El tiempo de los sin miedo

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Diez años después de las revueltas árabes, las sociedades civiles siguen exigiendo «pan, dignidad y justicia»

Pobreza, desigualdad, corrupción, falta de libertades, represión… Esta conjunción de factores provocó las revueltas árabes de 2010 y 2011. MUNDO NEGRO analiza el norte del continente, revisando la evolución de lo acontecido en Túnez, Libia, Argelia, Egipto, Marruecos, Sudán, Sahara Occidental y Mauritania. La lucha por la dignidad continúa.



El tiempo de los humillados había concluido. Diez años antes de que la calle fuera ocupada por millones de personas que exigían un cambio, el primer informe del Programa de Desarrollo de la ONU sobre el mundo árabe –-publicado en 2002 pero elaborado un año antes– daba las claves de la gravedad de la situación y la inconsistencia de un sistema que hacía aguas por todas partes. Entre 2010 y 2011, lo que se pedía de forma consciente era dejar de ser súbditos para convertirse en ciudadanos. La proclama que se hizo célebre rezaba que «El pueblo quiere la caída del régimen». Un grito que una década después sigue resonando con fuerza en ciudades y pueblos de Túnez o Argelia.

El «despertar» árabe, como lo calificaron los analistas de la región, las revueltas que el tiempo dirá si fueron revoluciones, se produjeron en muchos países del mundo árabe, en las regiones del Magreb (norte de África) y de Oriente Próximo.

«Fue como un episodio sísmico en un sitio de alta inestabilidad porque había una serie de condicionantes previos, de corrupción, falta de libertad, frustración hacia el futuro y una fractura generacional muy fuerte. Esto provocó dos terremotos con epicentros en El Cairo y Túnez. Esta vez, el origen no estaba en el este sino en el norte de África. Un choque sísmico que provocó una ola de protestas desde el Atlántico al Golfo, con un impacto distinto en cada uno de los países, por la fuerza de la ola, por cómo llegó esta, por las pautas de movilización, el tamaño de la frustración y cómo se habían gestionado situaciones anteriores. Hubo “edificios” sólidos capaces de detener la ola, otros maleables que se inclinaron para evitarla y volver a enderezarse, y otros que colapsaron. Eso fue lo que empezó en diciembre de 2010 y terminó en marzo de 2012. Lo posterior es cómo, a día de hoy, se siguen gestionando sus consecuencias», analiza Eduard Soler, investigador senior del CIDOB, en una entrevista –online con MUNDO NEGRO.

20 de enero de 2021: un tunecino protesta –imagen de la derecha– contra el toque de queda decretado por el Gobierno para frenar el coronavirus. Fotografía: Yassine Gaidi/GETTY. Arriba: 9 de febrero de 2011 vigilia en la plaza Tahrir (El Cairo) por las víctimas de la represión contra la revuelta popular. Fotografía: Kuni Takahashi/GETTY



«Mohamed ha iniciado una revolución en todo el mundo árabe», aseguraba Mannubia, madre de -Mohamed Bouazizi, desde la puerta de su humilde casa en Sidi Bouzid. Hacía unos días que su hijo se había quemado a lo bonzo tras sentirse humillado en un altercado con la policía. Su muerte provocó una reacción de protestas en la calle que obligó a -Zine Abedine Ben Ali –presidente de Túnez durante 23 años– a abandonar el poder y exiliarse en -Arabia -Saudí. «¿Qué habría pasado si la persona que abofeteó a Bouazizi, en vez de -una mujer hubiera sido un -hombre? ¿Se habría sentido indignado de la misma forma?, ¿habría -pedido con la misma vehemencia que le recibieran en la subprefectura y, al no conseguirlo, se habría quemado a sí mismo? No fue solo que le hubiesen confiscado el carro de fruta, sino que se sintió agredido por una agente de policía. ¿Qué habría pasado si la Policía no hubiera sido tan cafre en la represión de los funerales de -Bouazizi?», se pregunta Soler, quien en 2011 investigó en Túnez los hechos y comprobó que los protagonistas del cambio también se sorprendieron del alcance de su acción.

