Gambia se quita la mordaza

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13 años de la muerte del periodista Deyda Hydara

 

Por Javier Taeño y Alba Alserawan / Banyul (Gambia)

 

Durante 22 años Gambia ha sido uno de los peores países del mundo para el ejercicio de la libertad de expresión. El régimen de Yahya Jammeh persiguió, torturó y asesinó a periodistas y medios que eran contrarios al régimen en un clima de impunidad que ahora el nuevo Gobierno de Adama Barrow intenta cambiar.

 

Puedo asegurar que va a haber total libertad de prensa. Garantizo que vamos a abolir los 15 años de prisión que contempla la Ley de Información y Comunicación». Demba Jawo es tajante: Gambia no será nunca más uno de los predadores de la prensa que denuncia anualmente Reporteros Sin Fronteras. «Queremos más y más medios independientes, nadie va a cerrarlos. Queremos televisiones y radios privadas. Queremos que los medios tengan la programación que ellos quieran y, por supuesto, puedan criticar y juzgar al Gobierno».

Periodista en el exilio durante un tiempo, Demba Jawo, ministro de Información en el Gobierno de Adama Barrow, prometió acabar con la draconiana ley de 2009 y su posterior enmienda, de 2013, que contemplaba hasta 15 años de prisión y 64.000 euros de multa por la «difusión de noticias falsas contra el Ejecutivo de Gambia o sus funcionarios».

Matar, secuestrar o encarcelar a periodistas para acallar las críticas era el método más eficaz de un régimen que durante 22 años actuó con total impunidad a la hora de perseguir y condenar cualquier resquicio de libertad de prensa. El Gobierno de Jammeh –en el poder desde 1994, tras un golpe de Estado, hasta diciembre de 2016– cerró medios de comunicación, acosó y amenazó a periodistas y convirtió el país en un territorio hostil a la información, donde la única salida segura era exiliarse.
«Fue horrible. Desde el principio hubo desapariciones y arrestos de periodistas independientes, pero a partir del año 2000 empezó a haber también asesinatos», revela Jawo, que en ese momento era presidente de la Unión de Prensa Gambiana. «Al final o te marchabas o corrías el riesgo de morir».

Pap Saine nunca pensó en huir. No lo hizo cuando le encarcelaron. Tampoco cuando su familia le presionó para que abandonase el país lo antes posible ante las amenazas del régimen. Ni siquiera cuando asesinaron a su mejor amigo y compañero, Deyda Hydara. En todo este tiempo su mayor obsesión ha sido continuar día a día la labor que comenzaron juntos hace décadas: hacer periodismo. Tan simple y tan difícil en la Gambia de Jammeh. «Estábamos dispuestos a morir por la libertad de prensa. Hemos luchado 22 años contra las leyes de Jammeh. Queríamos promover la democracia y la buena gobernanza», cuenta Saine con la vehemencia y la convicción de quien todavía no ha cejado en su lucha.

Amigos de la infancia, en su juventud Pap y Deyda fundaron una radio privada y, tiempo después, en 1991, el primer tabloide de Gambia, The Point, que se convertiría durante años en el azote del régimen de Jammeh y en buque insignia de la libertad de prensa en un país calificado por Human Rights Watch como «el Estado del miedo».

La organización ha denunciado docenas de desapariciones de personas críticas con el régimen. Las Fuerzas de Seguridad, apoyadas por grupos paramilitares como los ­Jungulers, han actuado con total impunidad en un procedimiento tan sencillo como implacable: primero llegaban las amenazas y la intimidación, después el encarcelamiento y las multas y, finalmente, los secuestros, la tortura y el asesinato. En tiempos de Jammeh el férreo control sobre los medios de comunicación y las redes sociales provocó el corte de los canales por los que los ciudadanos se comunicaban con la diáspora en el extranjero. Así, Internet, el teléfono y los servicios de mensajería instantánea dejaron de funcionar en numerosas ocasiones.

