La democracia tenía carencias

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El coronavirus, la crisis económica y las decisiones del presidente tunecino condicionan el futuro del país

Por Jaume Portell Caño

«En Túnez dedicamos nuestras tierras más fértiles a cultivar fresas en lugar de trigo», explica Fadhel Kaboub, economista tunecino en la Universidad de Denison (EE. UU.): «Destinamos nuestra agua a las fresas porque vendiéndolas conseguiremos divisas para pagar nuestra deuda». Túnez ha sido considerado por los observadores exteriores como la historia de éxito de las revueltas árabes de 2010. Sin embargo, dos datos muestran que algo no funciona: en 2020, el número de migrantes tunecinos se multiplicó por cinco respecto al año anterior; Túnez es, también, el lugar con más combatientes per cápita del Daesh –cuenta con una población de unos 12 millones de personas–. La pandemia de la covid-19 ha acentuado problemas estructurales, según Kaboub. La escasez es, incluso, de personal sanitario: miles de médicos han migrado hacia Oriente Próximo o Francia desde 2018.

Según el Banco Mundial, antes de la caída de Ben Ali la deuda del país era de 22.000 millones de dólares. Una década después, la cifra se acerca a los 40.000 millones. Kaboub sostiene que el problema va más allá de quién sea el presidente: Túnez compra más de lo que vende, y vende más barato, hecho que propicia una deuda creciente en dólares. Las soluciones basadas en la especialización agrícola o turística generan otros problemas: «El turismo nos obliga a importar más comida y energía. Competimos con decenas de países bonitos que hacen lo mismo, así que subsidiamos los hoteles y gastamos nuestra agua y electricidad en ellos. Esto nos deja metidos en una trampa», zanja el economista.

El modelo actual no perjudica a todo el mundo. El apellido Trabelsi es reconocido en todo el país: Leïla Trabelsi, tras casarse con el dictador Ben Ali, se convirtió en la primera dama, y sus familiares aprovecharon su cercanía con el poder. En Túnez tener una licencia de importación es una gran oportunidad: si tienes el monopolio, consigues grandes beneficios al no tener competencia. Durante la dictadura, los Trabelsi se convirtieron en importadores de bananas, un producto que Túnez no produce. Cada vez que un tunecino compraba una pieza sabía que la familia de la mujer del presidente estaba ganando dinero.

Los Trabelsi amasaron una fortuna considerable con sus negocios bancarios y hoteleros: «Usaban sus contactos para construir su imperio económico», explica Kaboub, que recuerda el modelo de absorción de negocios de las familias cercanas al Ejecutivo: «Iban a un negocio exitoso y le daban tres opciones: nos convertimos en socios –o sea, tú trabajas y yo gano el dinero–; vendes el negocio y te lo compramos; y si no quieres vender, te vamos a arruinar mediante las visitas de inspectores sanitarios o de Hacienda».


Una jornada laboral desigual

El principal atractivo de Túnez para los inversores es su mano de obra barata, que rara vez supera los 200 euros mensuales. Desde la firma del acuerdo de asociación con la Unión Europea (UE) en 1995, numerosas empresas europeas se han instalado en el norte de África. Según un informe del Transnational Institute, firmado por Layla Riahi y Hamza ­Hamouchène, los ganadores del acuerdo han sido los capitales extranjeros, especialmente franceses, la antigua metrópoli de Túnez.

La comparación salarial entre ambos países es elocuente: un agricultor tunecino cobra cinco euros por una jornada completa en el campo. Su homólogo francés gana 10 euros la hora. La entrada del capital extranjero tuvo un efecto destructivo para las pequeñas empresas tunecinas: el 55 % del sector industrial desapareció entre 1996 y 2013.

En la actualidad, Túnez y la UE mantienen conversaciones para firmar un tratado de libre comercio. En plenas negociaciones, las instituciones europeas incluyeron al país en la lista de paraísos fiscales. También le acusaron de ­fomentar el blanqueo de capitales y de financiar a grupos terroristas. En 2018, la UE denegó la cuota de entrada gratuita al aceite de oliva tunecino, tal y como había hecho en años anteriores. Teniendo en cuenta que el 70 % de las exportaciones tunecinas acaban en Europa, Riahi y ­Hamouchène consideran que estos gestos buscan presionar a Túnez para que firme el tratado.

