El orgullo del suburbio

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Estamos acostumbrados a que Francisco nos sorprenda. En su viaje a Africa ¡él ha sido el sorprendido! “Dios es un dios de sorpresas, pero ¡no estaba preparado para la gran sorpresa que ha sido mi visita a Africa! Las multitudes, la alegría, la capacidad para celebrar incluso con el estómago vacío, su hospitalidad…”, dijo como colofón a un viaje que queda muy lejos en lo informativo, pero muy cerca en la memoria del pueblo africano. Por eso lo quería traer hasta estas páginas.

Su visita al suburbio de Kangemi (Kenia), a la Casa de Caridad de Nakulongo (Uganda) o su presencia, en Bangui, en la iglesia del Salvador y en el hospital infantil le tocaron profundamente. Francisco se ha convertido en el Papa de los pobres y de los marginados, sus preferidos.

Sus visitas y su actitud tocaron el corazón de millones de africanos y, sobre todo, de los más de 2,5 millones que viven en unos100 barrios ilegales de Nairobi, entre los que están Kangemi y el famoso Kibera. Esos suburbios no existen en los mapas, ni en los proyectos de Ayuntamiento o Gobierno. Las casas son de hojalata, los caminos de tierra y oficialmente no hay escuelas, ni centros de salud, ni alcantarillado, ni electricidad, ni agua potable, ni servicios de higiene, ni recogida de basuras. Pero gracias al esfuerzo de su gente, a la colaboración de las Iglesias y las ONG, la vida bulle en ellos, aunque haya de todo menos riqueza.

Para conocer la vida allí, nada mejor que seguir lo que Pamela Akwede –con quien trabajé en el campo de los derechos humanos en Kibera, donde ella vive– le contó al Papa en Kangemi, en nombre de todos los habitantes de los barrios ilegales de Nairobi. “Estoy orgullosa de vivir en un suburbio”, afirmó.

¿Qué hay en esos barrios para que gente como Pamela, que con sus ahorros podría salir de Kibera, continúe viviendo allí? Leamos lo que dijo. “A pesar de las duras condiciones de vida, en estos asentamientos informales vivimos la solidaridad, estamos unidos y somos una gran familia, sobre todo en acontecimientos como nacimientos, bodas y funerales. Somos capaces de superar las divisiones étnicas y religiosas. La creatividad es grande y los vecinos encuentran medios para mejorar su vida”. Las calles están llenas de talleres y comercios al aire libre: restaurantes, salas de televisión, comercios de todo tipo, fabricas de muebles, talleres de reparación, de utensilios, de reciclado… “La gente –subrayó Pamela– nos sorprende por su resistencia y su capacidad de salir adelante a pesar de las dificultades”.

Sí, los suburbios sorprenden. Por eso Francisco, el Papa de las sorpresas, se entendió tan bien con sus habitantes y les cautivó con su sencillez y su interés por lo que viven y por cómo viven. Ambos hablan el mismo idioma: el lenguaje humano.

Pamela, una mujer sencilla, mostró con palabras la causa de la pobreza: “La mayoría de los residentes de los suburbios trabajan en la economía sumergida o como eventuales en las empresas cercanas del área industrial”. Y continuó: “A pesar de los grandes beneficios que esas empresas generan y de los impuestos que el Gobierno recibe, los salarios de los trabajadores son una miseria, insuficientes para cubrir las necesidades familiares. La mayoría de los residentes de esos barrios sobreviven con menos de un dólar al día. Felizmente hay fruta fresca y por 19 céntimos se consigue una taza de té y un buñuelo para llenar el estómago”.

Pamela mencionó cómo los cristianos de lugares como Kibera o Kangemi están orgullosos de sus Iglesias, entre ellas la católica, porque “están en la vanguardia en el servicio a las comunidades, no solo en cuestiones de pastoral y de fe, sino también en el desarrollo humano”. Por todo ello osó pedir al Papa que intercediera “para solicitar del Gobierno mejores prestaciones de servicios aquí, asegurar el desarrollo económico y la propiedad del suelo”.

Francisco respondió en San José de Kangemi: “Tengo la obligación de denunciar las injusticias que mantienen a los habitantes de los barrios marginales en condiciones desesperadas”, y pidió a los gobernantes que reconocieran unos valores que el mundo tanto necesita: solidaridad, celebración, cuidado mutuo, hacer sitio en la mesa, enterrar a los muertos, acoger a los enfermos… “Aunque los valores de los residentes de los extrarradios nunca coticen en la Bolsa, son valores que dan vida y alegría a millones de personas, signos auténticos de una ‘buena vida’. Gracias por recordarnos que otro tipo de cultura es posible”, concluyó Francisco.

Quedan lejanos este viaje y estas palabras del Papa. Pero desde que pasó por Kangemi, donde trabaja mi amiga Pamela, sabía que esa buena gente tenía que llegar a este rincón. Y aquí están.

 

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