Los que no cruzaron

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Jóvenes africanos narran un periplo migratorio que no acabó en Europa.

Por María Rodríguez desde Bamako (Malí).

Con nombres reales y ficticios, un grupo de jóvenes africanos cuenta cómo fue el viaje que les llevó desde su tierra hasta las puertas de Europa. El proyecto inicial nunca se consumó. Dificultades de todo tipo, engaños, desilusiones y una dosis de realidad hicieron imposible lo que tiempo atrás era un sueño difícil de rechazar.

Samuel (nombre ficticio, 36 años), fue durante parte de su vida uno de esos jóvenes que intentaron llegar a Europa atravesando África occidental y el desierto del Sahara para llegar a Libia o Argelia y cruzar el Mediterráneo. Como les sucede a muchos africanos, había convertido Europa en su sueño, en El Dorado indispensable para alcanzar la felicidad. Su currículum también es similar al de otros jóvenes. Abandonó los estudios pronto y trabajó en diferentes oficios. Pero aquella situación no le satisfacía. Él soñaba en grande, quería hacer algo más con su vida. Y Samuel solo veía una salida para lograrlo: había que llegar a Europa donde, había escuchado, todo era fácil de conseguir.

Puso rumbo a «la aventura» –nombre que recibe el viaje a Europa entre los africanos– el 3 de marzo de 2004. Originario de Camerún, pasó por varias ciudades de su país, atravesó Nigeria y alcanzó Tahoua (Níger) donde le agredieron y se vio obligado a retroceder. Aquel fracaso no le quitó las ganas de alcanzar su meta. Decidió cambiar el rumbo hacia Burkina Faso, Malí, Mauritania y Senegal. Su viaje se convirtió en una auténtica odisea en la que, a lo largo de seis años, fue conociendo ciudades y pueblos de todo el occidente africano, buscando los medios y el modo de llegar a su deseado destino. Y así fue como de Senegal volvió a Malí, subió al norte y cruzó la frontera con Argelia hasta llegar a Orán.

Un migrante en un edificio a medio construir en Argel. Fotografía: Getty

En esta ciudad argelina las ideas de Samuel comenzaron a cambiar. «Empecé a informarme en profundidad a través de Internet sobre cómo funcionan las cosas en Europa y a leer sobre Historia de África, ­mientras trabajaba en pequeños empleos. Entonces puse mi sueño de Europa a un lado», explica Samuel. «¿A qué te refieres con ‘“cómo funcionan las cosas en Europa”?», le preguntamos. «En África hay libertad, puedes ir a donde quieras, puedes aprender lo que quieras y, si eres un poco inteligente, puedes llegar a ser rico. Entendí que en Europa hay un sistema y que, si llegaba hasta allá, tendría que empezar mis estudios desde cero. Eso o trabajar como un simple empleado en trabajos físicos, pagar impuestos, el piso, comprar ropa para cada estación… Así, todo el dinero se me iría, ¡no iba a poder ahorrar!».
Aquellas reflexiones hicieron a Samuel cambiar de idea, quedarse en Orán y gestionar todos los papeles «para dejar el estatus de migrante sin papeles». Hoy trabaja en la construcción y asegura que puede «levantar un edificio desde los pilares al tejado». Vive entre Argelia y Túnez, pero está pensando en regresar a Camerún para casarse e instalarse de nuevo en casa.

Samuel dice que, según ha podido analizar, la mayoría de los africanos, o al menos los cameruneses, deciden ir a Europa por codicia. «Yo salí de Camerún por codicia. Creía que Europa era un paraíso, un lugar donde el éxito está asegurado al cien por cien», reconoce. «Pero una vez sales del país, se ven más las oportunidades de tu tierra que cuando estabas allí».