Las miradas estaban puestas en Egipto desde hacía años, atención que se resumía en el insistente aforismo con el que el escritor Alaa al Aswany cerraba sus columnas en la prensa árabe: «La democracia es la solución». Y por eso se observaba con interés el desarrollo de movimientos de protesta como Kifaya («Basta», en árabe), las movilizaciones en Majal al Kubra, o las -reacciones a la muerte de Jaled Said tras una brutal paliza en un cibercafé de Alejandría.

Las causas permanecen

Una de las principales conclusiones al volver la vista a hace diez años es que los elementos que provocaron «el despertar árabe» siguen vigentes. Las pésimas condiciones estructurales, la erosión de la legitimidad de los regímenes, la frustración social, la brecha generacional o la crisis de los precios de los alimentos que impulsó las revueltas en 2010 se repiten ahora por la situación provocada por la COVID-19. Nada ha cambiado en esta década respeto a las economías rentistas de estos países, su vulnerabilidad y dependencia de las ayudas externas o de sectores que en la actualidad están bajo mínimos, como el turismo. Como tampoco ha variado la forma de proceder del entramado estructural de los países afectados por el «despertar árabe», que vivieron un cambio centrado más en el exterior. Así lo demostró la asonada de 2013 en Egipto, con la que los militares se hicieron con el poder e instauraron un sistema dictatorial y represivo más férreo que el implantado por el exmandatario Hosni Mubarak. Incluso, es posible que se haya retrocedido durante esta década en la capacidad de difusión de los acontecimientos, en burlar la censura y ser capaces de mostrar al mundo lo que está pasando en las calles árabes, algo que fue significativo hace 10 años y que permitió su emulación en muchas partes del mundo. En la que los analistas califican como segunda ola de las revuelta –la primera fue en 2010-11, la segunda comenzó a finales de 2018–, las protestas no parecen poder beneficiarse del efecto «bola de nieve» que se generó a nivel regional.



2 de mayo de 2012. Líderes políticos de la oposición en Mauritania encabezan una manifestación contra el entonces presidente del país, Mohamed Ould Abdel Aziz. Fotografía: STR/Getty


Dos líneas

«En la actualidad hay dos líneas de investigación, la primera se -pregunta por qué no han tenido éxito, para centrarse en que no se articularon suficientemente los movimientos de protesta, en la fragmentación de las tendencias políticas, y que pone la responsabilidad de la frustración en los que lideraron la expectativa de cambio. Y la otra línea, en la que trabajo de forma directa, analiza el éxito de los que intentaron evitar el cambio. Vemos una paciencia estratégica por parte del los fullul –los herederos del antiguo régimen–, quienes, tras un período de discreción, están volviendo con la lógica de explotar la nostalgia de un pasado estable. En 2011 y 2013 la Policía egipcia mantenía una actitud que favorecía que las cosas se pudriesen, para alimentar el descontento con el mal gobierno de los Hermanos Musulmanes… Tenemos que entender el fracaso», añade Soler tras confirmar que «está claro que la estrategia de los movimientos contrarrevolucionarios ha tenido éxito porque han sabido aplicar la lógica de la espera y ahora recogerán sus frutos en Túnez, donde la frustración es inmensa», después de haberse impuesto en Egipto.

Entre el cambio y el bloqueo

Además, durante esta década la nueva dinámica geopolítica en la región ha acentuado la configuración en dos bloques. «Las alianzas tienen un fuerte contenido ideológico: turcos y qataríes son partidarios del cambio y la democracia; mientras que emiratíes, egipcios y saudíes bloquean tanto al islamismo como a la modernidad», añade Soler, mostrando el efecto que esta división también tiene sobre el norte de África, porque se acaba traduciendo en que lo importante es «consolidar su posición, debilitar al rival, sin importar las expectativas de la población. Es más importante que tu rival pierda, aunque tú no ganes. Es la lógica de una suma negativa destructiva».

En 2021 el malestar no ha dejado de crecer y la COVID-19 está condenando a crisis económicas –e incluso de subsistencia– que se están viendo reflejadas en el aumento significativo del número de personas, la mayoría magrebíes, que se juegan la vida para llegar a Europa desde finales de 2020.

Las revueltas árabes fueron emuladas en otras partes del mundo en 2011 y en los años siguientes. Pasó en Costa de Marfil, Madrid con el 15M, los movimiento occupied, India o Hong Kong. La cuestión es si la movilización es capaz de provocar el cambio que lleve al bienestar y la justicia social. Ese sigue siendo el objetivo que muchas personas en el norte de África esperan alcanzar algún día.   