Aceite, oxígeno y lágrimas

«Aunque parezca increíble, tenemos el equivalente a un ministerio dedicado al aceite de oliva», ríe Kaboub. Túnez produce aceite en un mercado controlado por empresas españolas e italianas: «Estas empresas tienen excedentes de aceite de oliva suficientes para abastecerse durante cinco años, fijan los precios, y controlan la fase de embotellamiento y distribución», comenta Kaboub. Ante la posibilidad de no vender nada, cada año los tunecinos aceptan precios bajos. 

Con esa estructura, si Túnez gana cinco dólares con sus exportaciones, gasta ocho en importar productos manufacturados de Europa. Para evitar el colapso del dinar, la moneda tunecina, el país busca la entrada de dólares. Lo hace vendiendo bonos al capital extranjero, fresas, ropa, aceite o estancias hoteleras. Mientras tanto, mantiene equilibrios muy frágiles: al importar comida cara del extranjero, el Gobierno decide subsidiarla. Cada vez que el Fondo Monetario Internacional propone un plan de ajuste a Túnez, una de sus propuestas es la retirada de esos subsidios. Es un asunto peliagudo. La caída del valor del dinar hace que, automáticamente, todas las importaciones sean más caras, y la retirada de los subsidios dispararía el precio de los alimentos y otras importaciones. Es en ese contexto donde hay que situar las lágrimas del director de un hospital tunecino que dieron la vuelta al mundo hace unas semanas: el médico se había quedado sin oxígeno para atender a sus pacientes.

Con la pandemia todo es más caro, apenas hay turismo y la democracia tunecina se tambalea: en julio, el presidente Kaïs Saied destituyó al primer ministro, Hichem Mechichi, y paró la actividad parlamentaria. Parte de la oposición lo consideró un golpe de Estado, aunque muchos lo celebraron, hartos de la decadencia del país. Los precios del trigo han subido a un nivel que no se veía desde hace una década. Fue entonces, en 2010, cuando un vendedor ambulante de 26 años, Mohamed Bouazizi, se prendió fuego. Poco después, Túnez estaba en llamas. Igual que ahora.






El profesor toma la palabra

Hasta ahora, la gran cualidad de Kaïs Saied había sido mostrarse como un hombre cualquiera. En las presidenciales de 2019, este jurista de 63 años prefirió el puerta a puerta antes que una gran campaña mediática. Su grado de pureza democrática, según describió Le Point, llegó hasta el punto de no votarse a sí mismo. Ya entonces, Saied destacó por su mensaje combativo contra la corrupción y su propuesta de democracia directa y descentralizada. Su discurso, radical en las formas y ultraconservador en lo social –está en contra de la homosexualidad y es favorable a la pena de muerte– le hizo ganarse el apoyo simultáneo de islamistas e izquierdistas. Tras su elección a finales de 2019, la caída económica de Túnez le ha pasado factura.

La degradación del país se tradujo en varios gestos que insinuaban una ambición política mayor. En mayo, sus asesores le instaron a asumir plenos poderes para dirigir una respuesta contundente a dos problemas urgentes: la pandemia y la deuda. A finales de julio, el movimiento se consumó: bajo el pretexto del estado de emergencia, utilizando el artículo 80 de la Carta Magna, este experto en la Constitución tunecina suspendió el Parlamento y destituyó al primer ministro. Después de la retirada de su inmunidad, cinco parlamentarios han sido detenidos. Emiratos Árabes y Arabia Saudí se han acercado a él y ya le han dado su apoyo. Catar, enemistado con ambas monarquías, es el principal inversor de Oriente Próximo en el país, y tiene vínculos estrechos con Ennahda, el partido con más diputados en el Parlamento tunecino. Los representantes del partido islamista moderado ya comparan a Saied con Al Sisi, que dio un golpe de Estado en Egipto el verano de 2013 para apartar a los Hermanos Musulmanes del poder. Egipto, por cierto, ha apoyado a Saied.

El giro político en Túnez, de momento, tiene un resultado claro: Saied, cuya popularidad había caído considerablemente, ha pasado de tener una aprobación del 35 % a superar el 87 %. En un momento delicado para la joven democracia tunecina, y tras el paso por el Gobierno de islamistas y seculares, el profesor sin partido promete impulsar de nuevo el espíritu de la revolución de 2011.


En la imagen: 27 de julio. Una periodista espera delante del control policial del Parlamento tunecino, clausurado or el presidente Kaïs Saied dos días antes. Fotografía: Fethi Belaid / Getty

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