 

Un lector lee Good Morning Mister President!, la columna que Hydara firmaba en Le Point. Fotografía:Alba Alserawan

Motor del cambio

La oposición había marcado la fecha en rojo en el calendario. El 1 de diciembre de 2016 se iban a celebrar elecciones presidenciales en Gambia y por primera vez en la historia del país todos los partidos opositores iban a acudir unidos en torno a Adama Barrow, un próspero empresario. Las esperanzas de acabar con el régimen eran escasas y organizaciones como Amnistía Internacional alertaron que durante los comicios se produjeron «serias violaciones de los derechos humanos» y los votantes «no pudieron expresarse libremente sin miedo a la represión».

Pero los resultados mostraron que Jammeh se había quedado solo. La oposición se llevó la victoria y el dictador aceptó el veredicto del pueblo y garantizó que en Gambia habría una transición pacífica. Sin embargo, unos días después y deseoso de perpetuarse en el poder, denunció «irregularidades en el proceso» y exigió la repetición de los comicios.

«Estábamos hartos. Nos reunimos varios activistas en mi casa y decidimos que teníamos que hacer algo. No podíamos aceptar que Jammeh se mantuviera en el poder tras perder las elecciones. Así nació #GambiaHasDecided (Gambia ha decidido). Era una frase que él mismo había dicho después de los comicios. Fue un éxito. La gente se adueñó de ella y en cuestión de horas ya estaba por todos lados. Se nos fue de las manos», cuenta Salieu Taal, uno de los principales impulsores de la etiqueta.

En las trincheras del poder el régimen intentaba sobrevivir, mientras el pueblo gambiano salía a las calles para enseñarle la puerta de salida. La gente se negaba a seguir inmóvil tras más de 20 años de caciquismo y violaciones de los derechos humanos. Ni la represión ni el miedo arredraron a un pueblo que quería recuperar la democracia.

«Los gambianos necesitaban cambios. Querían el fin de la autocracia, el fin de las torturas, que hubiese un buen Gobierno… Fuimos capaces de unir a todos en las esperanzas de democracia y cambio», asegura Taal.

La espera fue larga. 52 días de incertidumbre y mensajes cruzados. 52 días en los que muchos gambianos se marcharon a los pueblos por temor a arrestos y saqueos. 52 días, en definitiva, que escondían 22 años de violencia, miedo y represión. Mientras tanto, la decisión sobre el futuro de Gambia se tomaba fuera de las fronteras del país. La Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), capitaneada por Senegal y gran defensora de la transición democrática desde que se conocieron los resultados, daba un ultimátum a Jammeh y le emplazaba a ceder el poder a Barrow antes del 19 de enero. En caso contrario intervendrían militarmente.

Pasó el 19, pasó el 20 y finalmente el 21, tras las presiones internacionales y la intervención decisiva de la CEDEAO, el dictador se subió a un avión con destino Guinea Ecuatorial. Gambia había decidido.

 

La plantilla al completo de The Point delante de la sede de la publicación. Fotografía: Alba Alserawan

 

Good Morning Mr. President!

Hacía unas semanas que Deyda Hydara había dejado de escribir Good Morning Mister President! La columna que publicaba diariamente en The Point en la que le contaba a Jammeh los problemas que enfrentaban los gambianos había tenido mucho éxito entre la población, pero también había servido para que el Gobierno le tuviera en el punto de mira. En la temida lista negra.

Las amenazas de muerte cada vez eran más frecuentes y su mujer le pedía casi a diario que aceptara el estatus de refugiado y se fuera a Reino Unido con el resto de la familia. Unas súplicas infructuosas pues él seguía creyendo en los valores sobre los que había fundado The Point junto a su amigo Pap: justicia, democracia y lucha contra las prohibiciones a la libertad de expresión del dictador.

Corría el año 2004 y el Gobierno de Jammeh había puesto en marcha su política represora con cierres de periódicos, desapariciones de periodistas y torturas. Deyda era el siguiente. El día elegido no fue casualidad, era el decimotercer aniversario de la fundación del periódico. También el cumpleaños de su mujer.
«El 16 de diciembre era siempre el día más feliz del año para mi familia porque era el cumpleaños de mi madre y el cumpleaños del periódico, pero desde que mataron a mi padre no tenemos nada que celebrar», relata Nelly Hydara con lágrimas en los ojos y la voz entrecortada. Ella, la hija mayor de Deyda, estaba en casa ese día cuando sonó el teléfono por la noche: su padre había sido asesinado.