Objetivo: ser futbolista

Es extraño que una persona que intenta llegar a Europa te diga que lo hace por codicia. Las dos respuestas más comunes son la pobreza y el deseo de «ser futbolista». A Daryl, de 31 años, también camerunés, fue esto último lo que le impulsó a intentar llegar al Viejo Continente. Había estado varios meses hablando con un italiano que le prometía jugar en un equipo, pero para hacerlo tenía que quedar con él en Argelia. Con esta meta salió de su país el 29 de diciembre de 2013. Cruzó Nigeria, Benín, Burkina Faso y Malí. Fue aquí donde otros compatriotas le invitaron a instalarse el tiempo que necesitara en casa de mama Thea, una camerunesa que se ocupa de ayudar a los jóvenes de su país que están en tránsito por Malí y a la que se conoce como «la mamá de los cameruneses».

Para rebajar el estrés del periplo que estaba viviendo y entrenar un poco, preguntó un día dónde podía jugar al fútbol. Al llegar al campo coincidió con un viejo conocido que también había intentado llegar a Europa pero que, finalmente, se había instalado en Malí. Le explicó que era miembro de la Asociación de ­Expulsados de África Central en Malí (ARACEM) y le aconsejó quedarse en Bamako. Pero Daryl confiaba en que todo saldría bien, en que llegaría a Italia y sería jugador profesional.

Jóvenes subsaharianos juegan al fútbol en Casablanca. Fotografía: Getty

Con esta idea, continuó la ruta un mes más tarde, dirigiéndose al norte para cruzar la frontera con Argelia. En Gao (Malí) se subió a un camión que le llevaría, junto a otras personas que también hacían la ruta migratoria, a Tamanrasset (Argelia). Fue cruzando el desierto cuando unos hombres armados les hicieron descender del vehículo. «Eran yihadistas. Creía que había terminado todo para mí, pensé que iban a matarnos», narra Daryl. Sin embargo, lo que ocurrió fue muy diferente. «Nos preguntaron si teníamos algo para comer y les respondimos que no. Nos llevaron a un pequeño campamento donde había más yihadistas y nos dieron de comer y de beber y luego nos desearon una buena ruta», dejándoles continuar su trayecto.

«Cuando llegué a Tamanrasset llamé a mi mánager, que me envió dinero para llegar hasta Orán. Pero cuando llegué allí tuve todos los problemas del mundo. La policía me detuvo y me expulsó al otro lado de la frontera, en territorio maliense, sin nada, en pleno desierto. Allí me recogió la Cruz Roja maliense y me llevaron a la Casa del Migrante, en Gao. Fue un trauma», rememora.

Aquella experiencia fue suficiente para Daryl. No volvió a intentarlo. «Si lo hago será por la vía normal, en avión, legal, con pasaporte y visado». Tras aquel episodio, Daryl volvió a Bamako y, desde entonces, gestiona el centro de ARACEM, la asociación de la que le habló su compatriota y que se encarga de ayudar, aconsejar y prevenir a migrantes de cualquier nacionalidad que esté en tránsito o hayan sido expulsados de Libia o Argelia. «No los desmoralizamos nunca, pero les contamos lo que sucede en la ruta», explica. Además, Daryl es entrenador de un equipo maliense femenino de fútbol de primera división. «Puedo decir que Europa no era mi destino… Si no, habría llegado».

Un grupo de migrantes espera en Tamanrasset la deportación a Malí. Fotografía: Getty
Varios intentos

En ARACEM coincidimos con un joven de 24 años, también de Camerún, que está de vuelta tras haber sido expulsado de Argelia. Antes de llegar hasta allí había pasado por Nigeria, Benín, Togo, Ghana, Costa de Marfil, Burkina Faso y Níger. Sin contar los dos primeros países y los dos últimos, el resto de países no forman parte de la ruta que suelen seguir los migrantes para llegar hasta Europa desde Camerún. Pero este joven, que prefiere mantenerse en el anonimato, admite que «­quería ­descubrir las ciudades antes de ­llegar a Europa». Sin embargo, el viaje no fue fácil.

Cuando llegó a la frontera de ­Ghana sin pasaporte, la policía le arrestó y golpeó. «Les dije que tenía dinero en la agencia, que iría a buscarlo para pagarles. Me dejaron ir y me fui por otra ruta diferente», dice. En la frontera entre Burkina Faso y Níger volvieron a amenazarle y pedirle dinero. Como no tenía, estuvo arrestado más de 1o horas, hasta que el conductor de una pequeña agencia de transporte pasó por la frontera. Él le explicó la situación en la que se encontraba y el chófer le ayudó y lo sacó de allí. El joven siguió su camino. Llegó a Níger y subió hasta Agadez, actualmente epicentro de la ruta migratoria africana hacia Europa, para dirigirse a Tamanrasset. Allí no duró más que cuatro días. Lo expulsaron a Malí.

