«Hablamos de millones de años como el que habla de tomarse unas cañas»

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Antonio Rosas, paleoantropólogo del CSIC

El paleoantropólogo Antonio Rosas de pequeño jugaba a recoger huesos. Años después sigue en ello. En la actualidad investiga cómo los homínidos comenzaron a caminar. Las preguntas del equipo investigador les han llevado a las selvas primarias de Guinea Ecuatorial, trabajo que retomarán cuando el coronavirus les deje.



¿Qué están buscando en Guinea Ecuatorial?

Estamos tratando de encontrar evidencias que nos hablen de la evolución humana. Sabemos que el origen de la Humanidad viene de África. Desde los años 60, toda la información procede fundamentalmente de los países del este, Etiopía, Kenia, Tanzania o Malaui, y del sur. Argelia y Marruecos están entrando en escena en el norte, pero del oeste y el centro, que supone la mayoría del continente, apenas tenemos información de qué es lo que ha ocurrido y qué nos puede decir sobre nuestro origen y nuestra evolución.

Antonio Rosas con parte de los restos esqueléticos recogidos en Guinea Ecuatorial, en un momento de la entrevista. Fotografía: José Luis Silván
¿Se han ido al oeste porque ya hay demasiada gente investigando al otro lado del continente?

No está saturado, ni muchísimo menos. Además, allí se producen novedades casi diariamente, pero hemos decidido buscar en otros lugares por una conjunción de factores: primero, el vacío de registro fósil en la zona, y también, un poco, por nuestra trayectoria profesional, la mía y la de mi equipo. Llevamos mucho tiempo estudiando neandertales y el origen de este grupo en Europa, y llega un momento en el que necesitas buscar otros alicientes. Además, se está poniendo de moda mirar al oeste de África: los factores genéticos y paleogenéticos nos dicen que tenemos una carencia de información fundamental en ese lado del continente. Las preguntas sobre el origen de nuestra especie Homo sapiens, como el de otras especies, probablemente tendrán respuesta en este lugar. El paradigma científico está cambiando, y el modelo de evolución de ­Homo sapiens está variando, por eso se mira al oeste de África, para encontrar argumentos que avalen ese nuevo paradigma… En definitiva, el foco está girando.


¿Cuándo fueron a Guinea por primera vez?

La primera expedición fue en 2014, y después hemos vuelto en 2018, 2019 y 2020.


¿Qué líneas de investigación están desarrollando?

Tenemos tres frentes abiertos. Estos –señala muestras recogidas sobre el terreno– son restos de comida de población actual, de la etnia fang, que vive mayoritariamente en la zona continental de Guinea Ecuatorial, y también tenemos restos recogidos en una comunidad pigmea. Estamos intentando construir un modelo actual de cómo quedan los restos de comida una vez que han sido mordidos y comidos por humanos, con el fin de llevarlos al registro fósil. Aquí se dan unas condiciones óptimas para estudiar esos modelos de referencia. Aprovechando esa inercia, nos hemos metido en algo que no estaba contemplado en el proyecto: el estudio de la fauna de los bosques primarios de África central a través de los restos óseos que quedan del consumo humano. Esta práctica tan habitual en África que se conoce como «carne de bosque», que es una necesidad pero también un problema para la conservación, se practica mucho en Guinea Ecuatorial, e incluso nos cuentan que se ha intensificado en los últimos años. De hecho, en la última expedición, algunas de las facetas del ­proyecto no han quedado bien cubiertas porque las poblaciones de primates están disminuyendo debido a una elevada presión cinegética. Por otro lado, estudiamos la evidencia más directa de lo que son ocupaciones prehistóricas en esta parte del continente que, en el caso concreto de Guinea Ecuatorial, están muy mal documentadas. Un español, Julio Mercader, que estuvo trabajando por allí hace años, descubrió varios yacimientos e hizo algunas publicaciones, pero lo dejó y saltó al este. Nosotros hemos recogido esa estela y estamos encontrando evidencias de ocupación humana prehistórica. Hemos recogido también herramientas de piedra equivalentes a las de los neandertales en Europa, de lo que aquí llamamos Paleolítico Medio y en África se llama, en inglés, ­Middle Stone Age. Otra cuestión es que la época sea la misma, porque estamos viendo que en África pueden persistir especies arcaicas en tiempos más modernos. Pero, en cualquier caso, esta industria lítica nos plantea el debate sobre el origen y evolución de nuestra especie Homo sapiens.

Antonio Rosas con un miembro del equipo revisando una cámara trampa. Fotografía: Grupo de Paleoantropología MNCN-CSIC


El campo de trabajo es enorme.

