Los faraones negros

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El pueblo nubio, entre Egipto y Sudán

 

Por Luis Casado

 

El legado de la vigesimoquinta dinastía de faraones está siendo rescatado del silencio al que se había visto abocado por una historia intencionadamente mal contada. Ahora, el trabajo de investigadores e instituciones recupera el esplendor que siempre mereció.

Egipto siempre nos ha fascinado por su increíble cultura, historia, monumentos o religión, dejando en el olvido otra no menos fascinante y sorprendente civilización que se desarrolló a la par que la egipcia, la civilización del pueblo del África negra de Nubia, del Kush bíblico, pero que por circunstancias geográficas, climáticas e históricas quedó enterrada y olvidada en las ardientes arenas del desierto nubio durante miles de años. Hoy está viendo la luz, revelando sus admirables secretos, gracias al ingente trabajo y al esfuerzo de arqueólogos y organizaciones como la UNESCO que pretenden salvarla de las aguas de la presa de Asuán.

El territorio más al sur de Egipto histó­ricamente fue siempre propicio para el misterio y la leyenda: era el reino de donde procedían el oro, los productos exóticos, los temibles ­guerreros armados con sus arcos, el país de la gente negra, de los etíopes.

En la modernidad al territorio situado entre la primera catarata, en Asuán, y Jartum, donde convergen el Nilo Blanco y el Nilo Azul, se le conoce como Nubia. Aunque hoy se encuentra dividida entre dos países, Egipto y Sudán, la antigua Nubia formaba un estado homogéneo e independiente, tenía sus propios gobernantes, costumbres, religión y cultura, aunque con el paso del tiempo la influencia egipcia se intensificó y prácticamente la absorbió.

Para muchos historiadores, arqueólogos y estudiosos de la cultura egipcia es muy relevante conocer o descubrir que una de las civilizaciones más antiguas de la humanidad tuvo su nacimiento y desarrollo en el mismo corazón de África, al sur de Egipto, y que sus creadores tienen rasgos negroafricanos, pelo rizado, piel oscura y labios gruesos, aunque en los bajorrelieves de la época siempre aparezcan infravalorados bajo la zapatilla del faraón de turno. Lo que conocíamos de ellos es lo que nos contaron egipcios y griegos, aunque ahora la arqueología y recientes descubrimientos han ayudado a poner en su sitio la gran importancia de esta olvidada civilización africana.

 

 

Restos arquelógicos de Musawwarat en Nubia. Fotografía: Getty

 

Interés puramente comercial

Este increíble pueblo africano de artesanos y comerciantes, de finos orfebres y fieros guerreros muy duchos en el uso del arco, fue capaz de rivalizar con el todopoderoso vecino del norte, enemigo y conquistador, crear su propia civilización y, siglos mas tarde, ser capaz de doblegar y gobernar el potente reino egipcio durante 70 años.

Unos faraones de piel oscura, venidos del sur, del mítico país de Kush, llegaron al norte. Eran los faraones de la dinastía XXV o Kushita, originaria de la ciudad-estado de Napata, que se extendió entre los años 747 y 664 a. C., la única que no aparece reflejada en los paneles de mármol de la entrada al Museo Egipcio de El Cairo.

Al sur de la tercera catarata del Nilo se encuentra la ciudad de Kerma que fue un brillante centro comercial entre el norte de Egipto y el reino de Kush, a la que acudían los comerciantes egipcios princi­palmente en busca del codiciado oro. Kush era conocida por los egipcios como la tierra del oro, tan apreciado por los faraones, aunque también se comercializaba con metales, ganado, animales y pieles exóticas, maderas de toda clase, plantas aromáticas, incienso, cerámica y esclavos. El interés de Egipto por el reino de Kush era básicamente material.

Las esculturas de Taharca y Tanutamon, dos de los faraones de la XXV dinastía, fueron descubiertas en julio de 2004 en Kerma. Fotografía: Getty

La ciudad de Kerma estaba rodeada de murallas, pero lo mas significativo es que allí se encuentra una de las edificaciones mas antiguas y enigmáticas de todo el mundo y, sin lugar a dudas, de África: se trata de un edificio enorme de adobe, con una planta cuyos lados tienen 50 y 25 metros, y unos 18 metros de altura. De gran complejidad constructiva –comparable a las pirámides–, es conocido por los lugareños como Deffufa, que significa monolito de ladrillo. Lo sorprendente de esta edificación es su antigüedad, unos 4.500 años, comparable por tanto a las primeras pirámides egipcias. Tendríamos, por tanto, a dos civilizaciones coincidentes en la fecha de su comienzo.

 

Historia en clave egipcia

La ciudad fue excavada por el famoso egiptólogo George Reisner a principios del siglo XX. Pero Reisner solo veía Nubia y Sudán con ojos egipcios y no podía creer que tanto la ­Deffufa como las pirámides nubias que veía a su alrededor hubiesen sido construidas por los antepasados de la gente negra –demasiado pobre e inculta– que tenía a su alrededor. No podían haber sido ellos sino forasteros, gente de piel clara venida del norte. El arqueólogo norteamericano fue incapaz de superar unos prejuicios racistas que, con el tiempo, se han visto superados y corregidos por numerosos estudios y nuevos hallazgos que han reconocido el valor histórico del reino africano nubio de Kush.

Como todo lo relativo al pueblo y reino de Kush, el de los faraones negros fue siempre un capítulo desconocido en la historia, pues ya los mismos faraones egipcios se encargaron de borrarlos de sus monumentos y escritos. Esa omisión ha permanecido vigente hasta que los arqueólogos han sacado a la luz sus vestigios.

