La seducción del jazz africano

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El blues del desierto del maliense Vieux Farka Touré y el arquitecto del ethio-jazz, Mulatu Astatke, han inundado de acordes africanos el festival de jazz de Madrid.

Ninguna programación musical con claro protagonismo jazzístico puede sustraer la influencia que, sobre el género afroamericano, han venido ejerciendo en las últimas décadas las diferentes músicas del mundo. Prueba de ello es que en la nueva edición del ­JAZZMADRID, el festival de referencia que tuvo lugar en la capital entre el 2 y el 30 de noviembre, músicos de Malí o Etiopía han mostrado ser claves para entender el presente y futuro de un género que se renueva constantemente, pero que conserva la cordura de la improvisación como patente de corso. Dos países con una clara importancia: ser exportadores de cultura y servir de inspiración a otros autores que después han configurado otras realidades sonoras.

 

El desierto blusero de Malí

Uno de ellos fue Vieux Farka Touré, guitarrista y cantante maliense que a sus 36 años de edad hizo de albacea de los hallazgos de su progenitor, el gran Ali Farka Touré, en el Teatro Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa, el pasado 7 de noviembre. Su trabajo investiga en las raíces del blues africano y permitió apreciar durante una hora y media que lo que en Occidente conocemos como blues, fue, en realidad, transportado durante siglos en las bodegas de los barcos esclavistas hasta tierras americanas. Sí, las músicas negras beben de África. Pero África también bebió y se nutrió a la inversa. Idas y vueltas musicales que logran de hecho que, cuando Touré se reúne con músicos de Estados Unidos, todos se reconozcan como hermanos a los que la historia separó cruelmente.

Su voz resonó como un grito de guerra y su técnica a la guitarra, tanto en fraseo como en rítmica, estuvo afilada y brillante. En JAZZMADRID presentó Samba, su último trabajo grabado en directo en un estudio de la localidad neoyorquina de ­Saugerties. El nombre del recopilatorio no debe confundirse con el estilo de música brasileña, sino que hace referencia al significado en lengua songhai de ‘segundo nacido’, así como de ‘buena suerte’, por lo que es una apelación adecuada para el segundo hijo del guitarrista de blues maliense Ali Farka.

Guitarra, bajo y percusión conformaron un tridente en el que crearon una atmósfera íntima. Una apuesta minimalista y con gancho escénico que invitaba a perderse en las dunas desérticas que el bueno de Touré creaba con su dominio del instrumento, desbloqueando los estereotipos que acuden al imaginario cuando se piensa en este país saheliano. Samba representa un regreso al blues maliense que continúa con la rica veta de sonidos por la que su padre era famoso. Si bien una de las grandes virtudes de la música de Ali era encontrar nuevos acordes que encajaran en los espacios entre las estructuras de canciones habituales, el enfoque de Vieux es tal vez más directo: dejar volar la imaginación con una técnica de guitarra deslumbrante.

Mulatu Astatke, creador del ethio-jazz. Fotografía: Alexis Maryon

Tras la muerte de su padre en 2006, Vieux lanzó su propia carrera como solista con un álbum homónimo en 2007, pero no sería hasta 2013 cuando se consolidaría como uno de los referentes de su país y del continente tras la edición de Mon Pays. Al igual que hizo su padre trabajando con otros artistas, como el músico de kora y también maliense y griot Toumani Diabaté, el joven Touré ha mostrado su capacidad para adaptar su estilo a diferentes entornos musicales y disciplinas.

Cuando canta, Touré rapea sus versos y, al igual que su toque de guitarra, las líneas se superponen. Estos detalles se apreciaron en los temas más lentos como «Samba Si Kairi» (una reelaboración de una canción que su abuelo solía interpretar) «Maya» o «Ni Negaba», en los que el viaje transitaba desde los arpegios barrocos a patrones más delicados y de una entrega vocal profundamente conmovedora. Con Samba ha vuelto a mantener la gracia majestuosa que hizo que la música de su padre fuera tan convincente. Dentro de las tradiciones de la música que interpreta, Touré continúa desarrollando su propio mundo sonoro.

 

El arquitecto del ethio-jazz

El concierto de Mulatu Astatke comenzó con una hora de retraso debido a unos problemas técnicos. Fuera, en la puerta del Centro Cultural Conde Duque había expectación y paciencia. También respeto a las 73 primaveras de uno de los padres de un estilo único que continúa traspasando fronteras. Entradas agotadas y colas de personas que buscaban la oportunidad de ver en directo a un genio del pentagrama etíope.

Nacido en Jima, al oeste de Etiopía, Mulatu Astatke planeaba estudiar Ingeniería, pero algo debió torcerse porque el Trinity College of Music londinense terminó titulándole en Música en los años 60. Maceró su estilo en Estados Unidos, donde se convirtió en el primer africano matriculado en el Berklee College de Boston. Allí estudió vibráfono y percusiones. A finales de la década de los 60 y principios de los 70, Mulatu grabó obras de arte en sus viajes a Nueva York, trabajando con una variedad de músicos con los que pudo experimentar la fusión del funk, de los ritmos latinos y del jazz. Y fue en este período donde se despertó su deseo por inventar su propio estilo, al que llamó ethio-jazz. Un romance que en las tablas madrileñas explicó así: «Usé las estructuras etíopes para crear melodías, pero en vez de usar instrumentos locales, usé instrumentos occidentales como el piano y el contrabajo. De alguna manera, creé maneras de usar las formas etíopes, teniendo mucho cuidado de no perder la autenticidad».

El Derg, el régimen marxista de Menghistu Haile Mariam que llegó al poder en Etiopía en 1974, aplastó la incipiente escena artística así como la vida social liberal del país. Debido a que se consideraba una importación europea, gran parte de la música popular del país fue censurada, y la creación musical y su práctica se limitaron en gran parte a canciones patrióticas. Como resultado de ello, muchos músicos huyeron del país o mantuvieron un bajo perfil, y una generación creció sin casi ningún recuerdo del ethio-jazz.

A pesar de esto, Mulatu optó por permanecer en el país. Como miembro de la la Federación Internacional de Jazz, tuvo cierta libertad y la posibilidad de viajar. Incluso fue invitado a tocar en varias ceremonias oficiales con su banda, ya que el ethio-jazz, siendo principalmente instrumental y sin letras revolucionarias, no representaba una amenaza para las autoridades. El renacimiento de la música etíope comenzó después de 1991, cuando Etiopía se convirtió en una democracia tras el derrocamiento de la Junta Militar comunista. Pero para Mulatu, la popularidad en Occidente saltó cuando el semillero artístico del hip hop estadounidense empezó a utilizar sus creaciones como inspiraciones propias. El realizador cinematográfico Jim Jarmusch también contribuyó a su fama encargándole en 2005 la banda sonora para su película Flores rotas.

Por eso, por las historias que hablan de lo soluble y permeable del jazz, lo que ocurrió el 14 de noviembre en Madrid fue un ejercicio extrasensorial, un combinado explosivo que atrapó a la audiencia desde el primer acorde. Y, según anunció, queda, por suerte, Mulatu para largo.

 

Fotografía: Alexis Maryon

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