria no se detuvieron, pero como señala Aissatou Barry, natural de Guinea y miembro del equipo de la DDM, «el hecho de haber perdido el contacto directo con nosotros fue terrible para los inmigrantes, porque ellos sienten seguridad con ese contacto». Para Eric Parfait Foufou Talla, congoleño y también miembro del equipo de trabajo, «la crisis del coronavirus hizo que no estuviéramos tan próximos a ellos cuando los inmigrantes estaban sufriendo más las dificultades para encontrar medios de subsistencia. Han pasado hambre y algunos no disponían ni siquiera de los 100 dirham mensuales (menos de 10 euros) que cuesta un lugar para dormir, por lo que tuvieron que pasar noches en el -bosque».

Visitamos, acompañados por Eric, una casa en el barrio de Bujalef, donde vive un grupo de senegaleses y gambianos. El mobiliario es inexistente y la humedad excesiva, pero siempre es mejor que la dureza de los bosques. Muchos han intentado la travesía sin éxito, pero seguirán intentándolo. La única mujer del grupo lo expresa de manera tajante: «No hay vuelta atrás, llegar o morir». Eric nos comenta lo difícil que es persuadirlos: «Piensan que Europa es un paraíso y que allí terminarán todos sus problemas». 



En Nador colaboran en la Delegación siete religiosos españoles. Fotografía: Enrique Bayo


Tetúan

Muy temprano, la Hna. Gala recorre con nosotros los 56 kilómetros que separan Tánger de Tetuán, próxima a la ciudad española de Ceuta y donde la sede de la DDM está bajo la responsabilidad de la fraternidad franciscana. El hermano costarricense Sergio Falla, que coordina el servicio, asegura que «la Iglesia es un punto de referencia esencial para los subsaharianos, como lo es también para la población marroquí a través de Cáritas. Sin embargo –continúa el franciscano– constatamos una disminución de los inmigrantes -subsaharianos porque las autoridades están controlando más la presencia de la inmigración irregular, ha habido redadas en la medina y detenciones de inmigrantes indocumentados. Además, se ha incrementado mucho la seguridad en las vallas de Ceuta y es casi imposible atravesarlas. Solo lo logran superhombres». Nourdine Lakhalakh, trabajador social marroquí de la DDM añade que «muchos inmigrantes están yendo hacia El Aaiún para intentar llegar hasta Canarias».

También en Tetuán existen amplios salones con servicios de ropero y ducha, wifi o juegos recreativos donde se puede confraternizar, pero cerraron durante la pandemia y solo ahora tímidamente están recuperando la normalidad. En 2019 el equipo de la DDM puso en marcha el proyecto «Espacio de mujer», con talleres de costura y pintura y acompañamiento psicológico. «Algunas de esas mujeres habían quedado embarazadas durante el trayecto migratorio en relaciones no siempre deseadas y a través de juegos, un taller de masajes para los niños y otras actividades se buscaba mejorar los lazos afectivos de las mujeres con sus hijos», comenta Sergio. La pandemia hizo que se suspendiera el proyecto, pero el religioso franciscano está decidido a reactivarlo. Además de la acogida, la escucha y la ayuda humanitaria, la DDM en Tetuán colabora con otras organizaciones acompañando a inmigrantes que quieren acogerse al retorno voluntario a sus países y también en programas para la obtención de documentación. Según Nourdine «es casi imposible conseguir una carta de residencia porque después de las dos grandes regularizaciones de 2014 y 2017, el Gobierno marroquí no quiere abrir otro proceso regulatorio, pero sí es posible obtener una carta consular que permita acceder al servicio público de educación». «Aún así el proceso es largo –indica Sergio– porque se necesitan los documentos originales y dinero para conseguirlos, además de involucrar a las familias en los países de origen».



Grupo de jóvenes migrantes acogidos en la iglesia de Oujda. Junto a ellos, aparecen varios miembros del equipo que los acompaña. Fotografía: Carla Fibla García-Sala


Nador

Siguiendo la carretera de la costa partimos hacia Nador, ciudad situada junto al enclave español de Melilla. A medio camino hacemos una breve parada en Alhucemas, donde existe otra sede de la DDM bajo la responsabilidad de los trinitarios, que desde 2018 se ocupan de la parroquia y de los programas de la Delegación. También aquí la iglesia dispone de un espacio de acogida para inmigrantes y los dos padres que forman la comunidad, el -español Manuel Cánovas y el alemán -Antonius Christoph Von, coordinan el apoyo a la población migrante de la zona. 

