Los agujeros de la historia

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La comunidad internacional cuestiona la versión oficial de la guerra en Tigray (Etiopía)

En la batalla por el discurso también se producen escaramuzas y refriegas antes de que uno de los bandos alcance la victoria final. Y por lo visto en Tigray, el frente está muy abierto.

A pesar de que el primer ministro Abiy Ahmed cortó las comunicaciones con Tigray –léase Internet y cualquier flujo noticioso que pudiera circular entre la región y el ­exterior– cuando estalló el conflicto, por las pocas grietas no taponadas por Adís Abeba se filtraron rumores que aventuraban la dureza de la campaña militar iniciada el pasado 4 de noviembre. Aquí nos hacíamos eco de aquellos miedos: «Lo que pretende Ahmed es aniquilar a nuestro pueblo».

En los albores de aquella guerra amordazada, desde Adís Abeba se justificó la ofensiva militar en la necesidad de responder al ataque de la guerrilla tigrina a una base del Ejército federal en Mekele. Aquellas insurgencias, más otros lastres históricos –el Frente Popular del Pueblo de Tigray (TPLF) fue un actor político fundamental en Etiopía desde la caída de Mengistu Haile Mariam hasta la de Hailemariam Desalegn– colmaron de razones a Ahmed para comenzar la guerra y, de paso, hacerse con el monopolio del relato. Pocas semanas después, el primer ministro aprovechó la toma de la capital tigrina, Mekele, por parte del Ejército federal para declarar el final de una ofensiva que ya era sospechosa de haberse convertido en una limpieza étnica, que había provocado que miles de tigrinos se refugiaran en el vecino Sudán y en la que, además, Adís Abeba había contado con la colaboración directa de Eritrea. Este asunto, que al principio no quedó muy claro, se destapó de forma definitiva hace algunas semanas cuando el primer ministro etíope reconoció que las tropas enviadas por Asmara se retiraban de Tigray. El pasado 26 de marzo, a través de Twitter, Ahmed señaló que había llegado a un acuerdo con el presidente eritreo Isaias Afewerki para la retirada de los militares eritreos –International Crisis Group advertía el pasado 2 de abril que «estas palabras fueron bienvenidas, aunque queda por ver si los soldados realmente se marcharán»–, aunque no dejó pasar la oportunidad para recordar que el TPLF lanzó varios cohetes contra Asmara, «provocando que el Gobierno de Eritrea cruzara la frontera etíope para prevenir futuros ataques y mantener su seguridad nacional».

Pero a medida que han pasado los meses han comenzado a sucederse denuncias sobre lo ocurrido. Una de las más relevantes ha sido la del secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, quien ha calificado de «limpieza étnica» lo ocurrido en Tigray. Pero no ha sido el único. Amnistía Internacional ha presentado un informe en el que denuncia los crímenes contra la humanidad cometidos por los ejércitos etíope y eritreo el pasado mes de noviembre, y Médicos Sin Fronteras, por su parte, ha documentado la destrucción «deliberada y generalizada» de las infraestructuras sanitarias de Tigray, donde solo el 13 % de sus centros funcionan ahora con normalidad.

Mientras esto sucede, Adís Abeba continúa con su política de justificar su posición. La agencia etíope de noticias ENA publicó el 19 de marzo un comunicado de la oficina del primer ministro en el que se recordaba que «el Gobierno tiene la obligación moral y legal de tomar las medidas apropiadas para aplicar la ley de cara a proteger la soberanía y la seguridad del país», e invitaba a los tigrinos refugiados en Sudán a volver al país: «Los naturales de la región están llamados a regresar a sus pueblos y casas dentro de una semana y unirse a la comunidad». Además, el presidente interino de Tigray, Mulu Nega, recibió el 10 de marzo a 50 embajadores acreditados en el país para explicar su versión, evidentemente parcial, de lo acontecido en la zona.

Las discrepancias que presentan las diferentes versiones hacen prever nuevas batallas informativas con Tigray en el centro del discurso. Mientras eso sucede, conviene releer lo que Xaquín López escribió aquí a primeros de año: «Tigray queda muy lejos de Adís Abeba, unos 800 kilómetros. Pese a la distancia, en la capital son conscientes de que cuando las guerras se acaban, los milicianos del norte se atrincheran en las montañas para continuar con su guerrilla». Algo que ha confirmado el primer ministro etíope. Ahmed ha advertido que lo que ahora libran Adís Abeba y Mekele es una guerra de guerrillas «difícil y tediosa» que podría alargarse meses, y que «no es lo mismo eliminar a un enemigo visible que eliminar a uno que se esconde». El International Crisis Group así lo reconoce y advierte del riesgo de que Tigray se convierta en un largo y extenuante escenario de guerra.

Imagen superior: Mientras las partes implicadas tratan de imponer su versión, la normalidad parece establecerse en Tigray. En la imagen, una calle de Mekele el pasado 16 de marzo. Fotografía: Minasse Wondimu Hailu/Getty



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