Marco Motta: «El arte también es política»

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Marco Motta, acróbata aéreo

«Me llamo Marco Motta, tengo 28 años y soy originario de Salvador de Bahía, Brasil. Yo quería ser bailarín, pero encontré un camino bastante potente en el circo para transmitir un mensaje. En mis espectáculos Strange Fruit y Blackbird visibilizo problemas sistemáticos como el racismo y la discriminación».





¿Cómo era tu vida en Brasil? 

Salvador de Bahía es una ciudad muy linda a la que tengo mucho cariño, muy rica en lo cultural: la percusión, el baile, la capoeira, la samba… Aunque también hay una parte que ya no es tan bonita, principalmente cuando no tienes dinero y eres negro. A pesar de ser de las ciudades con más población negra fuera del continente africano, el racismo es muy fuerte. La violencia contra los cuerpos negros fue uno de los motivos que me hizo marcharme de allí. Mi infancia tuvo cosas muy lindas que recordar, pero una adolescencia bastante chunga.

Cuéntame algo de lo bonito y de lo menos bonito.

Una de las cosas bonitas que recuerdo de mi infancia es estar con mi madre en la playa. Vivíamos a dos kilómetros e íbamos casi todos los días. De las cosas no tan bonitas, nada más cumplir 13 años estaba un día jugando al fútbol en la calle cuando llegó un policía, me dio un guantazo en la cara y me mandó a casa. «Este no es un sitio para negros», me dijo. Aquello fue como un despertar. Empecé a entender en qué mundo vivía. Con 16 años estaba volviendo con unos amigos en autobús de una competición de –break dance cuando un coche de la Policía Militar nos paró y nos hicieron bajar. Me pusieron un fusil en la nuca y me dijeron que me iban a matar. 

¿Por qué ese racismo en un lugar con mayoría negra?

Porque el colonialismo no es algo físico. No es que haya un señor blanco a caballo vigilándote. El colonialismo es algo mental. Dentro de mi propia familia tengo tías que son ultrarracistas, que dicen expresamente «No me gustan los negros», aunque mi abuelo descendiera de una persona esclavizada. Mi gente lleva libre solo 136 años. Hicieron muy buen trabajo a nivel psicológico con la gente negra para que se odie a sí misma, para que odie sus rasgos y su cultura. 



Marco Motta el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo


¿Cuál fue tu respuesta ante ese racismo?

En primera instancia, el arte y la autodefensa. Practiqué muchas artes marciales, capoeira, kick boxing, jiu jitsu brasileño… Pero no bastaba. Mi madre, que había venido antes a Europa, fue a buscarme cuando yo tenía 17 años. Yo estaba viviendo con mi padre en un barrio conflictivo, donde moría una persona cada dos días y, no casualmente, negra. Le contaba a mi madre: «Hoy me ha parado la Policía otra vez», o «Me han pegado» o «Me han puesto un fusil en la cabeza». Mis tías la llamaban para decirle que andaba con delincuentes, porque los bailarines de break y la cultura hip hop en Brasil siguen teniendo ese estigma, cuando es precisamente todo lo contrario. 

¿Qué encontraste en la cultura hip hop?

Un ambiente de familia donde no me sentía desplazado. Iba a bailar para no estar en un ámbito peligroso. Estábamos en comunidad y cuando se acababa el entrenamiento nos volvíamos a casa. Era muy sano para mí, tanto a nivel mental como de protección física. Los no blancos somos el 52 % de la población brasileña, pero a nivel cultural, que es donde atacan el colonialismo y el racismo, estamos desplazados. En aquel ambiente me sentía cómodo y, sobre todo, seguro. No tenía que estar vigilante esperando que me podían atacar en cualquier momento. Tanto allí como en Europa fue para mí un espacio seguro, aunque aquí encontré otras cosas que me hicieron sentir menos seguridad.

¿Qué viste? 

El peso de mi color era mucho más evidente. Me sentía juzgado de modo constante, más todavía que en Bahía. Me asusté. La discriminación aquí es alarmante, aunque mucha gente lo niegue. Los tres primeros años estuve en situación de ilegalidad. Estudiaba por las noches y buscaba trabajo por el día. Cuando iba a entregar el curriculum, la gente ni siquiera me miraba a la cara, o me maldecían. Luego, lo obvio: la Policía. Había un rapero en Brasil que decía: «Cuando corres eres un delincuente y cuando te quedas parado eres un sospechoso». Me quedó muy claro desde el primer día. Y eso te condiciona toda la vida. Si a nivel laboral no vas bien, a nivel sentimental tampoco, no tienes libertad de movimientos y eres esclavo del sistema, imagínate cómo puede afectarte a nivel psicológico. Tuve depresión. Cuando ya tenía documentación y mi carrera iba bien, empecé a sentir el peso de toda esta carga de tantos años viviendo bajo esta piel, que para mí es una bendición, pero que el mundo exterior convierte en una maldición. Llegué a plantearme el suicidio. Siempre me siento un extranjero. Dentro de mi propio país o saliendo de él. He viajado por todo el planeta, Australia, Indonesia, todos los países del norte de Europa, y el discurso siempre es el mismo. ¿Cuál es mi lugar? A los 19 años me metieron en el CIE de Aluche, donde se vulneran todos los derechos humanos. Empecé a pensar que no era persona. Es de las cosas que más triste me ponen. 