 

Presencia libia en Egipto

Hacia el año 730 a. C. Egipto sufrió una gran crisis política, religiosa y moral. Cada ciudad o demarcación territorial tenía su propio gobernante, campo de cultivo para que las potencias extranjeras pescasen en aguas revueltas. Ante el gran vacío de un poder centralizador, comunidades de origen libio se hicieron con el control del norte del país. Es entonces cuando los influyentes sacerdotes de Amón en Karnak, viendo que su poder y privilegios estaban en peligro, llaman al faraón kushita Piye –o Pianji– para que salve la civilización egipcia de su definitiva destrucción y desaparición. Piye no se lo piensa dos veces. Aclamado por los sacerdotes como el hijo del dios Amón –y por tanto, partícipe de su divinidad– se presenta en Tebas con un ejército formidable. Ordena a sus soldados purificarse en las aguas del Nilo antes del combate, rociando sus cuerpos con el agua sagrada del templo de Karnak. De esta manera, bendecidos por los sacerdotes de Amón, empiezan la guerra contra los enemigos del norte. Piye se consideraba el legítimo sucesor de grandes faraones egipcios como Tutmosis III y Ramsés II, aunque su piel fuera algo más oscura.

En poco mas de un año, todos los gobernantes del norte habían sido derrotados y la ansiada unión política y religiosa de Egipto se había realizado. Una vez consolidado su poder y restablecida la unidad del país, Pianji se volvió a Kush cargado con su botín de guerra. Bajo su mandato Egipto recuperó de nuevo la soberanía, el culto a Amón, sus dioses y su cultura religiosa. Cuando murió en el 715 a. C. fue enterrado, según su voluntad, en una pirámide al estilo egipcio junto a cuatro de sus caballos. Pianji fue el iniciador de la dinastía XXV, conocida como la de los Faraones Negros de la historia de Egipto.

A su muerte, su hermano Shabaka asumió el poder y puso su residencia en Menfis, desde donde tuvo que hacer frente a varios levantamientos de los libios así como al rey asirio Senaquerib que estaba atacando el reino de Judá. En vez de ordenar la ejecución de sus enemigos, Shabaka los ponía a cavar canales de riego y diques para proteger los poblados de las inundaciones del Nilo.

Le sucedió su sobrino Taharca, hijo de Pianji. Taharca fue un temible guerrero que se enfrentó al rey asirio Senaquerib. Aparece en el Libro de los Reyes como el salvador de la ciudad de Jerusalen y de su templo. Cuando Senaquerib cercaba Jerusalen, levantó de forma rápida e inexplicable el asedio y se marcó a su país. ¿Con qué razón actuó de ese modo? Muy sencilla: se enteró de que el temible ejército de arqueros de Taharca marchaba contra él. Años mas tarde los asirios se vengaron y lograron echarlo de Menfis, e hicieron que retrocediese hasta Tebas y, más tarde, a Napata.

 

El arqueólogo suizo Matthieu Honneger, que ha dirigido numerosas excavaciones en la zona y es una de las referencias mundiales en cultura kushita. Fotografía: Getty

 

Uno de los grandes faraones

Según las estelas que han quedado, Taharca es recordado como uno de los grandes faraones de Egipto. En el año 690 a. C. fue coronado en ­Menfis como el elegido de Amón, el faraón de los reinos de Egipto y Nubia, consiguiendo en los 26 años de su reinado llevar la paz y la prosperidad a su país.

Pero ademas de un gran guerrero, Taharca fue también un gran constructor siguiendo la senda de los grandes faraones . En la ciudad nubia de Napata, donde se encuentra la montaña sagrada de Jebel Barkal, lugar de nacimiento y residencia del dios Amón según los sacerdotes, edificó dos templos. En Tebas, en el templo de Karnak queda una columna gigantesca de lo que fue un templete de 10 columnas erigido por ­Taharka para honrar a Amón. Siguiendo la costumbre de los faraones erigió bustos, estatuas o capillas. También son numerosos los conocidos cartuchos egipcios que llevaron su nombre por todo el país. Muchas de estas representaciones están mutiladas como signo para que no regresase de entre los muertos. Tienen la nariz arrancada y la corona, el uraeus, destrozada como rechazo a su pretensión de ser el faraón de los dos reinos. En lo alto del pináculo de Jebel Barkal, en un lugar prácticamente inaccesible se ha descubierto un relieve que dice «Yo Taharca, el buen Dios, el rey del alto y bajo Egipto que vive eternamente, he aniquilado a los beduinos de Asia y he acabado con los habitantes del desierto de Libia».
Taharca ha sido el faraón negro mas importante de la dinastía XXV y su influencia en Egipto fue tan grande e importante que ni siquiera sus enemigos o el tiempo han sido capaces de borrarla.

Su sucesor, Tanutamani, pretendió reunificar de nuevo los reinos egipcios. Se mantuvo en el trono en Tebas durante ocho años, pero los asirios le vencieron y le obligaron a volver a Nubia, donde los reyes ­kushitas siguieron reinando durante un milenio, primero desde Napata y luego desde Meroe.

Los faraones negros de la dinastía XXV fueron los salvadores y los unificadores de los valores religiosos y culturales de Egipto en una época crítica de su historia. Eran los hijos de Amón, garantes de la continuidad de la dinastía divina egipcia, de todas sus tradiciones y principios. Por eso lucharon contra los invasores que ponían en peligro tanto la unidad como sus valores. Ejercieron su poder como auténticos faraones egipcios controlando la administración, la religión, a los sacerdotes y siendo grandes constructores. Se consideraban plenamente egipcios por su cultura y religión, aunque procedentes de un ambiente étnico diferente. Nunca se vieron como invasores sino como parte integrante de un mismo reino, el Alto y Bajo Egipto y, también muy importante, del de Kush.

 

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