Hodan Sulaman: «No es fácil enfrentarse a la comunidad»

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Hodan Sulaman es mediadora intercultural

«Nací en Somalia. Tengo 39 años y llevo 30 viviendo en España. Soy técnica de intervención y mediadora intercultural en Médicos del Mundo Madrid, donde trabajo con mujeres y familias que sufren distintas formas de violencia. Llevo más de 20 años luchando contra la mutilación genital femenina».




¿Qué hace una mediadora intercultural?

Tender un puente entre dos partes. Una de las violencias con las que trabajamos es la mutilación genital femenina, que principalmente se sufre en países de África. La mediación facilita el diálogo entre la cultura del país de origen y la de los países de acogida, para que una se deje ayudar y la otra no juzgue. Yo soy somalí, pero atendemos a mujeres y familias que han llegado de Camerún, Nigeria, Guinea, Guinea-Bissau, Senegal, Malí, Sudán, Etiopía…
 

¿Facilita ese trabajo que tú vengas de un país africano?

Ser africana ayuda mucho para trabajar ciertos temas. Cuando se trata de la mutilación o el matrimonio forzoso es bastante más fácil que acepten hablarlo conmigo porque pueden pensar que vengo de un país que lo practica. Incluso en otros proyectos en los que también trabajo, como el de prostitución, sienten que pueden empatizar conmigo porque soy extranjera. El bagaje de la migración une mucho. 

¿Cuál fue la causa de tu viaje?

Mi madre, mis hermanas y yo salimos por la guerra civil que estalló en 1989 en Somalia. Cuando vives una guerra, tu vida se bloquea y las personas que tiran para adelante son tus padres; en nuestro caso, mi madre. Dejamos de tener nuestra vida cotidiana. De repente estallaron las bombas y hubo que salir a un campo de refugiados en Etiopía. Yo tenía nueve años. Pero fuimos muy afortunadas. Estuvimos poco tiempo comparado con otra gente que se ha pasado prácticamente toda su vida en un campo de refugiados. Nuestra madre nos pintó aquello como si se tratara de un juego, para que comiéramos lo que teníamos que comer, para que no echáramos de menos ciertas cosas. Los padres son increíbles. Sufren porque saben que en cualquier momento podemos morir o quedarnos allí de por vida, pero nosotras no sentimos el peligro. Ahora, cuando veo las imágenes de los niños sirios, lo paso muy mal. Dentro de la locura de lo que es un campo de refugiados, la protección máxima tiene que ser para ellos, para que sus mentes no queden destrozadas. Mi madre lo consiguió con nosotras. 

¿Mantienes relación con Somalia?

Somos una familia muy grande. Mi abuelo materno tuvo siete mujeres. Tengo familia que vive allí y familia que vive en la diáspora. Muchos decidieron quedarse en el continente, en Kenia o República Democrática de Congo, y no venir a Europa. También tengo mucha familia en Canadá. Estamos divididos, pero muy unidos.

¿Te sientes somalí y española? 

Me siento de las dos culturas al cien por cien. Muchos no entienden cuando digo que me siento española y quiero mucho a España, y que me siento somalí y quiero mucho a Somalia. Hablo perfectamente mi idioma somalí y, cuando chasqueo los dedos, cambio al castellano. Las cosas que no me gustan, me las quito. Por ejemplo, en lo relativo al cuidado de las personas mayores soy muy somalí porque adoro a la persona mayor y creo en su sabiduría. Pero el hecho de que estallara una guerra en mi país de origen y tuviera que salir de allí es lo que ha hecho posible que yo haya podido estudiar lo que he querido o vestir como visto; por eso tengo la libertad de ser la mujer que soy. Aquí nadie me va a matar por luchar por los derechos de la mujer o por llevar una falda. Las dos culturas son mías, mal que le pese a los que no nos aceptan y creen que los extranjeros siempre somos un estorbo. No hace falta que te corra por la sangre ni tiene que ver con la piel. Es lo que tú sientas y te haga feliz. 

¿Qué te ha llevado a trabajar por los derechos de la mujer?

Mi madre era una mujer valiente que nos enseñó el valor de luchar por sus derechos. Una mujer que en aquella época no aceptaba la poligamia ni la mutilación para sus hijas, era una mujer valiente. De ahí me viene, de lo que hemos visto en casa. Nunca se enroló en una ONG ni fue a manifestaciones con el puño levantado, pero luchó desde casa. También me marcó  otra experiencia. Cuando llegamos a España no había nadie en el aeropuerto de Barajas que pudiera traducirnos, pero años después, cuando yo ya tenía 16 años, íbamos mi hermana mayor y yo a traducir a las personas somalíes que llegaban. Allí sufrí una de las situaciones más horribles que he vivido. Una mujer abortó en el mismo aeropuerto y tuvimos que salir corriendo en una ambulancia al hospital. Pero el bebé no podía salir porque ella estaba cosida –una de las peores formas de mutilación–. Me di cuenta de que eso era lo que nuestra madre había evitado con nosotras. Decidí dedicarme al activismo en la lucha contra la mutilación genital femenina, el matrimonio forzoso y la poligamia, y ya llevo 20 años colaborando con muchas oenegés. Es mi vida.

