La Zona de Libre Comercio tendrá que esperar

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El coronavirus ralentiza el mercado común africano


El impacto de la COVID-19 retrasa, al menos hasta 2021, el pistoletazo de salida de la eliminación de las barreras económicas intrafricanas.


Enero de 2021. Esta es la nueva fecha elegida para el lanzamiento de la Zona de Libre Comercio Africana (AfCFTA), prevista para el pasado 1 de julio pero retrasada por el impacto de la pandemia de la COVID-19, el momento en que las barreras aduaneras entre países africanos deben comenzar a caer. No es un tratado o un proyecto más. Es la gran apuesta para sentar las bases de la industrialización del continente, la materialización de un sueño de los padres de las independencias y el comienzo de un largo camino hacia un mercado común africano. Una realidad al alcance de la mano para quienes ven el vaso medio lleno; un sueño utópico e inalcanzable para los más pesimistas.

Fue en enero de 2012. Los jefes de Estado de la Unión Africana (UA) acordaban la creación de una zona de libre comercio que abarcara a todo el continente. Esa fue la primera piedra. Tendrían que pasar siete años, ocho rondas de intensas negociaciones e innumerables tiras y aflojas para poner de acuerdo a 54 países. El proceso ha estado salpicado de obstáculos pero, si sale adelante, será gracias a la paciencia y el afán de funcionarios, técnicos y expertos que han afinado hasta la última coma. Uno de ellos, siempre entre bambalinas pero considerado uno de los padres espirituales de la criatura, es el economista bissauguineano Carlos Lopes (ver MN 653, noviembre 2019, pp. 18-25).


Dos albañiles trabajan en el edificio Sèmè-One, en Cotonú, que albergará a empresas emergentes beninesas. Fotografía: Yanick Folly / Getty. En la imagen superior: Dos empresarios en el exterior de sus comercios, cerrados parcialmente a causa del coronavirus, en Eastleigh (Nairobi) el pasado 7 de mayo. Fotografía: Simon Maina / Getty




El Alto Representante de la UA para Europa asegura en su libro África en transformación, que «el impulso al comercio intrafricano sigue siendo imprescindible para crear los mercados necesarios para una industrialización de éxito». En la actualidad, los intercambios dentro del continente apenas representan un 18 % del comercio total. La AfCFTA pretende elevar esa cifra al 52 % en 2022. El momento es difícil: los Estados africanos, al igual que los del resto del mundo, se han vuelto sobre sí mismos y han cerrado fronteras en un comprensible afán por salvar vidas y limitar los contagios de coronavirus. Pero muchos ven este tropiezo como una oportunidad.

El comisario de Comercio de la UA, el zambiano Albert -Muchanga, así lo cree. «Un gran mercado creado por el libre comercio continental ofrece oportunidades para una recuperación más rápida y una transformación estructural», asegura. El economista senegalés Moussa Demba Dembelé coincide en que la AfCFTA solo tiene sentido si sienta las bases de la industrialización real del continente. A su juicio, ya existen las materias primas, la mano de obra y las empresas con capacidad. Gracias al acuerdo existirá también el mercado. «Eso sí, hay que protegerse del exterior no sea que vivamos una invasión de productos chinos o europeos», añade.


El presidente nigeriano firma la adhesión de su país a la AfCFTA en Niamey el 7 de julio de 2019. Fotografía: Issouf Sanogo / Getty



Cumbre aplazada

El pistoletazo de salida tenía que haberse dado en julio con una cumbre especial de jefes de Estado de la UA en Niamey, la capital nigerina. Oficialmente, está retrasada sine die, pero fuentes próximas a la AfCFTA aseguran que el organismo continental se reunirá en noviembre y establecerá la nueva fecha de lanzamiento en enero de 2021. 54 países ya han firmado el acuerdo, pero 24 de ellos aún no lo han ratificado, para lo que necesitan la aprobación de sus parlamentos. Este proceso tendría que acelerarse en los próximos meses.

La unión aduanera se hará por fases. En primer lugar se pretende regular el comercio sin barreras de bienes y servicios. La idea es llegar al 97 % de los productos, de los que el 90 % serán no sensibles. En un segundo momento se abordará la armonización de las políticas de competencia, propiedad intelectual e inversión, para concluir con un protocolo sobre el comercio electrónico. Carlos Lopes cree que en un plazo de tres años la Zona de Libre Comercio estará operativa, al menos en su primera fase, y la UA estima que para 2030 África se habrá convertido en un mercado único con cerca de 1.500 millones de personas.