Sí, pero hay otra vertiente del proyecto. Lo que acabamos de ver es lo que nosotros llamamos investigación «de abajo arriba», es decir, desde el estudio del registro fósil hacia el presente. Luego hay otra vertiente que pretende, a partir del presente, ver qué podemos inferir hacia el pasado. Y aquí estudiamos la locomoción de los primates, fundamentalmente en el parque nacional del Monte Alén. El objetivo es filmar sus movimientos y, a través de su comparación, inferir cómo fue el modelo locomotor del último ancestro común que compartimos con los chimpancés.


Por expresarlo en un lenguaje coloquial, quieren saber cómo echamos a andar.

Literalmente ese es el objetivo: en ese origen de los homínidos, ver cómo echamos a andar y, sobre todo, reconstruir cuál es el precedente desde el cuál echamos a andar.


¿Qué saben y qué les falta por ­saber?

Para entender cómo echamos a andar necesitamos conocer de dónde partimos porque, si no, es imposible saber la transformación. Ese «de dónde partimos» es el tema de estudio desde que Darwin propuso en su libro El origen del hombre la aplicación de los principios de la evolución a la evolución humana. ­Entonces, ¿de qué depende? Pues, en última instancia, de encontrar fósiles de esos animales a partir de los cuales se transformó el modo de locomoción y echamos a andar.



¿De cuánto tiempo estamos hablando?

Seis millones de años, aunque algunos autores hablan de ocho millones de años. Los chimpancés –que es la especie animal más próxima que tenemos– y nosotros somos lo que se llama un grupo hermano, compartimos un antepasado común. Desde ese antepasado, ese último ancestro, se produce una divergencia por la que unos echamos a andar y nos convertimos en eso que llamamos homininos y después en humanos, mientras que los chimpancés evolucionaron de otra manera para llegar a ser lo que son en la actualidad. ¿Cómo era esa criatura, ese último ancestro? Durante muchos años se ha pensado que ese último antepasado sería muy parecido al chimpancé, pero hoy en día ese modelo está muy cuestionado. Lo que ahora se plantea es que ese animal fuera una especie de simio, que nosotros llamamos ­generalizado, que sería un cuadrúpedo arborícola.



El estudio de los grandes gorilas puede dar pistas sobre el ancestro común de chimpancés y humanos. Aquí, un gorila en el parque de Kahuzi-Biega (RDC). Fotografía: Alexis Huguet / Getty


¿Tienen alguna idea de cómo fue?

Imaginemos, porque esto es un ejercicio de mera imaginación, un chimpancé, un gorila, que vamos a ir transformando. Por ejemplo, gorilas y chimpancés tienen los brazos muy largos y se apoyan sobre los nudillos, es su modo de locomoción, que en castellano se ha traducido como nudilleo, entonces vamos a hacer que los brazos y las manos no sean tan largos, y que sus piernas no sean tan cortas. Le acortamos los brazos, le alargamos las piernas y lo convertimos en un simio cuadrúpedo que se mueve por los árboles. Ese sería, simplificado, el proceso, un retrato robot de lo que vamos buscando.


La pregunta es cómo se busca eso.

Tenemos dos vías de aproximación: primera, los fósiles. Si los encontrásemos, sería fabuloso. Y segunda, lo reconstruimos con sus descendientes y, por comparación con otros primates, vemos si por lo que se llama inferencia filogenética podemos reconstruir el modo locomotor, el nicho ecológico del último ancestro común que compartimos con chimpancés.


En su discurso conviven investigación e imaginación. ¿Cuál empuja a cuál?

Es un proceso de ida y vuelta. Mi tutor de tesina y de tesis me decía: «Hace falta imaginación, no fantasía». La imaginación en ciencia es absolutamente básica, porque sin ella no se pueden proponer modelos que luego se testan.


¿Cómo inciden en su trabajo la casualidad o factores externos como, por ejemplo, un año de lluvias?

Son dos vertientes distintas. Las circunstancias locales influyen ­mucho. Por ejemplo, la presión cinegética, que nos lleva a que haya más o menos animales; la influencia del cambio climático, porque los regímenes de lluvias y de fructificación de los árboles están cambiando, por lo que cambia el comportamiento de los animales… Eso por un lado, y luego, cuando vas a buscar al registro fósil, la suerte es un elemento fundamental. Primero, tiene que haber registro y, segundo, debes tener la suerte de encontrarlo. Este proyecto de encontrar restos fósiles del último ancestro puede ser como buscar una aguja en un pajar, y nosotros todavía no hemos llegado a eso que sería un gran descubrimiento en el oeste de África. No hemos tocado ese núcleo, que sería un diamante, por ponerle un calificativo. Porque de la historia evolutiva de chimpancés y de gorilas no sabemos prácticamente nada, nada, porque no hay fósiles de gorilas ni de chimpancés. Entonces, encontrar cualquier cosita en esa dirección sería un auténtico avance.



