El extraño Radetzky

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Congoleños, ruandeses y burundeses conviven en el centro de refugiados de Maratane

 

Por Javier Fariñas Martín

 

Unos pocos kilómetros de asfalto y un camino de tierra, bacheado y que serpentea en todas las direcciones, enlaza la ciudad de Nampula con el centro de refugiados de Maratane, en el que comparten escenario los que huyeron de sus países de origen con algunos de los mozambiqueños más empobrecidos de la zona. 

 

En Maratane las palmas no acompañan la Marcha Radetzki el 1 de enero. Están lejos, muy lejos, de Viena y de lo que el Concierto de Año Nuevo significa. Aquí, quienes ponen música y voz son las corales de mujeres congoleñas, ruandesas y burundesas que alternan su presencia en la pequeña capilla del campo de refugiados. Nada de Radetzki. Aquí las voces son centroafricanas y los sones no son de violín.

La Cabeza do Belho, una pequeña elevación que se asemeja al rostro de perfil de un humano, también parece indiferente a Radetzki y a la capital austriaca. Durmiente o simple masa de roca, ahí está el belho, quieto. Sin batir las palmas, porque la cosa tampoco da para ello.

La montaña y los de Maratane están a otra cosa. Aquí la preocupación son los días de la semana. Cada día un afán. Como si fueran hijos. Cada día diferente al anterior y distinto al siguiente. Igual que los hijos.

Maratane es un centro para refugiados, uno de esos lugares que llaman tanto la atención de las agencias humanitarias y de los periodistas. Pero no es uno más, aunque se parezca a tantos otros. En todos hay huidos y miedos, en muchos hay hambre, sed, enfermedad, llanto y lamento. Pero, sobre todo, esperanza de que mañana algo cambie. Platos diferentes elaborados con los mismos ingredientes.

Este se llama Maratane.

Una de las diferencias con otros campos es el número de ocupantes. Aquí no hablamos de cifras escandalosas, como el casi medio millón de personas que puede poblar ­Dadaab, en Kenia. Aquí los números son más modestos. Los últimos datos a los que ha tenido acceso Mundo Negro, del Instituto Nacional de Apoyo a los Refugiados de Mozambique, correspondientes a 2015, dicen que son 14.257 los habitantes, procedentes de 12 países. Los más numerosos, los originarios de R. D. de Congo (7.821), seguidos por burundeses (3.822), somalíes (1.626) y ruandeses (901). Luego el goteo de las minorías: 28 ugandeses, 16 etíopes, 15 congoleños, 11 sudaneses, nueve marfileños, cuatro centroafricanos, dos ­angoleños.

Y un eritreo.

Un eritreo en Maratane. Quién sabe si acompañando a los somalíes y etíopes que llegaron hace años a pie, desnutridos y sin posibilidad de comunicarse con nadie por una mera cuestión lingüística.

 

Mozambique Maratane gente

Dos jóvenes transportan agua y leña en Maratane / Fotografía: Javier Fariñas Martín

 

Sin embargo, la validez de las cifras, por muy oficiales que sean, hay que ponerla en entredicho. Rodenei Sierpinski, misionero escalabriniano de origen brasileño que conoce bien este lugar, dice que “aquí ahora tenemos unos 12.000 refugiados y otros 12.000 mozambiqueños que viven alrededor del campo. En el último censo se hablaba de más de 20.000 refugiados. No son tantos, pero interesa decir que son más porque así se reciben más ayudas”. Hay quien, como Carminha, una misionera comboniana que dedica parte de su trabajo a Maratane, dice que “oficialmente son 7.000, pero en realidad no llegan a 4.000”. Un laberinto de cifras que no debería enmascarar el dolor. Ni el negocio. En voz baja, y encomendándote a no citar la fuente, te aseguran sin duda quién gana cuando se infla la cifra: el Gobierno, que así recibe unos fondos extraordinarios de organismos internacionales dedicados a este colectivo.

¿Reales o ficticios esos números? Los que sí son de verdad son todos y cada uno de sus habitantes. Uno de ellos es Joseph Ramazini, un congoleño que prefiere el pseudónimo para contar su historia. Tuvo que salir de su país en 1999 porque guerrilleros mai mai le amenzaron de muerte. Pasó por Tanzania hasta aterrizar en Maratane, un campo sobre el que también pesa –igual que ocurre con Dadaab– una inespecífica amenaza de cierre.