Líneas de alta tensión cerca de la industria minera de Marikana (Sudáfrica). Fotografía: Michele Spatari / Getty

Tal y como han remarcado los impulsores del proyecto, la liberalización del comercio intrafricano permitirá un continente menos -dependiente del exterior, lo que en situaciones de crisis internacionales, como la vivida por el cierre de fronteras y el corte de las cadenas de suministro derivados de la pandemia de coronavirus, arroja -indudables ventajas. Pero, sobre todo, este acuerdo tendría que sentar las bases para la ansiada industrialización continental, con una diversificación y especialización de la actividad productiva y el libre movimiento de trabajadores entre unos países y otros.

Hay que tener en cuenta que, en un primer momento y dada la enorme diversidad de las economías africanas, no todos los Gobiernos han mostrado el mismo entusiasmo. Al frente del club de los escépticos se encuentra Nigeria, una superpotencia proteccionista que se lo pensó durante meses antes de firmar a regañadientes el acuerdo, una vez que se apercibió de que la cosa iba en serio. El presidente, Muhamadu Buhari, muy presionado por el robusto sector comercial nigeriano, ha manifestado en diversas ocasiones su temor a que la AfCFTA facilite el aumento del contrabando y que sus mercados se vean invadidos por productos del exterior a bajo precio.


Un cerrajero trabaja en Nairobi (Kenia) durante la pandemia. Fotografía: Donwilson Odhiambo / Getty



Un proyecto complejo

Pero una zona comercial del tamaño y el peso específico como la que sueña África no se crea de la noche a la mañana. Además de superar las desconfianzas mutuas, el continente tendrá que hacer un enorme esfuerzo en la mejora de sus redes de transportes, empezando por las carreteras. Un dato: cuatro quintas partes del tráfico de mercancías y pasajeros se hacen por su red viaria, y esta es insuficiente, está mal gestionada y en ella el mantenimiento brilla por su ausencia. La geografía y el clima, sobre todo en la zonas tropicales, no ayudan, pero África necesita invertir para mejorar su conectividad terrestre si quiere reducir los costes comerciales.

Y en esto apareció China. El país asiático se ha convertido en los últimos años en el mayor socio comercial de África y en el aliado necesario para cientos de proyectos de infraestructuras, desde la Gran Presa del Renacimiento Etíope, el mayor embalse hidroeléctrico del continente, hasta el puerto de Yibuti. Entre 2005 y 2018, dos tercios de la inversión de Pekín en África fue para transportes y energía, dos de las necesidades más acuciantes de un continente en desarrollo. China quiere un acceso privilegiado a las materias primas, no cabe duda, pero los tiempos de la explotación gratuita ya pasaron.

Un ejemplo son los trenes. Largo tiempo dejados a su suerte o mantenidos a duras penas, percibidos acaso como uno de los últimos vestigios del pasado colonial, en los últimos años se asiste a un auténtico bum de proyectos de rehabilitación y, sobre todo, de construcción de nuevas líneas ferroviarias en los que China participa de manera decisiva. Unido a la mejora de puertos y aeropuertos, la idea de una África en la que recorrer 200 kilómetros no suponga 24 horas de penoso trayecto acerca aún más el sueño de un mercado común.

La complejidad de la AfCFTA también viene dada por el hecho de que se superpone a unas zonas económicas regionales preexistentes  que vertebran el continente. Aunque no todas han funcionado de manera fluida. Las comunidades de Estados de África Occidental y la de África Oriental son las que han propiciado una mayor y mejor integración, mientras que otras como la Unión del Magreb Árabe han generado más papel que realizaciones concretas. Navegar en esas divergencias no será fácil, como tampoco las diferencias que pueda propiciar el acuerdo de libre comercio. Países como Marruecos, Kenia o Sudáfrica, con un sólido tejido productivo, -saldrán más beneficiados en un primer momento que las economías más modestas como Benín, Togo o Níger, que tendrán que adaptarse.