«Para mí ir a Europa es como un negocio. Luego quiero volver a casa. Quiero montar en mi país un negocio de venta de coches y vehículos para la construcción y traerlos en barco. Para eso hace falta mucho dinero, así que hay que tentar a la suerte. No quiero que nadie me preste el dinero. Quiero que sea mi propio dinero», explica.

Este joven quiere volver a intentarlo porque, para él, el único modo de montar su propio negocio es trabajando y ahorrando en Europa. En el momento en que fue entrevistado había firmado el retorno voluntario con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) que facilita la vuelta a su país a los jóvenes migrantes. Pero su idea no es quedarse en casa. «Es necesario que regrese a Camerún para hacerme el pasaporte antes de volver a salir. No tener el pasaporte te crea muchos problemas en las fronteras».

Un migrante espera en Agadez el momento de partir hacia Libia. Fotografía: Getty
En búsqueda de la belle vie

Ibrahim tiene 21 años y es de ­Gambia. Inició «la aventura» en 2014 y, tras unos seis meses viajando y cruzando de país en país, llegó hasta la frontera entre Marruecos y España en el entorno de Ceuta, donde permaneció unos tres años intentando cruzar la valla. Un golpe de mala suerte en esa espera hizo que pudiéramos cruzarnos más tarde en la capital maliense. Poco antes, había decidido dar marcha atrás, hacia Argelia, para ahorrar un poco de dinero y volver a la frontera hispanomarroquí. Pero un día, estando en Argelia, de vuelta a casa tras salir a comprar, la policía le pidió sus papeles y, como no tenía, lo arrestaron y expulsaron a la frontera con Malí.

«No te puedo decir cuántas veces intenté saltar la valla», dice contando en su cabeza un número de veces infinito o incalculable. «He llegado a estar seis meses en el bosque sin salir», añade en sus explicaciones. Y, pensando en el frío que tiene que hacer en invierno, le preguntamos que cómo lo soportaba. «Estando allí pensamos que una vez que lleguemos a Europa todo habrá terminado, un día se acabará esa situación que vivimos antes de saltar. Por eso aguantamos el frío, el hambre, a la policía marroquí que viene a las cinco de la mañana para destruir los campamentos mientras ­dormimos…».

Desde la frontera maliense pidió ayuda para llegar hasta Bamako. Cuenta que no quiere volver a casa. «He estado fuera tres años, ¿cómo voy a regresar con mi familia así?», dice señalando lo poco que tiene: una camiseta blanca y un pantalón corto azul que lleva puestos. «Salí por, digamos… problemas familiares y en busca de la belle vie. Me gustaría volver a la frontera de Marruecos con España», explica. «Pero tú sabes que en Europa las cosas no son tan fáciles, ¿verdad?», le decimos al joven Ibrahim. «Lo he oído, pero no me lo creo», responde.

A Moussa, de Guinea y de tan solo 16 años, también le han hecho retroceder en su ruta hacia Europa. Pero a él desde Gao, el norte de Malí. «Un amigo nos enviaba fotos de Europa para convencernos de partir. A mí lo que nos enseñaba no me interesa, es por mi familia por la que he salido a hacer “la aventura”», explica. ­Moussa no quiere entrar en detalles, pero describe una familia desestructurada en donde no siente que tenga un verdadero hogar. Sin embargo, «aunque mi madre me pidió que no me fuera, yo no podía quedarme», cuenta. Así que tomó dos decisiones: llegar a Europa y enviar dinero a la familia.

Tras su primer fracaso quiere volver a probar, pero no por la ruta de Gao. Tampoco por Libia, después de la información que le ha llegado de lo que ocurre por allí. «Voy a intentar llegar a España y cuando llegue voy a intentar jugar al futbol».

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