Los huérfanos del sida

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Chicos en situación de calle en Harare

Por Xaquín López

Cientos de chicos de la calle deambulan por el centro de Harare, la capital de Zimbabue, sobreviviendo en condiciones infrahumanas. Muchos de ellos son víctimas de segunda generación: su pobreza es heredera de su orfandad. Sus padres fallecieron a causa del VIH y ahora ellos se encuentran sin familia, en la calle y, en algunos casos, en un país extranjero.

La avenida Samora Machel, en honor al padre de la independencia de Mozambique, atraviesa el centro de Harare de este a oeste. Lujosos hoteles, alguna casa colonial embutida entre altos edificios de oficinas, tráfico atascado, bullicio en las calles… Es el paisaje urbano habitual de cualquier capital africana.

La escasez de combustible, una herencia que el nuevo Zimbabue arrastra de la época de Robert Mugabe, provoca largas colas de coches para repostar, sobre todo en horas punta, al caer la tarde. Algunos conductores aprovechan la espera para comprar unas zapatillas a un vendedor ambulante o que alguien le lave el coche a mano en cinco minutos. Las amplias explanadas de las gasolineras Total se convierten en ­improvisados mercadillos, muy extendidos por todo el continente.

Un grupo de street boys desayuna cerca del hotel Number One. Fotografía: Sonsoles Meana

Los chicos de la calle lo saben y aprovechan para actuar. «Tengo que estar con un ojo en el surtidor y el otro en el muro de atrás. En cuanto nos despistamos, los tenemos encima». Marvelous tiene 35 años y es puro nervio. Atiende a los conductores con una sonrisa, sin parar de hablar, el boquerel en una mano y un fajo de bons –billetes usados de la moneda local– para el cambio, en la otra. «Viven como animales», le comenta al periodista con una expresión de lástima en su rostro, mientras señala con la cabeza a tres chicos que merodean alrededor de un coche. «La mayoría pide limosna, pero entre ellos siempre hay algún grupo peligroso. Actúan en manada para robar al descuido lo que ven dentro de los vehículos», cuenta Marvelous a modo de advertencia.

Los zvigunduru

Los habitantes de Harare les llaman los zvigunduru, que en tsonga, la lengua local de Zimbabue, significa «los que duermen en cualquier parte». Los callejones que dan servicio a los hoteles, gasolineras y entidades bancarias son sus lugares preferidos. El hotel Number One, urbano y anodino, es una de esas zonas. Situado entre dos concurridas gasolineras, su parte trasera está cruzada por un camino de tierra delimitado por altos muros alambrados. Es un buen lugar, creen algunos, para cumplir con ciertas necesidades fisiológicas, pero muy poco recomendable, todos lo saben, para perderse. Cada metro de más hacia el interior del callejón es un desafío sin retorno. En el territorio de los street boys, las leyes las dicta aquel que no tiene nada que perder.

La hermana Angela, religiosa dominica, lleva más de 50 años en Zimbabue. Fotografía: Sonsoles Meana

Marvelous los conoce a casi todos por su nombre de pila. «Mira, aquel chaval se llama John. Es buena gente y no se droga». El gasolinero se refiere al toriro, la droga local que vuelve agresivos a los chicos callejeros. Acelera los efectos de la cocaína al mezclarla con bicarbonato. John no es de los que se droga, pero su camisa blanca raída, unos pantalones por debajo de las rodillas y las chanclas gastadas le delatan. Asegura que tiene 10 años, aunque aparenta algunos más, y habla poco porque desconfía por igual del hombre blanco y del periodista. «Yo lo que quiero es ir a la escuela», repite una y otra vez. Nos cuenta que su madre, originaria de la ciudad de Gweru, en el centro del país, se casó con un inmigrante de Malaui, que la abandonó nada más nacer él. «Me crie con mis abuelos maternos, pero no había comida para todos y decidí venir a Harare a buscarme la vida».

Mientras el periodista charla con John, su amigo Mad le vigila a unos metros de distancia. Cuenta que sobrevive de las monedas que le dan los conductores y que duerme en el callejón. «Ahí pasamos la noche entre diez y 15 jóvenes. No tengo miedo porque Mad está conmigo».

