«Los medios simplificamos la realidad para cuestionar lo injusto»

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Carla Fibla recibe el Premio Saliou Traoré de periodismo sobre África


La reportera de Mundo Negro Carla Fibla recibió el pasado jueves 10 de diciembre el II Premio Saliou Traoré de periodismo en español sobre África, que entregan la Agencia EFE y Casa África. En África antes que en Europa es el título del texto ganador publicado en la revista y cuenta la historia de Elvis, un joven congoleño que recorre el continente para cumplir su sueño de matricularse en una universidad. La entrega del premio se celebró en el patio de Casa África. Transcribimos aquí íntegro el discurso de la galardonada.





Buenas tardes a todas y todos, autoridades, compañeros de profesión y amigos. Gracias a Casa África, a la Agencia EFE y a Naviera Armas por este reconocimiento que en Mundo Negro ha sido un gran regalo de aniversario. La revista lleva 60 años observando y contando África.

Elvis Gori Mulubela, cuyo verdadero nombre es Kabwende Nsungu Wilkins significa, según el libro escrito por él mismo y que podréis leer a principios de 2021 gracias a la traducción de Inmacula Ortiz: Kabwende, una piedra sagrada usada por quienes realizan sacrificios para encender el fuego real; Nsungu, ira o aflicción, inmensa tristeza, sufrimiento, profundo dolor, angustia. Pero también tiene un significado positivo que expresa valentía y poder. Depende del contexto en que nazca el niño; Wilkins es un nombre de origen germánico que significa «el que tiene la voluntad de ganar». Su significado es relativo a la espiritualidad y evoca valentía, confianza en sí mismo y determinación. Símbolo de la entereza moral que no reconoce el fracaso. Los que llevan este nombre tienen un doble carácter: hablan mucho y guardan un silencio sepulcral. Además de ser personas generosas.

Nsungu dio el gran paso que los profesionales de la información, los que trabajamos para que se conozca lo que ocurre con la mayor precisión posible, anhelamos cuando trabajamos un tema.

Yo llevaba una semana en Rabat, una ciudad que conozco bien, hablando con estudiantes africanos que podrían haber elegido ir a estudiar a Europa porque tenían el expediente académico necesario, los recursos financieros, pero habían decidido quedarse en el continente… Acudí a una reunión en una asociación que atiende a migrantes y recordé que en muchos campamentos  que había visitado en Argelia y Marruecos me hablaban de los estudios emprendidos para tener una mejor posición al llegar a Europa y salir adelante cuanto antes.

EFE/Ángel Medina G



La educación no tiene fronteras, es un ansia y una necesidad que, como demuestra la historia de Nsungu, puede llegar a ser más importante que comer cada día.

Nsungu atendió mi llamada, me dijo que estaba muy cansado y que quería contar la verdad, que necesitaba dejar de mentir. Luego me pidió 5 horas, porque era el tiempo que consideraba que necesitaría para relatar con detalle su periplo. Quedamos a las 7 a de la mañana en la entrada de la Universidad de Derecho de Agdal. Y no le sobraron muchos minutos, en un español trabajado desde el formato autodidacta, como los otros idiomas que habla, empleando algunas palabras en francés para ser más preciso, mostrando documentos, fotografías y finalmente el relato completo en un libro autoeditado que le ha permitido dormir en una cama y comer caliente durante algunas semanas. Así fue como conocí su historia.

Llevo 25 años haciendo reportajes y entrevistas, analizando y clasificando información, embarcándome en la escritura de libros cuando he considerado que el tema lo requería y las limitaciones de nuestros medios de comunicaciones para contarlo bien me obligaban a ello. Conozco la ruta migratoria que siguió Nsungu y por eso a ratos su relato me parecía increíble, pero pude comprobar que su capacidad de superación merecía estar en las páginas del Especial que Mundo Negro hace cada tres años para repasar el estado del continente, país a país, y durante el confinamiento decidí presentarlo a este premio porque Nsungu es una referencia y porque quería que se le escuchase más. Durante los meses posteriores a nuestro encuentro, amigas y conocidos a los dos lados del Estrecho ayudaron a Nsungu para que logrará tener un pasaporte congoleño y después la residencia marroquí que le permite examinarse y obtener su título universitario.

EFE/Ángel Medina G

Quiero agradecer a Nsungu que compartiera su relato y confiara en mí. El reportaje no se habría realizado si Javier Fariñas, redactor jefe de Mundo Negro, no me hubiese propuesto hacerlo cuando llevaba apenas un mes en la redacción. Ni tampoco si Jaume Calvera, antiguo director de Mundo Negro, no me hubiera contratado para entrar a formar parte de la revista. A Jaume me gustaría hacerle una mención especial porque tuvo que luchar durante semanas contra el Covid, hasta lograr superarlo. Algo que no ocurrió en el caso de otros 23 misioneros combonianos, dos de ellos españoles, que han perecido en los últimos ocho meses por esta terrible enfermedad.