En el caso de Maratane, la justificación no tiene que ver con su vinculación a grupos terroristas –cosa que sí ocurre en el campo keniano–. Ni con las dificultades de convivencia que ocasionalmente puedan darse entre ruandeses y congoleños. Ni en el coste del mantenimiento del campo, que depende casi en exclusiva de las agencias internacionales… Simplemente es un campo de refugiados. Y aunque esté perdido en el norte, en Nampula, es un campo de refugiados. Connotación en estado puro.

 

Interés por el centro

–¿Se cerrará Maratane? –preguntamos a Sierpinski–. No es raro escuchar que el centro cerrará en los próximos años.

–En mi opinión va a continuar abierto mucho tiempo, porque la situación de los países de origen es muy complicada. Además, Mozambique, a pesar del conflicto que vive, aún ofrece cierta estabilidad. Y junto a eso, el Gobierno tiene un acuerdo con la comunidad internacional por el que recibe una importante cantidad de dinero.

Acostumbrados como estamos en la sociedad occidental al edulcoramiento del lenguaje, al eufemismo soez y barato que desplaza el foco de atención de lo importante a veces hasta lo anecdótico, Maratane también bebe de ese pecado: es ofi­cialmente un centro de acogida –y no un campo– de refugiados. El Gobierno mozambiqueño optó por habilitar un primer campo en Maputo. Corría el año 1994. El eterno apocalipsis de los Grandes Lagos provocó un primer aluvión: unos 10.000 asentados en la capital, entre los que destacaban congoleños, burundeses y ruandeses.

Una de las salidas que ofrecía el campo de Maputo era Sudáfrica, como punto de destino o como paso intermedio para otra migración. Pero el vecino del sur dijo ‘basta’ y logró que el campo, o el centro de acogida –como ahora se llama– se trasladara a los alrededores de Nampula, lo suficientemente lejos como para sacarlo del fulgor de la capital –donde las cosas siempre tienen más trascedencia–, y alejarlo del país vecino, más poderoso e influyente. Esto ocurrió en 2001.

La estructura de Maratane es peculiar; es un antiguo centro para ciegos y tuberculosos, que tuvieron que ser trasladados a otros lugares. No se trata, por tanto, de un campo de refugiados al uso. Los de dentro pueden salir. Y los de fuera pueden entrar. Hay un trasiego permanente de refugiados que se incardinan en las labores y los lugares propios de los mozambiqueños; y de mozambiqueños, vecinos de Maratane, que intentan vivir a la sombra del campo.

 

 

bárbara Pereira y Carminha

La voluntaria Bárbara Pereira (primera por la izquierda) y la hermana Carminha (junto a ella), en la puerta de la capilla / Fotografía: Jaume Calvera

 

Los refugiados, que tuvieron que salir de su tierra, ahora viven bajo el amparo del ACNUR, de diversas organizaciones de ayuda y, en muchos casos, con el estatus de refugiado que les garantiza ciertas atenciones de las que los mozambiqueños están exentos. Mientras, las autoridades locales son como los antiguos inquilinos de este lugar, ciegos para la realidad de los mozambiqueños de Maratane. Carminha reconoce que “normalmente los refugiados tienen más cultura y mayor consistencia económica que los vecinos de la zona. En cierto modo, los mozambiqueños están peor que los refugiados”. En esta situación incide Joseph Ramazini, quien reconoce que es frecuente el conflicto “entre congoleños y mozambiqueños. Estos se agrupan para robarnos”.

En ello incide también Giovanna Fakes, una italiana que llegó a Maratane en abril de 2016 de la mano de la Agencia Escalabriniana para la Cooperación y el Desarrollo. Giovanna trabaja en un centro nutricional que “funciona principalmente para los mozambiqueños, porque los refugiados reciben ayuda de ACNUR”. Y Sierpinski remata el argumentario: “La pobreza de los mozambiqueños es más acentuada y fuerte que la de los refugiados. Estos cuentan con una ayuda humanitaria que el local no recibe”. Esa ayuda se concreta cada mes, por persona, en nueve kilos de maíz, medio litro de aceite, 250 gramos de frijoles y un jabón.

