Egipto amenazado (y no solo por el terrorismo)

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Por Gonzalo Gómez

La semana pasada, un atentado en una iglesia copta contigua a la catedral de San Marcos en El Cairo acabó con la vida de al menos 26 personas. El ataque dirigido a la minoría católica, reivindicado por un grupo denominado Movimiento de los Brazos de Egipto-Hasm, supone otro paso en la estrategia desarrollada por grupos de tendencia islamista que en los últimos años han atacado a distintos sectores del país centrándose especialmente en las fuerzas de seguridad y en intereses turísticos. Por desgracia, la amenaza terrorista no es la única que acecha a los ciudadanos egipcios. 

Sangre, sudor y, a buen seguro, muchas lágrimas. Ese es el precio que, como mínimo, tendrá que pagar la población de Egipto para devolver el préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI), cuyas primeras consecuencias directas o indirectas –el país se compromete a rebajar déficit y deuda en tiempo récord– ha sido una subida de impuestos, una reducción de los subsidios, la devaluación (y libre flotación) de la libra egipcia y un aumento de las tasas de interés. El Gobierno de Abdelfatah Al-Sisi, que reprime con puño de hierro cualquier atisbo de disidencia, pide aguante y justifica esta travesía por el desierto en la que la población ya se encontraba inmersa. El propio presidente llegó a afirmar, en busca de la empatía del público universitario que asistía a un reciente encuentro, que durante diez años solo tuvo agua en su nevera.

El FMI prestará a Egipto 2.750 millones de dólares de entrada, dejando casi otros 10.000 más sujetos a que la República Árabe cumpla con lo pactado. Según la directora del Fondo, Christine Lagarde, las reformas han sido diseñadas localmente, y permitirán que el país crezca, recupere la confianza y descienda su elevado desempleo.

En la calle la situación tiende a la desesperación. Si cuando prendió la mecha de la revolución de 2011 las circunstancias ya eran pésimas, el momento actual es especialmente duro teniendo en cuenta que, desde entonces, el turismo –uno de los motores económicos del país– se ha desplomado, que se ha reducido la inversión extranjera, que el desempleo creció o que la renta per cápita es menor que en 2010. Los egipcios ya convivían con la carestía de algunos productos básicos pero tras la devaluación se han multiplicado los estantes vacíos y las subidas en los precios convierten productos necesarios en un lujo. La clase media egipcia, antes relativamente acomodada, sufre dificultades para poder comer o pagar su vivienda, mientras que la pobreza avanza hasta situarse en el 28 por ciento.

En este contexto de sufrimiento y descontento, solo el autoritarismo del Gobierno, y quizá el mal sabor de boca de experiencias recientes, parece poder explicar la contención de un estallido popular. Esta rebelión podría haberse producido el 11 de noviembre, fecha en la que se había convocado la llamada ‘Revolución de los pobres’, que fue finalmente contestada por una desproporcionada presencia de las fuerzas de seguridad que no dudaron en actuar con contundencia y celeridad ante los escasos atisbos de protesta, en un país en el que las manifestaciones fueron claves para finalizar el mandato de los dos anteriores presidentes. Pese a la gran cantidad de calles vacías ese día, la jornada se saldó con más de 100 detenciones. Así, los egipcios viven entre un aguante cada vez más extremo y una disidencia que hoy parece temeraria.

Mientras, los tribunales egipcios han anulado una de las condenas a cadena perpetua y la condena a muerte que pesaban sobre el -expresidente Morsi, vinculado a los Hermanos Musulmanes. El Gobierno de Al-Sisi declaró al grupo “organización terrorista” y lo ha reprimido con furia, evitando que capitalice una ola de descontento que podría forzar a un nuevo giro de la situación.

* En la imagen: El Gobierno egipcio y organizaciones internacionales distribuyen azúcar, aceite, arroz y otros alimentos para mitigar los efectos de la crisis económica en Fayún. / Fotografía: Getty Images

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