Campamento del equipo investigador de Antonio Rosas en la selva ecuatoguineana. Fotografía: Grupo de Paleoantropología MNCN-CSIC



Ese eslabón perdido que buscan, ¿podría aparecer en otras zonas donde viven importantes comunidades de grandes primates?

Sí, sin duda. ¿Por qué vamos nosotros a Guinea Ecuatorial? Por una cuestión meramente histórica. Ahí se dan una serie de circunstancias que se ven alimentadas o favorecidas por una relación histórica e idiomática.


¿Seis millones de años producen vértigo?

La paleontología es la ciencia del tiempo, la que nos permite dimensionar el tiempo. En la cultura occidental, salvo los estudiosos de la historia, o los de la historia natural, no tenemos una cultura del tiempo, no sabemos poner las cosas en su escala temporal, sino que todo se nos colapsa en el presente. Los paleontólogos hablamos de millones de años como el que habla de tomarse unas cañas. Ahí se abre un debate, o un pensamiento, interesante. Hay veces que da vértigo esa profundidad del tiempo, y otras veces produce una especie de incomprensión profunda, «pero ¿todo ese tiempo?». Nuestra mente está acostumbrada a escalas de tiempo mucho más pequeñas, es casi una cuestión psicobiológica. Entonces, ¿qué capacidad tiene nuestro cerebro de comprender el tiempo a gran escala? Probablemente tengamos una incapacidad neuronal específica para comprender esas profundidades de tiempo. Y, por otro lado, hay veces que pensamos que hablamos de millones de años, pero sin saber qué es eso. A mí, el estudio de determinados datos me da esos números, pero si me preguntas, en el fondo de mi ser, yo no sé lo que es un millón de años… Pero otras veces sí lo sé, porque de alguna forma lo ves, o lo imaginas cuando tienes una secuencia estratigráfica y pum, pum, pum… llegas hasta ese momento. Intentar dimensionar la historia de la vida en su escala, que se mide en centenares o millones de años, es una amalgama de datos y sensaciones.


En un artículo, usted planteaba una pregunta retórica, que yo le traslado: «Y esto que hacemos, ¿para qué sirve?».

Los argumentos los hemos ido desmenuzando: conócete a ti mismo, ya lo dijo Sócrates. ¿Para qué sirve? Para conocernos. Es la vertiente paleontológico-científica del legado socrático. Aquí entramos en otra cuestión: ¿y para qué sirve conocernos? Esa sería la otra pregunta. Yo creo que a eso se ha respondido desde la medicina, la psicología, la filosofía, desde todo punto de vista. Nos conocemos porque tenemos interés en nosotros mismos y porque ese conocimiento tiene, además, una redundancia clarísima en nuestro bienestar. Además, el ser humano, y esta cultura, tenemos necesidad de conocer aspectos que no son necesariamente utilitaristas. También nos gustan el arte y la literatura.






¿Espera llegar hasta ese diamante? ¿Hasta dónde se puede acercar?

Ese diamante dependerá de la suerte, de un golpe de suerte. En la parte del continente africano donde nosotros nos movemos podemos buscar fósiles, pero cabe la posibilidad de que no haya porque no se han conservado. Puedes estar buscando con los mejores métodos, los mejores equipos y centenares de miles de personas, pero si no hay, no podrás sacar. Por lo tanto, dependerá de que haya, de la suerte de encontrarlo y del afán de buscarlo.


Afán sí hay.

Afán hay, de momento. En la aproximación del presente al pasado pretendemos llegar a unas conclusiones científicas a partir de los datos recopilados, y ahí hay un proceso analítico a través del cual llegaremos a una recreación del retrato robot de la locomoción. Eso sí lo esperamos. Y eso será una propuesta para entrar en el debate internacional de cómo era ese animal del que partimos y echamos a andar. Tendremos otro resultado, que será un documental rodado en Guinea Ecuatorial de todo esto que estamos hablando, de cómo se hace y para qué se hace. Tendremos también esa otra vía, en la que habrá un modelo de la alimentación, de cómo los humanos manejamos los huesos; tendremos información de esas ocupaciones humanas en el Paleolítico Medio africano; y entraremos en el debate del origen y la evolución de Homo sapiens en esa parte del continente. Esto redunda en que estamos generando una tradición cultural, una escuela de estudio para los que vengan detrás de nosotros. Suficiente, aunque no se llegue al diamante.



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