Africanas | Mina, «la rapera velada»

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Cantante y activista

Lo tenía todo en contra. Educada en una familia tradicional senegalesa, cuando Aminata Gaye –Mina «la velada» es su nombre artístico– se dio cuenta de que la música la convertía en una persona segura de sí misma y capaz de luchar por sus sueños, de creer que es posible cambiar la realidad, supo que no había marcha atrás.

«No me escondo. No se me puede manipular con facilidad. Lo que tengo en mi cabeza es lo que seré, nadie puede pararme», explicaba en una entrevista en la BBC en 2019. Mina lleva velo desde que era una niña, forma parte de su identidad y está orgullosa de una prenda que a menudo está rodeada de controversia. Alega que de la misma manera que hay raperos que llevan gafas, una gorra o que se rasuran el cabello, la indumentaria con la que ella se siente cómoda incluye el velo.

«En mis primeros tres sencillos conté mi historia, lo que significa para mí llevar el velo, el rechazo que sentí por dedicarme a la música. Todos me pedían que me quitase el velo porque aseguraban que era incompatible con la música», continúa con gesto serio y sin dudar ni un segundo de haber tomado el camino correcto.

La fuerza tanto en el mensaje como en el ritmo del rap y el hiphop que practica también como miembro del grupo Genji, hacen que su carácter y determinación se multipliquen cuando sube a un escenario. Asegura que se siente poderosa, feliz, capaz de cualquier cosa porque las palabras que pronuncia pueden cambiar las injusticias y situaciones de desprotección que viven las mujeres. Se ha convertido en una activista de los derechos de la mujer por accidente, y deja que el contenido de sus canciones le lleve a denunciar los matrimonios precoces, la ablación, el no tener derecho a tomar la palabra ni a manifestar alegría con libertad, o la violación física y verbal. «La vergüenza debe cambiar de bando. Es la persona que -viola la que debe sentir vergüenza y esconderse. No es la víctima quien debe renunciar a tener una vida», sentencia en una nueva reflexión que está inspirando a muchas mujeres, sobre todo a las que llevan velo, cada vez más numerosas en sus conciertos. «Siento que esas mujeres están consiguiendo vivir su vida con plenitud».

Mina se casó con un rapero hace tres años. Decidió dar el paso porque su marido entendió su pasión por la música y no le pone problemas a que regrese a casa de madrugada después de dar un concierto y se levante pasado el mediodía. Tanto su familia –que dejó de insistir en que se dedicase a otra cosa cuando constataron que todos los intentos para que lo hiciera fueron en balde– como la de su marido comprenden el lugar que la música ocupa en su vida. «Paso dos o tres días en casa de mi marido y luego regreso a la mía. Soy rapera, es parte de mí».

Se ha convertido en una de las caras más reconocidas del hiphop femenino en Senegal, a pesar de las amenazas que relata con una natural incomprensión: «Me han llegado a decir que soy la encarnación de Satán y que lo que quiero es estropear la religión».

Pero Mina no ha tirado nunca la toalla y desde muy temprano comprendió que los que la critican no entienden el discurso que vehicula. Ella tiene el poder de creer en sus sueños y eso es lo que transmite a los que escuchan sus canciones: «El poder de las chicas y las mujeres no para, siempre hemos sido fuertes, hemos feminizado el rap». Es el estilo Mina.   

Ilustración: Tina Ramos Ekongo

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