Libros: Una novela oral entre la vida y la muerte

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Luis Fernando

La salud del muerto

Traducción Ana María García Iglesias

Baile del Sol/Casa África.

Tegueste 2020, 163 páginas.




Hay muchos motivos para leer, para internarse en lo desconocido con una buena linterna, como la curiosidad y la necesidad de saber. Los peligros de esas brújulas son, en principio, menos acuciantes en la literatura que en la vida. La salud del muerto, del periodista angoleño Luis Fernando (Tonessa, 1961), no entraña mayor riesgo que el de quien se atreve a borrar los lindes entre la vida y la muerte. Pero no debemos llamarnos a engaño, porque los libros configuran el tapiz de nuestras ideas, tiempo que invertimos en saber en qué mundo estamos y qué hacemos para que el mal no prevalezca.

No pocos disputan a Gabriel García Márquez el papado del realismo mágico, que se remonta a los relatos que la humanidad urdió para nombrar lo incomprensible. Algunos remiten a Álvaro Cunqueiro. Otros escarban en la tierra roja africana y los griots. En La salud del muerto hay ecos de Cien años de soledad, pero sin su vuelo poético. El autor acaso soñó un evangelio, pero le faltaron fe y talento, al menos si nos atenemos a esta ordalía contra las pompas amargas. No ha sido vana su experiencia vital en Cuba: nada mágico le es ajeno. En la simbiosis entre el Caribe y África cuaja un cuento capaz de embelesarnos. La salud paradójica del muerto posee los ingredientes que un libro tiene que tener para que nos creamos lo que el autor imagina. Pero no siempre es fiel a sus dones y a sus dotes. No culpo a la traductora, que sabe lo que se hace, pero me temo que desde el título a sintagmas como los «juega-hogares», la música del portugués africanizado –lengua materna del autor– se pierde miserablemente.

Luis Fernando se esmera en crear un espacio sin aduanas entre realidad y sueño, entre quienes viven y mueren, y atraviesan un espejo –invento que tardará en llegar a la geografía de esta novela, aunque poseían charcos y ríos, lo que no deja de ser un contrasentido: dice el autor que tardarán siglos en conocer fenómenos tan preciosos para la literatura y los sueños como la lluvia–. Este libro es un ejercicio de percepción, que invita a desconfiar de lo evidente, como los lindes entre lo que es y lo que parece, en sintonía con tradiciones africanas, con una elocuente distinción entre hechiceros que hechizan y curanderos que curan.

En este tiempo anterior al mundo y a las palabras que malamente esgrimimos para entendernos, La salud del muerto debería ser capaz de crear un idioma a medida que se escribe, de tal forma que la magia y la ciencia forjaran una realidad a su imagen y semejanza. Un edén más allá del bien y del mal.

Me da la impresión de que esa pudo ser la secreta ambición del angoleño Luis Fernando. A veces se eleva sobre sí mismo, y entre líneas esboza valiosas cauciones morales: el deseo que no se pone límites conduce a la desgracia, una vida basada en el rencor no merece la pena ser vivida. Pero no llega.

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