Fotografía: Jdidi Wassim/Getty


Túnez


¿Volver a empezar?

Nabila Hamza, socióloga y activista feminista, trabaja en el programa MedDialogue for Rights and Equality, de la UE: «La transición pide tiempo, reflexión, a la vez que necesita ser impulsada… Han pasado diez años de transición democrática, hemos elegido en la Constitución un régimen parlamentario con cierto poder para el presidente de la República, pero no es fácil pasar de un régimen centralizado a uno parlamentario. La situación actual en Túnez hace que tengamos un Parlamento ingobernable, han pasado ocho Gobiernos en una década. La inestabilidad política es tremenda. Se han hecho cosas. Hemos cambiado la Constitución, sacado las leyes de libertad de expresión, de prensa, igualdad hombre-mujer, laicidad…, pero hemos olvidado los verdaderos problemas por los que hubo una revolución en Túnez, que son la pobreza, el cambio económico, la disparidad entre la costa y el interior del país, el desempleo. La situación debido a la crisis sanitaria por el coronavirus no la habíamos vivido nunca, los jóvenes sienten rabia y cólera porque no tienen trabajo ni medios, y además están encerrados en sus casas. Vivimos una intifada en los barrios populares, el país está en ebullición y hay miedo a que vuelva la maquinaria represiva que conocimos en la época de Ben Ali. Los que protestan, se hacen llamar “the wrong generation”, la “generación de los que no deberían haber nacido”. Es gente de barrios populares, ultras de fútbol, jóvenes en contra de la ley que penaliza a los fumadores de cannabis, LGTB, oenegés clásicas, licenciados en paro, doctores, víctimas de la revolución (heridos)… Con ellos coincidimos los movimientos tradicionales en el llamamiento por la libertad y la dignidad. Soy optimista por la sociedad civil que tiene Túnez, la fuerza de la resistencia, los viejos movimientos militantes y, sobre todo, los nuevos, compuestos por personas que no se achantan ante nada».



Fotografía: Khaled Desouki/Getty


Egipto


¿Nueva travesía del desierto?



«La electricidad que aquel enero atravesó Tahrir, transfigurado en un insólito ejercicio de reunión entre sectores sociales y políticos de Egipto que jamás habían coincidido, se extinguió en una amarga década de disputas y tragedias personales y colectivas, al ritmo de un nuevo caudillo que aprendió todas las lecciones de la primavera sepultando las libertades en nombre de la moral pública o la seguridad nacional», escribía Francisco Carrión, corresponsal de El Mundo en Egipto en su análisis de la primera década tras las revueltas árabes.

El golpe de Estado con el que los militares arrebataron el poder al primer presidente elegido en las urnas, el islamista Mohamed Morsi, marcó un declive que parece no tener límites. El 60 % de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y hay más de 60.000 disidentes en prisión. El autoritarismo impuesto por el mariscal Abdelfatah al Sisi ha enterrado la revuelta que logró derrocar a un dictador.

Algunos analistas apuntan el éxito del «divide y vencerás» como principal causa de la deriva del país, la incapacidad de las fuerzas políticas de unirse una vez que expulsaron del poder a Hosni Mubarak. Esto es lo que llevó a que la elección para la población, y para la comunidad internacional, fuera entre los islamistas y los militares.



Fotografía: NURPHOTO/Getty


Argelia


¿Atrapados por el coronavirus?

Fayçal Oukaci es redactor jefe del diario El Hayet: «Los pueblos pueden influir en los regímenes. La sociedad no ha cambiado desde las revueltas de 2011, pero países que se dicen avanzados como EE. UU., Gran Bretaña o Francia, han contribuido al empobrecimiento del continente africano, apoyando a regímenes dictatoriales que les son dóciles y fieles. Mientras Occidente critique a esos regímenes seguirá adoptado un comportamiento hipócrita. Creo que la próxima década no será “rosa”. Habrá más tensiones por la crisis económica generada por la pandemia mundial, más manifestaciones en las calles y más pobreza en la región magrebí o saheliana. En el caso de Argelia, debe reencontrar el camino de la confianza entre los gobernantes y el pueblo, dirigiéndose más hacia la credibilidad, la legitimidad en las elecciones, y menos a la corrupción del poder. Todos los responsables del antiguo régimen están en la cárcel. Eso debería servir como lección para los nuevos responsables».