Marco Motta el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo


¿Cómo entras en el circo?

Yo hacía un break dance mezcla de contorsionismo, yoga, posturas un poco raras… Me presenté a algunos cástines y me cogieron como bailarín y artista circense. Luego empecé con la acrobacia aérea. Encontré un camino muy potente para transmitir lo que quiero. 

¿Qué supone para ti dedicarte a este arte?

Es mi terapia. Vuelco todas mis frustraciones y mis pensamientos. Es un modo de resiliencia. Cuando estoy en escena es cuando, por fin, la gente me escucha, cuando me ve como persona. Intento hacer un circo humanizador. Desde que surgió el circo tal y como lo conocemos hoy en día, las personas negras, y racializadas en general, llevan siendo expuestas en escena como una atracción, más que como personas. Cuando actúo intento que la gente empatice conmigo. Si hago un acto aéreo a diez metros del suelo o retuerzo un hombro y al público le duele, es que se pone en mi lugar. Intento que la gente vea el mundo en el que vivo, visibilizando problemas sistemáticos como el racismo o la discriminación.

¿Cómo lo haces?

El acto en el que llevo trabajando durante cuatro años lo hago con la canción Strange Fruit, de Billie Holiday, una de las más importantes del siglo XX, muy importante para la comunidad negra y muy literal, que habla de un problema que continúa en el siglo XXI. Desde mi cuerpo, desde las cintas y mis acrobacias, expreso cada palabra de Billie Holiday. Ahora acabo de estrenar Blackbird, un espectáculo inspirado en la música de Nina Simone. A través de su canción he creado un personaje para que la gente empatice conmigo, y con la comunidad negra.Tal y como yo la interpreto, habla de la migración. En la canción ella pregunta constantemente «¿Por qué quieres volar?», dirigiéndose al mirlo. Él responde que no le quieren en ningún lado. En el show aparezco como un pájaro negro que se comunica a través de instrumentos musicales. Toco la caracola marina, hago una especie de jazz cubano con la trompeta, utilizo el berimbau como instrumento de rock. Una parte dentro del espectáculo está inspirada en los movimientos corporales que tienes que hacer cuando estás en un control policial: las manos detrás de la nuca, o hacia arriba, enseñando los bolsillos, de rodillas… Movimientos que han formado parte de mi cotidianidad. 



Marco Motta el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo


No es el tipo de circo al que estamos acostumbrados.

Desde hace bastantes años el circo se ve como un entretenimiento, no como arte. La mayoría de las veces la gente va a ver a un acróbata virtuoso, pero lo que yo intento es llevar otros discursos. Más que entretener a la gente, que también, porque no deja de ser una acrobacia divertida de ver y música en directo, transmito un mensaje claro. El arte también es política. Cuando pones tu cuerpo en escena estás haciendo política.

¿Qué impacto esperas provocar en el público?

En la gente blanca, hacerles ver que viven en una realidad completamente distinta a la mía, y que hay que cambiar las estructuras a nivel político. Trato de que empaticen, porque de tanto ver en la pantalla cuerpos negros muertos en el Mediterráneo, a los manteros siendo aporreados por la Policía o a un negro al que pisan el cuello y lo matan, al final se normaliza. Esto no puede ser la norma. Quiero que escuchen mi voz, que vean cómo sudo, cómo cojo aliento. Que sepan que hay un problema al que hay que encontrar una solución. La cultura es un arma potentísima para hacerlo. Y en cuanto a la gente negra, es importante que los más jóvenes vean y sientan que hay un espacio artístico como este que pueden explorar. 



Fotografía: Javier Sánchez Salcedo


CON ÉL

«Dos objetos. El primero es la carta que me escribió mi madre hace unos meses diciendo lo que sentía por mí, que me quiere, que quiere que esté bien y que me va a ayudar en lo que pueda. La pluma es parte de mi vestuario en mi nuevo show, Blackbird, que supone un cambio en mi carrera como artista». 



 

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