La sociedad civil africana pide paso

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Desde hace décadas, la mayoría de los grupos de la sociedad civil que existen en los distintos países de África reclaman que los actores internacionales cedan parte de su espacio en el continente. Pero estos suelen recelar de la capacidad y responsabilidad de los primeras a la hora de implementar proyectos y políticas, lo que puede dejar entrever un hilo de racismo y superioridad occidental.

La cooperación internacional para el desarrollo surgió en la década de 1960 en una época de optimismo y entusiasmo una vez superados los problemas de la posguerra mundial. Desde entonces ha evolucionado y en los años 80 del siglo pasado alcanzó un auténtico auge mundial. Hoy día es reconocida como uno de los factores claves para avanzar en la lucha mundial contra la pobreza y las desigualdades. Pero son muchos los que le achacan más fracasos que éxitos: falta de coordinación, objetivos demasiado ambiciosos, limitaciones poco realistas de tiempos y presupuestos y sesgo político que muchas veces han impedido que la ayuda fuera tan efectiva como era de desear.

Desde principios del presente siglo se ha producido un gran esfuerzo para modernizar, profundizar y ampliar la cooperación para el desarrollo y la ayuda humanitaria. Con la idea de comprender por qué no producía los resultados de desarrollo esperados se han mantenido varios encuentros: El Foro de Roma (2003), la Declaración de Paris (2005), la Agenda de Accra para la Acción (2008) y el Acuerdo de Busan (2011) son muestra de ello.

El último de ellos, el de Busan (Corea del Sur), marcó un punto de inflexión en las discusiones internacionales sobre la ayuda al desarrollo. En su declaración final se enfatizó, por primera vez la apropiación local de los proyectos, el desarrollo de la capacidad local y las asociaciones entre las agencias de ayuda y los actores locales, las Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC). En definitiva, se reorienta la ayuda al desarrollo hacia enfoques más participativos e impulsados localmente. También se subraya el valor que tiene contar con una amplia gama de partes interesadas, especialmente en terreno. Igualmente, deja claro que las ambiciones económicas, sociales y medioambientales de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) no pueden lograrse sin la participación activa y sostenible de las OSC.

Sin embargo, a la mayoría de las grandes organizaciones y agencias de ayuda internacionales les cuesta mucho delegar y sobre todo dejar el control de los recursos financieros en manos de sus socios locales. Suelen alegar la falta de capacitación del personal local, aunque lleven décadas invirtiendo muchos fondos en justo eso, la capacitación del tejido social y del personal local de las OSC en los países en los que trabajan.

En África, el tejido social y asociativo es muy amplio y variado. La fuerza, implicación, incidencia y organización de la sociedad civil varía considerablemente de unos países a otros. Lo que no se puede negar es que en las últimas décadas ha habido un claro aumento de OSC en muchas partes del continente y en algunos lugares han sido fundamentales para conseguir, entre otras cosas, afianzar la democracia (incluso derivando presidentes que quería eternizarse en el poder), reclamar el respeto a los derechos humanos, exigir transparencia a sus gobiernos, reivindicar los derechos de los más débiles y vulnerables, defender el medioambiente…

La Unión Africana (UA) es muy consciente del poder transformador de la sociedad civil y en la definición que hace de ella incluye numerosos grupos, entre ellos el de las ONG. Desde hace algún tiempo, la UA quiere poner al centro de todas sus políticas y decisiones la participación de las OSC en cumplimiento de lo que dice la Agenda 2063 que hace un llamamiento a todos los actores regionales a contribuir al desarrollo de África, muy en línea con el ODS 17. Para ello ha creado un Departamento de la Sociedad Civil con la finalidad de fortalecer el tejido social africano.

Quizás este sea uno de los puntos débiles de las OSC, su debilidad y dependencia del exterior para llevar a cabo sus programas.

Francia ha visto el potencial que representa la sociedad civil africana y en la última cumbre Francia-África que comenzó en Montpellier el pasado 8 de octubre, ha cambiado el formato tradicional de reunión de jefes de Estado por el de encuentro con actores de la sociedad civil del continente con el fin de abordar temas relacionados con el cambio climático, la movilidad, la igualdad de género y el desarrollo sostenible.

No se sabe cuáles serán los efectos de esta reunión y si este es el inicio de un cambio en las políticas de Francia en el continente (que puede ser seguido por otros países) o si es solo un experimento que no conducirá a ninguna parte. Sea lo que sea, lo cierto es que hoy día no se puede pensar en África sin tener en cuenta a la sociedad civil y que cualquier acción que quiera emprenderse en el continente tiene que contar con el apoyo y plena participación de las OSC.

Fotografía: 123RF

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