Zine Lamine Ghebouli es investigador y un activista político muy participativo en redes sociales: «2011 sirvió para que la gente en la región comprendiera que lograr un cambio democrático conlleva un largo proceso. La persistencia y hacerlo de forma pacífica es la gran lección aprendida. Hasta las revueltas, los activistas de la sociedad civil se estaban escondiendo siempre, huyendo del acoso judicial, y manteniendo un perfil bajo para evitar ser arrestados, pero lo que se vivió les permitió organizarse y crear una estructura para ayudar a la sociedad a hacer lo que el Estado era incapaz de asumir, trabajando con alternativas para reemplazar a los regímenes políticos. Creo que los mandatarios de la región tienen que escuchar a la gente y mejorar su gestión, lo que puede llevar al surgimiento de una nueva élite política, porque si no lo hacen la región volverá a bullir y amenazará no solo al sistema sino también a la nación-Estado. En Argelia, a pesar del movimiento de protesta de 2019-2020 que ha cuestionado a la escena política, no han cambiado las cosas porque los argelinos siguen viviendo bajo la misma marginación socioeconómica y política. La elección de Abdelmadjid Tebboune en 2019 no era la respuesta, el país necesita entrar en un proceso genuino y profundo de democratización para restablecer la confianza entre los dirigentes y el pueblo. Las autoridades deben garantizar libertades civiles y políticas, un diálogo sincero entre los argelinos para alcanzar un nuevo pacto político». 



Fotografía: Fadel Senna/Getty


Marruecos

¿El triunfo de la tecnocracia?

Monein El Amrani es periodista y analista político: «Las inercias fueron más potentes de lo que se creía y tuvieron una reacción muy rápida, y en muchos casos, desgraciadamente, violenta contra las aspiraciones expresadas por los jóvenes que se manifestaron en las calles. Una revolución necesita tiempo, es como una carrera de fondo, y las élites políticas y económicas en el Magreb no supieron o no quisieron aprovechar lo que representó la llamada Primavera Árabe. La gente tiene prisa, quiere que mejore su situación rápidamente. En los países donde todavía hay conflicto armado no podemos pedirle más a la sociedad o a los partidos, pero sí que podemos hacerlo en Túnez o Marruecos, aunque los regímenes salieron reforzados porque supieron mantener el control sobre los marcos de la intermediación política y social, y esto viene reforzado por el lugar que ocupa la religión en las sociedades árabes. Es una década de incertidumbres por múltiples razones: la pandemia, la crisis que viven países cercanos a la región árabe, sobre todo en Europa, la crisis del modelo democrático de representación parlamentaria y el auge de ideologías centristas y nacionalistas. Hay que observar cómo evolucionarán Túnez o Argelia. En Marruecos hay que hacer una reforma radical del sistema de educación pública, así como una distribución justa de la riqueza nacional. Quizás esto deba pasar por un entendimiento “histórico” entre las fuerzas políticas del Reino: monarquía y partidos políticos, un frente de renovación democrática como el que hicieron los partidos históricos de Marruecos a principios de los 90, y que terminó con la llegada de la oposición al poder, con Abderrahmane Yussufi como jefe del Gobierno. Se necesita más democracia, más libertad y más justicia».



Sahara Occidental
¿Contra el olvido?



Bachir Mohamed Lahsen es periodista independiente y académico: «Nadie imaginaba que los regímenes dictatoriales podían caer como las hojas de un árbol, aunque no hayan sido los resultados que esperaba la población árabe. Se puede derrotar a los dictadores y lograr la libertad. Cualquier dictador tiene que pensar que puede caer cuando haya una revuelta, cuando la población se harte, se organice, y cuando se den las circunstancias de nuevo se volverán a caer los regímenes dictatoriales en el mundo árabe. En cultura democrática, instituciones, elecciones, la sociedad civil ha retrocedido pero también ha avanzado en otros, donde no han caído los regímenes hubo cambios aunque luego vimos que son de forma y no de fondo, como en Marruecos o Argelia. La sociedad civil está más unida, sabe que se puede organizar. Cuando se eleva el nivel de represión y se cortan libertades fundamentales, se dan los primeros pasos de la revolución. Creo que en la próxima década nos esperan otras revueltas, para poder liberar a los países, espero que haya cambios en las repúblicas. En el Sahara Occidental, los saharauis deben seguir con la guerra para que evolucione la situación, y no se vuelva a estancar. La historia demuestra que los buenos acuerdos de paz llegan tras la guerra. La Europa de hoy no se puede entender fuera del contexto de la Segunda Guerra Mundial que destruyó Europa. Como en Libia donde se están sentando las bases para un acuerdo pacífico en el reparto del poder entre las diferentes facciones; eso ha llegado tras una guerra de casi 10 años. Estoy seguro de que si avanza la guerra llegaremos a una acuerdo».