¿Cómo es esa lucha?

Hay un parte de incidencia política, de crear políticas en la Comunidad de Madrid que apoyen a las supervivientes de la mutilación. Luego está la sensibilización a la población general. Hacemos formación a profesionales sanitarios para que detecten casos y se pueda trabajar con las familias que son víctimas. Cuando la madre ha sido víctima, seguramente la hija en el futuro puede serlo también. Aunque estén viviendo aquí, pueden llevarla al país de origen y mutilarla. Formamos a trabajadores sociales, a educadores sociales, a profesores… Y luego la parte más importante, que es el trabajo directo con las mujeres y las familias. Hacemos talleres y hablamos de las distintas formas de violencia de género: mutilación, matrimonio forzoso, violencia en la pareja, violencia psicológica, sexual, económica… Es un proyecto que interesa mucho. 


¿Cuáles son las claves para cambiar la mentalidad?

La paciencia y la constancia. Es una carrera de fondo. No podemos llegar y decir directamente a unas personas que no es bueno algo que durante toda la vida han pensado que sí lo era. Es normal que digan que el clítoris es feo, o que crece sin parar, porque así es como las han educado. Hay que respetar y hablar con la gente desde dentro de la comunidad. Ahora ha salido una ley en Sudán que prohíbe la mutilación. Yo la aplaudo, pero creo que si la ley no tiene incorporado un programa de educación y sensibilización, la gente va a seguir practicándola. Hay muchas mujeres que no quieren ni hablar del tema por temor. Hay que tener en cuenta que todo lo que nosotras les digamos en los talleres, luego ellas lo tienen que llevar a su casa, y puede que allí tengan un hueso más duro que roer que puede ser su suegra, su madre, su tía, su padre o su abuelo.

Hodan Sulaman el día de la entrevista en la sede de Médicos del Mundo en Madrid. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo



¿Tanto pesa la comunidad?

El que conoce un poco el continente sabe que la comunidad es fundamental. Una mujer puede estar convencida de que la mutilación es mala y puede tener claro que el día que tenga una hija no se la va a hacer, pero no es nada fácil enfrentarse a la comunidad. Muchas mujeres que no han mutilado a sus hijas son repudiadas. Conozco a hombres que han pedido el divorcio porque la mujer se ha negado. Muchas veces la familia se queda con el hijo varón y echa a la calle a la mujer y a las hijas. Es muy duro. Por eso trabajamos con todos, con los líderes religiosos, con los hombres y con las mujeres mayores lideresas. No tiene sentido trabajar solo con las víctimas. La violencia es un problema de toda la sociedad. Qué bonito sería que tu cultura te aceptara y te protegiera también cuando te salgas de lo establecido.

¿Es frecuente el viaje de España a África para mutilar a las hijas?

Sucede, aunque no sabemos cuánto. Pero también tienen otras medidas para mantener la tradición. En un país en el que ya no les dejan mutilar a las niñas, lo que les hacen cuando son bebés es ponerles en el clítoris un algodón con agua hirviendo a diario para que no crezca. Imagínate, con lo delicado y sensible que es el cuerpo de un bebé. Y lo pueden hacer aquí en España sin que nadie se entere. En Nigeria mutilan en la primera semana de vida. Muchas mujeres con las que hablo no saben si tienen clítoris. Es muy triste que una mujer no sepa si tiene clítoris o no, cuando todos sabemos que nació con él.

¿Es duro trabajar en esta lucha? 

Me enfada, pero en la lucha por los derechos humanos no puedes dejarte llevar por la ira. Tienes que seguir buscando la solución y ver los avances. España ha cambiado mucho y para mí eso es un gran logro. Lo hemos conseguido la gente africana y la española trabajando juntas. Nos hemos ayudado mutuamente. Estas mujeres me han ayudado a no perder mis raíces africanas y a seguir creyendo que podemos cambiar las cosas.   






CON ELLA

«Esta foto que tengo en mi despacho para mí representa vida. Cuando la mujer está embarazada, se le somete a muchos cuidados. Pero luego, si el bebé es una niña se la mutila, arriesgando su vida. La foto muestra la tranquilidad de la protección que le están dando a ese bebé. Ojalá fuera siempre así».


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