Las enseñanzas del abuelo Francisco

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Entrevista a Pocho Guimaraes

Por Miguel Ángel Sánchez Gárate

Plácido Bienvenido Guimaraes es un artista todoterreno de Guinea Ecuatorial. En sus creaciones se dan cita tapices, esculturas, danza y performances que invitan a la reflexión.

Para Pocho Guimaraes (Bioko, 1951) la importancia del tiempo es relativa. Poco le importan las manillas del reloj. Si se demora en alguno de los talleres que imparte, mantiene ocupados con prácticas a sus alumnos hasta el momento de su llegada. Guía sus pasos sin prisa pero sin pausa, quizás espoleado por las enseñanzas de su abuelo Francisco, que le aleccionó para distinguir entre «lo urgente y lo importante». «Mi abuelo –dice el artista ecuatoguineano– era un artista de la vida que me enseñó de dónde vengo y lo que es vivir».

Esa urgencia momentánea se traduce en hacer frente a un plato de potaje, mientras dilucida las contestaciones en la terraza de un bar del madrileño barrio de Canillas. A su lado descansa un ejemplar de Más allá de un mar de arena. Una mujer africana en España, de la beninesa Agnès Agbotón. «Es mucho mejor que la mayoría de la literatura tan mediocre que se edita», espeta.

Pocho es un ciudadano del mundo que trasciende barreras geográficas y culturales. Lo mismo le invitan al Congreso Internacional del Cambio Climático en París, que escogen una de sus obras como portada para un seminario en el Centro de Estudios Afrohispánicos en Madrid. Toda su vida es un viaje en el que se entrelazan tapices, instalaciones, talleres, conferencias y una búsqueda del conocimiento. Desde que salió de Guinea Ecuatorial en 1970 no ha parado un momento. «Me gusta la belleza, las cosas bien hechas. Hacer tapices, la sociología, la danza… Conseguí una beca a través del Movimiento de Liberación de Santo Tomé y Príncipe –en el que militaba su padre– y fui a la Unión Soviética por curiosidad.

Estuve tres años en Kiev, de 1974 a 1977, donde estudié Arquitectura de Urbanismo. Allí la arquitectura está dividida en distintas ramas, como la Proyectista o la Urbanista, mientras que en España todo está englobado en el mismo saco». Pero las técnicas de proyectar y construir edificios se le quedaron pequeñas en esa galaxia de curiosidad en la que gravita. «Me pasé a Bellas Artes porque tenía más posibilidades de hacer lo que más me gustaba».

Ni corto ni perezoso se matriculó en la Universidad de Valencia. De allí se embarcó en el mundo de la farándula. «Cuando terminé Bellas Artes pensé que ser artista no tenía por qué limitarse a pintar. Me gusta bailar y hacer performances. Creé un grupo de teatro, La Calle en Banda, con un amigo mío y estuvimos recorriendo Badajoz». Al trasladar su residencia a Madrid, en plena efervescencia de la movida madrileña, sucumbe a los cantos de sirena del celuloide. «Me llamaron para hacer cine y trabajé en Tacones Lejanos, de Almodóvar; o Espérame en el Cielo, de Mercero. Estuve en el programa «Inocente, inocente», de Antena 3. Hice publicidad…».

Uno de los tapices de Pocho Guimaraes. Fotografía: Enrique Bayo
Una llamada inesperada


El mundo de los tapices ya había llamado a su puerta sin quererlo. «Siempre me han encantado las texturas, el color y la forma. Descubrí el mundo del textil porque me posibilitaba investigar». Nipa, papel, macramé, lana, plástico, madera, conchas, latas… Son materiales que aglutinan sus creaciones, en las que los símbolos tienen un valor predominante. «Trabajo con texturas vegetales. En mis obras uso papel de periódico, que tiene una carga simbólica especial». Como las esculturas que utiliza en sus llamativas instalaciones. «Los “hombrecillos” son un elemento que utilizo para integrarlos luego en mis instalaciones, en las que hago reflexiones sobre la vida y la sociedad. En mi obra Pateras expongo mi punto de vista sobre el cruce del Mediterráneo. En El salto a la valla hablo de los muros que se ponen a la gente para impedirles cruzar fronteras. Los tapices son más bien improvisaciones, pero los “hombrecillos” son esculturas que sirven para llegar a otro sitio. Como actores que forman parte de un escenario.»


Pocho Guimaraes entiende su arte como la conjunción de los ingredientes de un cocido revueltos en una olla. «Al haber hecho teatro o cine tengo suficientes recursos para investigar. Me gusta explorar en todas las ramas. Mi último proyecto es trabajar el textil de la pared en espacio y movimiento. Eso engloba tapices, instalaciones, danza y performances para crear mi mundo». Todos los artistas le llaman la atención de alguna manera. «Si su trabajo merece la pena observo y aprendo. El maestro que me hizo pensar y transgredir en las formas fue Grau Garriga, un artista del tapiz catalán».

De los tapices a la danza


Es tal la devoción que Pocho siente por la danza bonkó que se ha convertido en un gran estudioso de esta tradición. «De niño me inicié en el bonkó en Santa Isabel. Es una danza que solo se baila en Navidad. Se atribuyen sus orígenes al hermano Samuel Nathaniel Kinson, que la introdujo a mediados del siglo XIX. Tiene conexiones con Cuba por los ñañigos –miembros de la Sociedad Secreta Abakuá– que fueron enviados a Guinea Ecuatorial desde la isla caribeña. Al igual que el vudú, que tiene conexiones entre Benín y Haití. Cuando los ñañigos alcanzaron un estatus económico les faltaba un nexo de conexión cultural, de ahí que se valieran del bonkó como unidad cultural de identificación entre los isabelinos».

En torno a un café, Pocho me expone la peculiar concepción de la divinidad entre los bubis, así como su interés en la música del gabonés Pierre Akendengué y un disco suyo sobre la esclavitud. De camino al metro me habla de sus talleres terapéuticos con tapices para trabajar el movimiento de las manos en personas mayores. Pocho Guimaraes es una caja de sorpresas.

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