Mauritania
¿El cambio silencioso?

Mohamed Lamine Brahim es periodista y analista político: «El cambio tiene que venir desde dentro. La injerencia externa en las revoluciones árabes fue uno de los factores determinantes que explican su fracaso. Además del intento de algunos de que las revueltas tengan un carácter religioso, algo que choca con la idea de una sociedad civil promovida durante las movilizaciones. Estos dos hechos han frenado el cambio en el mundo árabe. Hay un llamativo cambio conceptual, los conceptos de revolución y democracia para los jóvenes árabes ahora tienen otra acepción y han adquirido otro significado que se relaciona más con la guerra civil, el miedo y el futuro incierto. Ahora predomina la fractura y la división en el seno de las sociedades árabes. Lo que pasó en el mundo árabe fue un terremoto y sus consecuencias aún están por verse. Quizás el hecho de que Mauritania esté ubicado entre el Mundo Árabe y África explica que el cambio se dio más por la vía africana. Para mantener la estabilidad, Mauritania debe profundizar en la idea de la justicia social y crear nuevas oportunidades que permitan a los jóvenes tener acceso a un empleo digno. Hay que apostar por una educación que capacite a los jóvenes y les de oportunidades en la vida. El actual gobierno está trabajando en esa línea. La clave está en la economía. Esto puede hacer que Mauritania se blinde ante lo que ha sucedido en otros países árabes».

Sudán
¿Trabajar la unidad?

El proceso de transición, marcado inicialmente para tres años, está permitiendo que el país vaya curando las heridas internas de décadas de autoritarismo y represión. La apuesta por establecer una relación fructífera y estable el vecino Sudán del Sur, y de limar las diferencias con los rebeldes y grupos no musulmanes que conviven en el país es el gran acierto de una revolución muy compleja.

Consciente de sus limitaciones, en menos de año y medio se han trabajado tanto las cuestiones internas como la relación con la comunidad internacional y en especial con EE.UU. para que retire a Sudán de la lista de países que apoyan el terrorismo, lo que impide normalizar sus relaciones comerciales y activar la inversión.

Libia
¿Resurgir del caos?



«Libia es un estado fallido, no cumple las funciones ni las delega en otras organizaciones, milicias, tribales, ayuntamientos, no es un estado funcional y como conflicto hablamos de un conflicto cebolla con múltiples capas que lo forman», expone con contundencia Eduard Soler.
Además, como ha podido comprobarse durante la última década el conflicto libio y las decisiones que se toman sobre su rico territorio están en el marco de agravios territoriales, provinciales, tribales, junto con las diferencias entre potencias regionales e internacionales. «El elemento más importante es el enfrentamiento, la guerra fría suní, y una dimensión internacional, europea, la rivalidad entre Francia e Italia, además de un espacio donde Rusia, China, EEUU hacen su juego. Aunque de los conflictos regionales es en el que la dimensión europea es más potente. En 2011 la UE fue incapaz de reaccionar, lo hizo cuatro años después en clave de riesgo, en negativo, porque se estaba viviendo crisis migratoria y por los atentados de Bataclan (París). Y cuando Europa se vuelve a fijar en el sur ya no lo hace en clave de optimismo de cambio de 2011, sino que con gafas securitarias y los miedos agitados por la situación migratoria». 2020 acabó con un importante acuerdo entre las facciones y la promesa de elecciones legislativas el próximo mes de diciembre. Esta posible reducción de la tensión hace que pueda comenzar esta década como uno de los países de la región más estables.



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