No hay rincón en la redacción de The Point, el mismo edificio que hace 13 años, que no evoque a su antiguo director. Una foto suya sobre el marco de la puerta de entrada muestra que sigue presente en cada reunión de los redactores, en cada sonido de las teclas de los viejos ordenadores, en cada ejemplar publicado. Los carteles que adornan las paredes de los sucesivos aniversarios de su asesinato recuerdan que su muerte sigue sin resolverse y que los responsables nunca han sido llevados a la Justicia, aunque tanto las autoridades como las organizaciones internacionales saben quién fue el responsable: el Gobierno de Yahya Jammeh.

«Era muy tarde cuando salimos de la redacción, por lo que Hydara se ofreció a llevarnos a otra compañera y a mí a casa. Cuando íbamos por la autopista, un taxi nos adelantó y sus ocupantes empezaron a disparar. Deyda recibió varios tiros, a mí me dieron en una pierna. Todavía estaba vivo cuando le llevaron al hospital», recuerda Nyan Jobe, una veterana de The Point que lleva dos décadas en el rotativo.

«Deyda era un gran periodista. Nunca tenía miedo. Cada vez que le advertías del peligro que corría enfrentándose a Jammeh te contestaba que solamente estaba haciendo su trabajo. Era un hombre entre un millón, una de las mejores personas que he conocido», explica entre lágrimas.

La amargura y la tristeza todavía inundan la voz de Pap Saine cuando recuerda el día que perdió a su mejor amigo. Relata cada detalle con una precisión milimétrica, reflejo de que esa historia lleva persiguiéndole más de una década. «Era la boda de mi hermano, pero Deyda nunca llegó a la ceremonia. Me llamaron y me contaron lo que había pasado. Me desmayé. Cuando llegamos al hospital ya era tarde. Estaba muerto», rememora Pap, que tuvo que pasar la noche escondido en el centro sanitario para no correr la misma suerte.

 

Un grupo de senegaleses protestaba contra el asesinato del periodista ante una delegación gambiana en Dakar. Fotografía: Getty Images

Reconocimiento a las víctimas

Días, semanas y meses sin respuestas. Sin culpables. Sin justicia. 2004 acabó con el asesinato impune del director de uno de los periódicos más importantes del país y fue el preludio de una ola de represión que alcanzó a todos los estratos sociales. Las víctimas se sentían impotentes ante una violencia que no habían conocido antes. «Todos estos años duelen mucho. Es terrible perder a un padre como yo lo perdí. Sabemos quiénes fueron los asesinos y el nuevo Gobierno debe demostrar que Jammeh dio la orden», dice con dolor Nelly Hydara. «Necesitamos justicia, solo justicia», remarca.

Esa palabra representa mejor que ninguna el sentir general de los gambianos. En un país en el que apenas viven dos millones de personas, es difícil encontrar una familia en la que al menos uno de sus miembros no haya sido represaliado. El Gobierno de Barrow tiene que lidiar con una sociedad que necesita respuestas y garantías de que por fin Gambia es un lugar en el que cualquiera se puede expresar libremente. El riesgo de que haya conatos de venganza aún es alto.

«No va a haber una amnistía. La gente que ha asesinado o ha torturado debe enfrentarse a la Justicia, pero también hay muchas personas que han trabajado para el régimen como funcionarios. No se puede medir a todo el mundo igual… Lo principal es que nuestra Comisión de la Verdad y la Justicia descubra a los responsables y que las víctimas sean reconocidas», defiende Jawo.

Deyda es el primer ejemplo. El Gobierno gambiano ya ha dictado una orden de arresto contra dos sospechosos de haber cometido el crimen, aunque se ha encontrado el problema de que ambos se encuentran fuera del país, lejos de la Justicia gambiana.

«Hemos sufrido mucho, pero estamos listos para un nuevo comienzo. El Gobierno actual luchó contra Jammeh y ahora está en sus manos cambiar las cosas», concluye Nelly Hydara con una sonrisa antes de mostrar un último deseo: «Ojalá que por fin todos los medios puedan informar con total libertad».

 

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