El autor del texto con John, uno de los chicos de la calle que viven en el entorno de la avenida Samora Machel, de Harare. Fotografía: Sonsoles Meana

A medida que va amaneciendo, desde las plantas altas del Number One se ve cómo se van desperezando y, uno a uno, saltan la verja que da a la avenida. Cuando, a media mañana, dos de los más mayores llegan al callejón con bolsas en la mano, los chicos saben que ese día van a desayunar. Se forma un corrillo alrededor de los proveedores. Vienen con bolsas de pan de molde, tetrabriks de zumo y alguna botella de maheu, la bebida local hecha de maíz y leche que les da calorías. Comen con avidez porque saben que quizá puede ser el único bocado decente de toda la jornada.

Cuando el día se ha dado mal, es habitual verlos merodear entre la basura que sacan de los numerosos Spar que hay en la zona. Los vigilantes de los supermercados ya los conocen, pero los intimidan con sus porras porque amedrantan a la clientela.

Las víctimas de la epidemia

No lejos del callejón, está la catedral católica de Harare, de fino estilo colonial. Al otro lado de la Fourth Street se levanta uno de los complejos misioneros más prestigiosos de Zimbabue. Es el colegio de las Hermanas Dominicas, con más de 1.000 escolares y principal casa de la orden en Zimbabue. La hermana Angela es enfermera. Nació en Alemania y lleva 56 años en el país africano. «Cada vez hay más chicos malviviendo en las calles del centro de la ciudad», nos cuenta a la sombra de una jacaranda en el precioso jardín del centro escolar. «Estamos notando que están llegando más desheredados de otros países fronterizos, como Mozambique y Malaui. Hay muchos huérfanos. Lo que estamos viendo ahora es el bum de la epidemia de sida, que arrasó África austral a finales del siglo pasado y principios de este. Muchos niños son huérfanos porque sus padres han muerto por culpa de esa enfermedad».
Algunas organizaciones humanitarias y no gubernamentales radicadas en Harare están trabajando para ayudar a estos chicos. Una de ellas es Keepers Alert, que dirige la escritora local Patience Chiyangwa, con la llamada Casa de las Sonrisas. «Es un centro al que vienen los chicos que viven y trabajan en la calle. Se acercan a diario para ducharse, lavar su ropa, alimentarse e, incluso, a los que quieren les damos clases de informática» nos cuenta Chiyangwa por teléfono.

Nozipho Mukabeta, paciente de MSF en el programa de sida pediátrico del hospital de Bulawayo (Zimbabue). Fotografía: Juan Carlos Tomasi / MSF

El fenómeno de los street boys no es nuevo en África, pero ya ha sido erradicado en otras megaciudades del continente en los últimos años. En la vecina Sudáfrica, controlaban las esquinas de los céntricos barrios de Johanesburgo cuando cerraban las oficinas y las tiendas. En Lagos, la capital económica de Nigeria, los temidos areas boys campaban a sus anchas, machete en mano, al caer la noche, incluso en el barrio financiero de Victoria Island.
El Imperio británico, a finales del siglo XIX, estaba orgulloso de su capital en la antigua Rodesia. Harare era, y sigue siendo, una bella ciudad de amplias avenidas adornadas por jacarandas. Hoy, la sombra violeta de sus flores da cobijo a cientos de niños y chicos abandonados a su suerte. Su vida miserable tiene un corto recorrido de apenas unos 100 metros, los que separan un callejón infame de la jauría urbana de una céntrica avenida que lleva el nombre, paradojas de la vida, de un libertador africano.

Sida y África en 2018

En 2018, casi 38 millones de personas vivían en el mundo con VIH, según ONUSIDA. De ellos, más de 25 millones residían en el continente africano. África oriental y meridional, con 20,6 millones de infectados, era la zona de mayor prevalencia. Aquí también radicaba el mayor número de nuevos infectados en el continente, con 800.000, y el de muertes vinculadas al sida: 310.000. En cuanto a África occidental y central, albergaba el año pasado a cinco millones de infectados, entre los que se contaban las 280.000 personas a las que se detectó la enfermedad en 2018. Ese año los fallecidos alcanzaron los 160.000. ONUSIDA, que engloba en sus análisis a África septentrional y Oriente próximo, señala que en esta zona se contabilizaban 240.000 personas con VIH. En relación a las nuevas infecciones, en 2018 la cifra se elevaba a las 20.000, mientras que los fallecidos llegaban a 8.400 en esta zona. Sobre el uso de retrovirales, el 67 % de los infectados en África oriental tienen acceso a ellos. El porcentaje baja al 51 % en África occidental y central, y al 32 % en África septentrional y Oriente próximo.

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