Kigali no paga traidores

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Ruanda es una tierra muy poco dada a la gutungurwa (sorpresa, en kinyaruanda). Por eso no ha desentonado dentro del discurso oficial que la Fiscalía General haya pedido cadena perpetua para Paul Rusesabagina, el antiguo gerente del Hotel de las Mil Colinas, el hombre que durante el genocidio libró de la muerte a cientos de ruandeses.

El antiguo héroe fue detenido en 2020 en condiciones poco claras en un tránsito -aeroportuario en Dubái. Con pasaporte belga y residencia en Estados Unidos, su imagen esposado y bajándose de un furgón policial en Kigali fue la primera que se vio de él en su país en años. La caída del mito estaba servida. Y también la propaganda oficial.

La lista de delitos cometidos presuntamente por Rusesabagina le señala como «fundador, líder, patrocinador y miembro de grupos terroristas violentos, armados y extre-mistas», y añade cargos por «terrorismo, incendio premeditado, secuestro y asesinato perpetrado contra civiles ruandeses inocentes y desarmados». Sin sorpresas, por tanto, en la petición fiscal para el hombre que, en su momento, fue considerado en la propia Ruanda como un tesoro nacional.

En septiembre de 2020, pocos días después de la detención de Rusesabagina, el periodista Xavier Aldekoa apuntaba que entre las causas remotas que podían haber -desencadenado la operación podía estar el libro Un hombre corriente, publicado en 2006, en el que el antiguo gerente deslizaba críticas contra el Gobierno ruandés y el poder omnímodo de su presidente. «El Gobierno del país africano le puso la cruz. Y contraatacó», escribía Aldekoa.

Con una trayectoria como la de Kagamé, la versión del reportero es más que razonable. El régimen autoritario, tenaz y paciente que ha ido tejiendo el Frente Patriótico Ruandés se ha ido cobrando piezas poco a poco. Sus movimientos han ido dando jaque mate a personajes más o menos relevantes o conocidos en todo este tiempo. Ahí están el que fuera jefe de la Inteligencia de Ruanda, el coronel Patrick Karegeya, que apareció estrangulado en 2014 en un hotel sudafricano, país en el que estaba exiliado desde 2007; -Diane Rwigara o Victoire Ingabire, presionadas hasta que abandonaron la carrera electoral, donde podrían haber hecho sombra al propio Kagamé; o Kizito Mihigo, el famoso cantante católico que apareció muerto en su celda tres días después de su detención. La Policía y la Fiscalía avalaron la tesis de un suicidio que muy pocos se han creído. Karegeya, Rwigara, Ingabire, Mihigo y tantos otros. Traidores a una historia que no permite renglones torcidos.

En 2019, Kagamé dijo que «nada tendrá jamás el poder de enfrentar de nuevo a los ruandeses». El inquilino de la Presidencia en Kigali tenía razón. Esa que tanto le gusta arrogarse con y sin motivo. Porque habló de «nada» y no de «nadie». Con sus palabras y con sus hechos puede que un día sea él mismo quien rompa la promesa.



En la imagen, Paul Rusesabagina el pasado 17 de febrero durante una de las sesiones del juicio en el que se le acusa de fundar un grupo terrorista. Fotografía: Simon Wohlfahrt/Getty

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