Un grupo de trabajadores en un viñedo del valle de Elgin (Sudáfrica). Fotografía: David Silverman / Getty



Los conflictos, otro reto

La seguridad también representa un desafío. Cierto es que, visto con -suficiente perspectiva, los conflictos africanos han disminuido en intensidad desde los sangrientos años 90, y de largas guerras como las de Angola o Mozambique apenas quedan sus ecos. Persisten viejos focos como en República Democrática de Congo y han surgido nuevas zonas grises por la pujanza del yihadismo internacional y la ruptura del contrato social por parte de algunos Estados, como ocurre en el noreste de Nigeria o el Sahel central. Todo ello provoca que la percepción de África siga siendo la de un continente sacudido por la inestabilidad y la violencia. Pero es igual de innegable que la paz y el buen gobierno están más de moda que la dictadura y la guerra. La zona de libre comercio necesita un ecosistema estable para prosperar. Pero, en un círculo virtuoso, la -AfCFTA puede ser un refuerzo de ese objetivo definido el año pasado por la UA: hacer callar las armas.

En fin, los del vaso medio vacío seguirán pensando que los desafíos son montes demasiado altos que África, al menos por ahora, no podrá escalar. Opinarán que el retraso en infraestructuras, la inseguridad y los egoísmos de las élites nacionales que querrán protegerse de los riesgos ante todo y contra todos serán obstáculos insalvables para la AfCFTA. Otros, los que se atreven a soñar, consideran que otros ya superaron retos similares y que solo el acuerdo y la colaboración permitirán a África dar ese paso adelante que le libere del estigma de seguir siendo el continente más empobrecido y menos desarrollado pese a sus inmensas riquezas. Las soluciones, una vez más, no vendrán de afuera.   



Fotografía: Ludovic Marning / Getty

Malos tiempos para el eco


Junio de 2019. Tras 30 años de interminables discusiones, los 15 países de la Comisión Económica de Estados de África Occidental (Cedeao) se ponen de acuerdo, por fin, para la creación de una moneda única a la que bautizan como eco –que procede de Ecowas, el nombre de la organización en inglés–. Dos decisiones clave se adoptan en aquella cumbre de Abuya: la tasa de cambio debe ser flexible y se marcan los criterios de convergencia económica con el 2020 como primer año en el que aquellos Estados que estén preparados puedan dar ya el paso.

Seis meses más tarde, en diciembre de 2019, salta la sorpresa. El presidente marfileño, Alassane Ouattara, acompañado del jefe de Estado francés Emmanuel Macrón –ambos en la imagen, durante aquella cumbre–, anuncia solemnemente en Abiyán la muerte oficial del franco CFA del África occidental, la moneda que comparten ocho países y que procede del franco francés y la época colonial, sustituyéndola a partir del 1 de julio de 2020 por una nueva moneda denominada también eco. Al igual que el franco CFA, tiene paridad fija respecto al euro como garantía de estabilidad. Nigeria y los seis países restantes de la zona económica reaccionan enérgicamente en contra de esta decisión.

¿Qué se esconde detrás de esta pugna? Nigeria es la gran potencia de la ­Cedeao. Su dependencia de los ingresos petroleros en un mercado que sufre los vaivenes mundiales y sus dificultades para controlar la inflación no le impiden mantener a raya su deuda. Por todo ello estaba llamada a jugar un papel clave en la nueva moneda de África occidental, tal y como hizo Alemania durante la creación del euro. Este era el sentir general hasta que Ouattara presentó la candidatura de Costa de Marfil y de la Uemoa (los países del franco CFA) a liderar el proceso. Un trago demasiado amargo para los jerarcas nigerianos.

Para colmo de sobresaltos, irrumpe el coronavirus. En mayo, cuando los dirigentes africanos ya tenían claro el elevadísimo coste de la factura a pagar por el impacto de los cierres de fronteras y la paralización económica, todos, tanto los que estaban a favor como los que se oponían, sabían que en plena sacudida, atravesados por una crisis que amenaza con hundir hasta 10 puntos el PIB de algunos países, no se les podían imponer criterios de convergencia que en épocas normales ya son difíciles de cumplir.

El pasado mes de julio, el presidente nigeriano, Muhamadu Buhari, volvió a resucitar el debate a través de su cuenta de Twitter, lanzando nuevas puyas contra el proyecto de eco liderado por Ouattara. A día de hoy nadie se atreve a poner fecha al lanzamiento de la nueva moneda y al rol que jugará la futura divisa única de África occidental. El frenazo en seco de la covid-19 es, quizás, la más coyuntural de todas las adversidades. Las enormes diferencias entre las economías más pujantes de la región son, sin embargo, estructurales. Habrá que seguir esperando.




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