El P. Alvar Sánchez, nos recibe en Nador y enseguida nos invita a visitar la parroquia católica dedicada a Santiago el Mayor, en el conocido barrio español de la ciudad, donde se encuentra la sede de la DDM. Pocas veces los espacios de una iglesia están mejor aprovechados. Aquí se concentra el centro de formación Baraka, una escuela de costura para mujeres marroquíes, un albergue para inmigrantes, salas de reuniones y despachos, un comedor para niños y almacenes de material que invaden incluso una parte del templo. Además del P. Sánchez y sus dos compañeros jesuitas, los padres Joaquín y José Luis, también están implicadas en la DDM, en mayor o menor medida, dos hijas de la Caridad, Trinidad y Carmen Aurelia, y otras dos hermanas de la Pequeña Infancia, María Rosa y María Auxilio, que también gestionan la escuela de costura. Todos son españoles y los únicos religiosos en Nador. Junto a unos 25 trabajadores humanitarios y sociales aseguran las múltiples actividades de la DDM.

La situación de las personas migrantes es diferente a la de Tánger. Es una zona de paso, cerca de la frontera, y es complicado alquilar pisos, por lo que disponen de un albergue para inmigrantes convalecientes y mujeres con niños, además de varios pisos de acogida. Sin embargo, la mayoría de los inmigrantes viven en los bosques o agrupados en guetos en las periferias de la ciudad, por lo que es difícil para ellos trasladarse hasta la iglesia. Existe un equipo formado por inmigrantes que regularmente se reúne para evaluar las necesidades de la población migrante, pero también los mediadores de la DDM visitan con frecuencia estos lugares. 

Aunque es un proyecto de toda la Delegación, el equipo de Nador ha desarrollado a través de la aplicación RefAid una plataforma digital que recoge datos de más de 300 organizaciones de España y Marruecos que apoyan a los inmigrantes y que estos pueden consultar a través del teléfono móvil. La aplicación está disponible en inglés, francés, árabe y español. Otro proyecto innovador es la «Ruta migratoria de África del oeste», que comenzó en 2018 en Guinea. En colaboración con otras organizaciones presentes en el país se promueven sesiones participativas de sensibilización para informar y prevenir, sobre todo a los jóvenes, frente a los riesgos vinculados a la inmigración irregular y protegerlos contra las redes de tráfico. Este proyecto se está implementando también con éxito en Senegal.

Oujda

La mayoría de la inmigración irregular entra en Marruecos a través de la frontera con Argelia, cerca de Oujda. En la parroquia católica de San Luis existe un oasis de reflexión y reposo para ellos puesto en marcha por el sacerdote francés -Antoine -Exelmans. Durante los meses del confinamiento, más de un centenar de inmigrantes encontraron refugio en la iglesia, y actualmente una media de 100 inmigrantes pasan por allí cada mes. Algunos hacen una parada de urgencia, están un par de noches y siguen su camino; otros llegan enfermos o con heridas importantes y se quedan a descansar más tiempo. Un ala del edificio está reservada para un proyecto con menores, que son acompañados y siguen una formación profesional básica en centros marroquíes.

Junto al P. Exelmans colaboran en este proyecto tres religiosas: las hermanas españolas María Ros Castello y Montserrat Prats, y la francesa Rachel Guillien, el misionero keniano de la Consolata Edwin Osaleh y algunos voluntarios. Es hermoso descubrir estas comunidades mixtas de religiosas, sacerdotes y laicos trabajando juntos por un proyecto humanitario común.

La Hna. Prats señala que «el objetivo de la casa es crear un espacio de paz, donde los inmigrantes no tengan que preocuparse de dónde van a dormir o qué van a comer y puedan reflexionar sobre la orientación que quieren dar a sus vidas», y la Hna. Ros añade: «Algunos, después de estar aquí un tiempo, deciden regresar a su país, lo que exige una preparación psicológica, porque para ellos es un fracaso que deben asumir y tienen que preparar a sus familias. Otros deciden ponerse a estudiar o a aprender una profesión». 



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