Gritos de sufrimiento

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EDITORIAL DEL NÚMERO DE NOVIEMBRE



MUNDO NEGRO quiere ser una ventana para contemplar la belleza de África. La mayor riqueza del continente son los africanos y las africanas, y es un gozo mostrar a través de estas páginas su creatividad cultural, sus logros o el dinamismo de sus comunidades cristianas. Con todo, la realidad se impone con tal dureza que, de vez en cuando y sin buscarlo, la revista se llena de gritos de sufrimiento. Es el caso de este número.

Zimbabue está sorteando la crisis sanitaria provocada por la COVID-19 con niveles bajos de contagios y de personas fallecidas aunque, como la mayoría de los países del mundo, no escapa a los efectos colaterales de la pandemia. Pero son sobre todo las malas decisiones de sus políticos en su historia reciente las que han convertido a Zimbabue en un lugar difícil para vivir (pp. 18-23).

Al grito de sufrimiento de los zimbabuenses se une el de los habitantes de Cabo Delgado (pp. 24-27). En pocos años, este rincón del norte de Mozambique ha pasado del anonimato a engrosar la lista de territorios ricos en recursos naturales y en conflictos. Dos elementos que muy sospechosamente y con demasiada frecuencia caminan juntos en África. Lo mismo sucede al este de República Democrática de Congo, donde riqueza del subsuelo y muerte siguen conjugándose juntas. Diez años después de la publicación por la ONU del –Informe Mapping (p. 14), siguen sin respuesta los 617 casos de graves violaciones de derechos humanos documentados en este país entre 1993 y 2003. A esta zona pertenecen las fotografías de Isabel Muñoz (pp. 28-33), en las que contemplamos el larvado sufrimiento de las mujeres congoleñas, cuyos cuerpos han sido –y son todavía– campo de batalla de la codicia humana.

Otro grito de sufrimiento proviene de la isla italiana de Lampedusa (pp. 34-39). Este enclave, para bien o para mal, se ha convertido en símbolo del dolor inmenso de las personas migrantes. Hasta allí quiso acercarse el papa Francisco el 8 de julio de 2013, en su primer viaje oficial fuera de Roma, para orar y tener un gesto de cercanía con las personas que cruzan el Mediterráneo y que tantas veces encuentran la muerte. En aquella ocasión, el Papa invitaba al despertar de las conciencias para evitar ese holocausto casi cotidiano a las puertas de Europa. Un par de meses después, 366 personas morían ahogadas cerca de Lampedusa. Y el goteo de muertes no se ha interrumpido hasta hoy.

¿Por qué arriesgan sus vidas? Unos escapan de la guerra, de la persecución o de las catástrofes naturales; otros buscan legítimamente las condiciones de un futuro mejor para ellos y sus familias. Pero ¿no será la escandalosa injusticia del mundo la razón última de esta huida de la tierra de sus antepasados? Tal vez acertara en su análisis el Premio Nobel de Literatura José Saramago cuando escribió: «El desplazamiento del sur al norte es inevitable; no valdrán alambradas, muros ni deportaciones: vendrán por millones. Europa será conquistada por los hambrientos. Vienen buscando lo que les robamos».

En Fratelli tutti, Francisco critica las actitudes xenófobas contra las personas migrantes, propias de gente cerrada y replegada sobre sí misma. Y añade: «Es inaceptable que los cristianos compartan esta mentalidad y estas actitudes, haciendo prevalecer a veces ciertas preferencias políticas por encima de hondas convicciones de la propia fe: la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión, y la ley suprema del amor fraterno». 

Como cristianos y como seres humanos no debemos acostumbrarnos al sufrimiento del otro, como si fuera algo que no tiene que ver con nosotros, que no nos importa ni nos concierne. Ese es el inicio de la deshumanización.

Fotografía: Óglaigh na hÉireann (Creative Commons)


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