También quiero agradecer a mis compañeros José Luis, José, África, Javi, Gonzalo, Quique e Inma su apoyo diario, la complicidad y el afecto con el que se trabaja en la redacción de Mundo Negro.

Me gustaría mencionar a tres amigos que me aconsejaron y empujaron a volver al periodismo puro, que es lo que hacemos en Mundo Negro, al regresar a España y comprobar que la información internacional, así como la especialización, habían perdido mucho espacio en los medios de comunicación. Alfonso Armada, Alfredo Cáliz y Nicolás Castellano, gracias por insistir y ayudarme a encontrar mi lugar en Madrid.

A la hospitalidad y generosidad profesional de Beatriz Mesa, que hizo que mi semana en Rabat durante la realización de este reportaje fuera tan productiva. Igual que a las asociaciones y conocidos, a los amigos reencontrados en mi querida Rabat… Lucille, Rubén, Virginia, Amina, Fátima, Javier o Hicham…

Se lo dedico a mis ausencias femeninas, los referentes a los que solo puedo recurrir en el recuerdo… Chon, Pepa, Ricardina, Bis y Alicia.

Y a las dos personas que más me aguantan, en lo bueno y en lo malo, que dan estabilidad y rigor a mi trabajo… a Iván y Enrique.

EFE/Ángel Medina G



Tuve la suerte de ser migrante durante más de 15 años en el norte de África y en Oriente Próximo. La experiencia y aprendizaje de crecer en un lugar donde no has nacido son enriquecedores para los que lo elegimos desde las garantías de una vida digna. En cambio la emigración que nada más pisar Marruecos entendí que debía contar en La Vanguardia y la Cadena SER, los medios para los que abrí una corresponsalía regional, se basa en la desesperación y la violación de los derechos fundamentales de personas a los que en pleno siglo XXI se infravalora y destierra a situaciones inhumanas.

Hoy es 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos, una de esas jornadas universales que la ONU proclama y en las que urge revisar su aplicación. Hace 72 años que fue aprobada la Declaración Universal de los Derechos Humanos, del reconocimiento de esos derechos inalienables independientemente de la raza, color, religión, sexo, idioma, opinión política o de otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.

Como dijo Eleanor Roosevelt, presidenta del comité que redactó la Declaración aprobada en 1948: «Los derechos humanos universales están en pequeños lugares, cerca de casa; en lugares tan próximos y tan pequeños que no aparecen en ningún mapa. […] Si esos derechos no significan nada en estos lugares, tampoco significan nada en ninguna otra parte. Sin una acción ciudadana coordinada para defenderlos en nuestro entorno, nuestra voluntad de progreso en el resto del mundo será en vano».

EFE/Ángel Medina G



Hace apenas 24 horas que llegué a Las Palmas y acabo de empezar a hacer lo que creo que da sentido a mi profesión: observar, escuchar y preguntar, para ir construyendo un relato que me permita contar lo que está pasando, lo que sigue ocurriendo, en las islas Canarias respecto a la cuestión migratoria. En los medios pecamos a menudo al buscar referencias y simplificar con comparaciones la realidad, pero lo hacemos para ayudar a comprender y cuestionar lo injusto. En estas últimas semanas, en realidad meses, Canarias ha vuelto a estar en el foco informativo porque la imágenes de personas hacinadas en un muelle han puesto de nuevo de manifiesto las deficiencias en la gestión y coordinación de una realidad sobre la que se tiene mucha información. La situación es suficientemente grave para no tener ni siquiera que compararla con lo que ocurrió, y sigue ocurriendo, en Lesbos o Lampedusa, igual que no es la primera crisis que viven las islas, ni será la última. Y cuando tienes la suerte de viajar por África, de conocer a las personas que se plantean arriesgar su vida para llegar a nuestras costas, no puedes dejar de exigir que existan vías seguras y legales para que la vida no deje de tener un valor o de ser importante al otro lado del Atlántico.

Nsungu podría haber cogido uno de esos cayucos que siguen llegando a estas costas cuando se encontró cerca del Atlántico, decidió seguir hacia el norte porque le dijeron que en Marruecos podría estudiar. Y cuando atravesó la frontera de Argelia, cerrada oficialmente excepto para el tráfico de seres humanos, y le preguntaban si quería llegar a Europa, él respondía que no, que su objetivo era estudiar y eso podría hacerlo en Marruecos, sin arriesgar su vida.

Deberíamos pensar más en lo que hace que las personas emigren y en el sacrificio que conlleva tanto para ellos como para sus familia y sus comunidades cuando no lo hacen con garantías. El momento lo exige, y más en estas tierras.


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