Érase una escoba que no salió en la foto

Por Javier Fariñas Martín Es una pena que el rincón donde esto se publica en la edición en papel de Mundo Negro no tenga hueco para una fotografía. Aquí, en Internet, en las tierras del espacio sin fin, no habría problema. Pero en el histórico papel es diferente. Una resma de 68 páginas, ni una más ni una menos. No estoy aprovechando la libertad de la Red para pedir ni más espacio que de costumbre ni una ventana fija para una imagen que ilustre, cada mes, estas palabras. Simplemente en esta ocasión me duele que no sea así.

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Es una pena que el rincón donde esto se publica en la edición en papel de Mundo Negro no tenga hueco para una fotografía. Aquí, en  Internet, en las tierras del espacio sin fin, no habría problema. Pero en el histórico papel es diferente. Una resma de 68 páginas, ni una más ni una menos.  No estoy aprovechando la libertad de la Red para pedir ni más espacio que de costumbre ni una ventana fija para una imagen que ilustre, cada mes, estas palabras. Simplemente en esta ocasión me duele que no sea así. También es cierto que podía haber tenido la valentía de sustituir con una (fotografía) todo lo que intentan sumar otras (las palabras). Pero ni he tenido la osadía ni me he permitido la licencia. Aunque, eso sí, por la parte que me toca, en solidaridad y rebeldía con la falta de hueco para esa instantánea, aquí también escribo huérfano de foto.

La imagen en cuestión era la de una mujer burkinesa barriendo una calle de Uagadugú con una sencilla escoba. Agachada, se afanaba en agrupar en pequeños montones la suciedad para luego recogerla y quitarla de allí. No era suciedad cotidiana, eran los restos de una de las manifestaciones que la población burkinesa ha protagonizado en las últimas semanas para evitar que nadie les usurpe el sueño de la libertad, de la democracia, de la dignidad. Después del golpe de Estado de Gilbert Diendéré –que fracasó en buena medida porque la gente se echó a la calle para impedir que nadie pusiera freno a la transición, después de décadas de dictadura de Blaise Compaoré–, los burkineses han seguido en la calle para demostrar a los que mandan que nadie evitará ver cumplido su anhelo. Y, además, después de protestar, de gritar, de clamar por la justicia, se disponen a barrer la calle para demostrarse a sí mismos y al mundo entero que con una simple escoba se puede hacer justicia al sobrenombre de “la tierra de los hombres dignos” con el que se conoce a esta tierra de pobreza y valentía.

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