Hasta que Dios quiera

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Desde Dono-Manga (Chad)

Por P. José Delgado

Llegué en octubre de 2018 a Dono-Manga, en la diócesis de Laï, pero mi presencia en Chad se remonta al lejano 1977. Fui uno de los primeros combonianos en llegar al país cuando los jesuitas nos cedieron la parroquia de la Santísima Trinidad de Moïssala, en la diócesis de Sarh. Entonces, todos los misioneros éramos extranjeros. En 1979 llegaron los dos primeros sacerdotes chadianos que estudiaban fuera del país. La Iglesia chadiana es muy joven, los primeros misioneros llegaron en 1929, pero tiene una gran vitalidad y es maravilloso ver cómo ha crecido, madurado y se ha africanizado. De los 40 sacerdotes que trabajamos en la actualidad en Laï, 36 son africanos, la mayoría chadianos.

En Dono-Manga comparto comunidad con un mexicano, un togolés y un centroafricano, todos muy jóvenes. Yo he cumplido ya los 80, pero el físico aguanta y tengo la responsabilidad de una de las tres zonas en las que hemos dividido la parroquia. Son 30 comunidades en las que aseguro el catecumenado, la formación de los catequistas y el acompañamiento de las escuelas. En muchos lugares, los centros educativos de Primaria han nacido gracias a la iniciativa de la propia gente que ha construido los hangares y cotizan para asegurar el salario de los profesores. Nosotros los apoyamos y, además, gestionamos una escuela de calidad en la parroquia, que hemos construido con materiales sólidos.

La dificultad de las lenguas es para nosotros un desafío permanente. En nuestra parroquia se hablan cinco y no existe ninguna que sea vehicular. La que utilizamos en la liturgia es el ngambay, aunque, según las zonas, se habla también el gabri, el goulay, el soumraï y el sara, además del francés. Yo leo el ngambay, hablo más o menos el sara y ahora estoy empezando a aprender el -goulay. Consigo entenderme con la gente mezclando unas y otras porque pertenecen a la misma familia, pero cuando voy a las comunidades la mayoría de las veces necesito a los catequistas para traducir del francés a la lengua local. Solo cuando voy a una comunidad donde el catequista no maneja con mucha soltura el francés, les pido que me traduzcan la homilía y luego trato de leerla. 

Vivimos en situación de primera evangelización. La mayoría de la población sigue la religión tradicional y los católicos no llegan al 10 %. Encontramos elementos culturales valiosísimos como la calidez con la que se acoge al extranjero, pero también otros que frenan el desarrollo y la evangelización. La poligamia se practica bastante, como también se prodigan las acusaciones de brujería. Cuando se produce la muerte de una persona joven siempre buscan un culpable. Para los cristianos es muy difícil compaginar su fe con tradiciones culturales como hacer sacrificios y libaciones a los espíritus durante los duelos y en otros momentos. Sufren mucho por eso. Recuerdo el caso de Louise, una joven cristiana casada y con dos niños. Tuvo varios abortos naturales y la familia de su marido comenzó a acusarla de provocar la muerte de sus hijos. La quisieron obligar a hacer sacrificios para romper el hechizo, a lo que ella se negó, por lo que quedó excluida. También Alain, un joven catequista de 23 años, fue obligado a casarse con la viuda de su hermano para dar protección a sus sobrinos. Alain ya estaba casado y se le impuso la poligamia, por lo que tuvimos que prescindir de él como catequista.

Como misioneros debemos tener mucha paciencia y misericordia porque los procesos humanos llevan tiempo y las cosas no cambian de la noche a la mañana. Estamos atentos para conocer su realidad. Más que hacer uso de grandes discursos, lo que pretendemos es vivir con empatía, que vean que respetamos sus creencias sin renunciar a presentar nuestra fe cristiana como una luz que ayuda a purificar ciertos elementos culturales.

Para que la evangelización progrese necesitamos personas capacitadas para anunciar la Palabra de Dios en las lenguas locales, por eso damos una gran importancia a la formación de catequistas. Como en otros lugares de Chad, tenemos un centro de formación de familias cristianas. Entre los candidatos a catequista que presentan las comunidades, seleccionamos a los más capacitados, que vienen con toda su familia a la parroquia entre enero y marzo. Es el período de la estación seca y hay poco trabajo en los campos, ya que han terminado de recoger las cosechas de mijo, maíz, sésamo o cacahuetes. Hasta mayo o junio no comenzarán de nuevo las lluvias. Cada año participa un número variable de familias, diez como máximo, que constituyen un auténtico poblado. En el centro viven Nestor y Félicité, un matrimonio que coordina todas las actividades y que es una auténtica bendición y una ayuda inestimable para nosotros.

Los niños en edad escolar son aceptados en la escuela parroquial durante estos tres meses. Los catequistas siguen una formación en liturgia, biblia, lectio divina o catequesis. También estudian francés, porque muchos lo hablan con cierta dificultad, y aprenden a leer correctamente el ngambay, lengua a la que hemos traducido todos los textos litúrgicos y catequéticos, y que necesitan dominar para presidir las asambleas dominicales e impartir la catequesis. Por el momento solo contamos con dos mujeres catequistas, porque también aquí nos frena la cultura.

Esta es mi vida. Estoy muy contento y con mucha ilusión para seguir en Chad hasta que Dios quiera.

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