Necesidades nutricionales. Necesidades educativas –Joseph Ramazini se lamenta de que “los niños terminan Primaria sin saber leer ni escribir su propio nombre”–. Inseguridad jurídica. Desigualdad ante la ley. Las mismas necesidades con distinto apellido, según seas mozambiqueño o refugiado.

Unos sufren esta realidad porque el mismo país en el que han nacido y viven no les ha dado la oportunidad de crecer. Otros, porque tuvieron que dejarlo todo, y ahora se encuentran en una tierra que históricamente ha sido de paso pero que, para ellos, se ha convertido en indefinida; un espacio de puertas abiertas –o mejor dicho, sin puertas– que, otra paradoja más, las autoridades se empeñan (¿o solo lo aparentan?) en proteger de los ojos de aquellos que llenan los periódicos de palabras.

Centro de refugiados Maratane

Un hombre y varios niños delante de las puertas de acceso de la capilla del centro de refugiados / Fotografía: Javier Fariñas Martín

Permisos y más permisos que luego nadie controla. El primer cartel del campo surge ante la imagen de la Cabeza do Belho. Avanzas y a la izquierda, agazapada tras la bandera del país está la comisaría, donde los policías se abstienen de exigirte unos permisos de acceso que, teóricamente, debíamos conseguir para acceder al campo. Nada. Ni sello, ni revisión, ni nada. Como en tantos otros lugares, apariencia de control, nada más.

 

Violencia sexual

La policía parece tan poco preocupada de la visita foránea, como de lo que acontece puertas adentro del campo. Uno de los agujeros negros de Maratane es la violencia sexual contra las mujeres. Bárbara Pereira es una voluntaria portuguesa que estudia el impacto de esta realidad aquí. A falta de las conclusiones definitivas de su investigación, la mayor parte de las mujeres violadas son congoleñas. Estremece pensar que en el noreste de Mozambique, a casi 2.000 kilómetros de la región de los Grandes Lagos, sus órganos sexuales vuelvan a ser territorio donde apuntarse venganzas, cobros de deudas o para satisfacer, sin más, el deseo sexual a costa del envilecimiento de la mujer. Así lo reconoce Bárbara: “Muchas de ellas son violadas en sus países de origen, durante el viaje y, aquí también. Muchas familias no mandan al colegio a sus hijas por temor a que sean violadas en el camino o en el mismo colegio”, como denuncian que ya ha ocurrido.

Violaciones por haches o por bes. Y entre haches y bes también se encuentra la violación como forma de protesta, en tiempos de crisis económicas –que en Mozambique son casi permanentes–, porque dicen que los refugiados les quitan el trabajo.

No es que exista impunidad, pero la recopilación de las pruebas es complicada y pocas de las escasas violaciones denunciadas avanzan hasta la mesa del juez. “Y sobre todo, está el miedo a denunciar”, cuenta Bárbara Pereira. Tenemos acceso al testimonio de una niña congoleña, de 9 años de edad, que acusa de violación a un chico, de 14 años, también congoleño. Este dolor, cercano porque la chica es familia de Ramazini, le hace preguntarse “¿dónde está la Justicia? ¿Dónde está la protección que necesitamos?”. Un dolor acumulado a otros sufrimientos que le hacen concluir que “la vida en Maratane es mediocre y no hay ninguna luz de esperanza para el futuro. Es posible que los niños pierdan su vida”.

 

La pastoral de la música

Para la atención social, educativa, sanitaria o legal, los refugiados de Maratane dependen del ACNUR, y de otras organizaciones de ayuda. Para la atención pastoral, forman parte de la parroquia de San Francisco Xavier, en cuya demarcación está el campo.

Ahí se hace presente Rodenei Sierpisnki. Muchas veces en el centro nutricional, en las iniciativas sociopastorales de la parroquia. Y también, claro está, en la capilla: una nave horizontal, con tres puertas de acceso, varios ventanucos por los que entra poca luz y todavía menos aire, algunas esteras repartidas por el suelo y montones de zapatos por todos lados. Ahí se alternan, cada semana, las tres corales de la comunidad. Hoy le toca a la de Santa María, compuesta por ruandesas que cantan al oído de la Cabeza do Belho, sin necesidad de añadir las palmas que acompañan a la marcha que hizo famoso al comandante Radetzky.

 

[Este reportaje forma parte del Cuaderno Mundo Negro Nº1 sobre Mozambique. Si desea obtener la edición en papel escriba a edimune@combonianos.com]

 

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