Ébola: Un paso atrás para un camino hacia delante

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Por José Félix Hoyo y Celia Zafra. Médicos del Mundo

 

La epidemia de ébola ha puesto de manifiesto muchos mecanismos que no funcionaron, como los de investigación, prevención, alarma y respuesta precoz, además de las regulaciones internacionales de salud, la preparación de los países, el concepto de seguridad en salud global y la gobernanza de las emergencias sanitarias. 

Y se ha demostrado una vez más que mejorar los sistemas de salud de los países más débiles es un elemento clave para evitar caer en estos graves errores. Un dato revelador: la comunidad internacional ha invertido en dos años en esta epidemia más de 6.000 millones de euros, cuando reformar los sistemas sanitarios de los tres países más afectados hubiera costado alrededor de 1.500 millones, en un plazo de 5 años.

Pero sobre todo, esta crisis ha visibilizado de nuevo que, a pesar de los esfuerzos, el derecho a la salud es hoy aún muy desigual en las distintas partes del mundo y que existen poblaciones especialmente vulnerables.

Un poco de contexto: Sierra Leona es uno de los países que cuenta con una de las expectativas de vida más bajas del mundo. Es uno de los países con peor mortalidad infantil: uno de cada nueve niños no alcanza el año de vida y uno de cada seis no llega a los cinco años. Además, está a la cabeza de la estadística de mortalidad materna, puesto que una de cada 91 mujeres muere durante el parto. El país dispone de un médico por cada 50.000 habitantes y dedica apenas nueve euros a gasto sanitario por persona y año, frente a los 1.309 euros que destinó España en 2013, por recurrir a una comparativa cercana.

A pesar de este panorama, después de un arduo trabajo de años, algunos datos –como un crecimiento cercano al 7 por ciento y tímidos avances en los indicadores de salud– sugerían una mejora en esta situación crónicamente desesperada. Pero el Ébola arrasó las esperanzas. Se han retrocedido años en los limitados avances alcanzados y la mortalidad por enfermedades comunes se ha disparado durante la epidemia. Solo la malaria, una enfermedad tratable, ha producido más muertes previsibles que el propio virus. Las intervenciones quirúrgicas han disminuido en algunas áreas al 20 por ciento de la débil capacidad local y la mortalidad materno-infantil –que se había reducido un 10 por ciento entre 2010 y 2012– se ha vuelto a disparar.

Hoy por hoy, si algo es evidente es que las consecuencias de esta epidemia se mantendrán durante mucho tiempo. Fíjense si no en estos datos: en la actualidad, solo el 50 por ciento del personal sanitario del país está activo y el 74 por ciento de los habitantes considera que la situación de salud es peor que hace un año. El virus que mató a miles de personas también alejó a la población de Sierra Leona de los centros sanitarios, lo que se traduce en una dramática reducción de la utilización de estos servicios que se cifra en un 70 por ciento, comparado con la situación previa al Ébola. También se ha registrado un alarmante descenso de un 60 por ciento de la tasa de vacunación infantil y actualmente solo la mitad de la población solicita asistencia sanitaria cuando se enfrenta a un problema de salud.

Y luego está la cuestión de las personas supervivientes. Vencieron al virus, sí, pero un 90 por ciento perdieron a familiares durante el brote. De media, cada superviviente ha perdido a cinco de ellos y un 74 por ciento de los hogares afectados por la enfermedad se ha quedado sin su fuente principal de ingresos. Y todavía permanece sobre muchos de ellos la losa del estigma.

Médicos del Mundo ha centrado sus esfuerzos en Sierra Leona, donde la organización venía trabajando desde el año 2001. Nuestro compromiso con sus comunidades iba (y va) mucho más allá de la lucha contra el Ébola. Lo que hemos buscado en estos 14 años ha sido, por encima de todo, mejorar el sistema sanitario del país y, con ello, conseguir que los ciudadanos disfruten de una mejor calidad de vida. La organización ha gestionado 14 proyectos en distintas regiones del país y en diferentes áreas de trabajo, desde la atención primaria al combate del cólera.

Fue en marzo de 2014 cuando se declaró oficialmente la epidemia de ébola en el oeste africano, aunque el primer caso de la enfermedad databa de meses atrás. Las cifras oficiales hablaban entonces de 49 casos. Por primera vez, la enfermedad se extendió a núcleos urbanos densamente poblados y alcanzó de lleno Conakry, Freetown y Monrovia, las capitales de Guinea, Sierra Leona y Liberia.

Tuvieron que pasar más de tres meses para comprobar que el brote había logrado una extensión que a la larga resultaría fatídica. Los sistemas de alarma temprana no funcionaron porque dichos sistemas no existían. La comunidad internacional, a pesar de las repetidas llamadas de atención, tuvo una respuesta extremadamente lenta.

Nuestro equipo en Sierra Leona afrontó la epidemia con el enfoque que nos es propio: el enfoque comunitario, el antropológico, trabajando con las personas, con los líderes religiosos y con el personal sanitario. Eso en la prevención, en la que nos empeñamos a fondo en el distrito norteño de Koinadugu, el último al que llegó el virus. Comparar cuántas personas se contagiaron con cuántas lo hubieran hecho sin esa preparación para la respuesta es imposible, pero indirectamente podemos inferir la influencia positiva de las acciones preventivas.

En el verano de 2014 la epidemia estaba desatada y Médicos del Mundo decide intervenir directamente en la detección y tratamiento de casos, asumiendo este reto por primera vez en su historia. Lo hicimos en colaboración con la rama británica de la asociación Doctors of the World –y con financiación de la cooperación británica–, lo que nos permitió levantar y gestionar un centro de tratamiento de 100 camas en el distrito de Moyamba.

Mirando hacia el interior, como organización médico-humanitaria, sin duda esta intervención ha tenido efectos positivos, como el trabajo conjunto y constante con otras organizaciones nacionales e internacionales que compartieron sus conocimientos y experiencia con nosotros.

El riesgo era alto y la intervención no era fácil, pero era nuestro mandato humanitario hacerlo. Ahora sabemos que la mortalidad de este brote ha sido cercana al 60 por ciento, pero con un tratamiento sintomático intensivo precoz desciende por debajo del 20 por ciento, lo que nos demuestra que no es igual estar que no estar. Que intervenir rápida e intensivamente salva vidas y que quedarse en los países afectados para apoyar su recuperación salvará todavía más en los años venideros.

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