Músicos: licencia para transformar

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[En la imagen superior el ugandés Robert Kyagulanyi Ssentamu, conocido como Bobi Wine, en una manifestación desarrollada en Kampala el pasado 11 de julio contra el impuesto al uso de Internet. Fotografía: Getty]

 

Con los ritmos pegadizos del afropop, los artistas recurren cada vez más a las frustraciones de los jóvenes africanos para el contenido de sus temas. Pero hay un pero: los líderes políticos amenazados por este ímpetu musical intentan silenciarlo.

Desde la advertencia de la ­sudafricana Miriam Makeba al Gobierno del apartheid hasta el reproche del nigeriano Fela Kuti a los líderes poscoloniales díscolos, la música siempre ha sido un medio para desafiar al poder. Los gobiernos mantienen las mismas prácticas de represión para silenciar sus mensajes. Sin embargo, hoy en día, y con la ayuda de Internet, los ritmos activistas mueven a una generación digital cada vez más numerosa y eminentemente joven que se aferra a estos artistas reconvertidos en políticos.

 

Bobi Wine, el Rey del gueto

El caso más paradigmático es el de Robert Kyagulanyi Ssentamu, de 35 años, conocido con el nombre artístico de Bobi Wine. Este ugandés se ha convertido en una presencia magnética en el escenario nacional después de una sorpresiva entrada en el Parlamento como candidato independiente el año pasado. Su carrera despegó a principios de la década de 2000 con canciones que ponen de relieve la pobreza urbana, una realidad que le ha hecho valedor del apodo de Rey del gueto, difundiendo un género musical que él mismo define como «entretenimiento educativo».
Su postura antigubernamental, salpicada de lemas como «Poder del pueblo, nuestro poder» y combinada con una conexión eléctrica con la juventud, se ha convertido en un quebradero de cabeza para el presidente Yoweri Museveni, que en febrero de 2019 cumplirá 32 años al frente del país. Además, un detalle estético: viste ropa y boina rojas, emulando a los Luchadores por la Libertad Económica (EFF, por sus siglas en inglés), el partido sudafricano de Julius Malema. Desesperación o no por el cambio político en el país, lo que Bobi Wine representa para Museveni es una amenaza real teniendo en cuenta que los jóvenes ugandeses, muchos de los cuales están ­desempleados, constituyen un gran porcentaje del electorado activo.

Aunque finalmente lo liberaron, la detención de Wine el pasado 14 de agosto –acusado de traición– fue algo particularmente irritante porque representaba todo lo ­terrible que se ha estado manifestando ­lentamente en esta región de África del este durante los últimos cinco años. La escritora keniana Nanjala Nyabola lo puntualizaba en Twitter: «Intolerancia a la disidencia y persecución de oponentes. Castigar a los jóvenes por ser jóvenes y querer más». Pasando de la escena a las bancadas parlamentarias, el mensaje de Wine sigue siendo el mismo: denunciar la corrupción, los impuestos al uso de Internet, o el desmesurado control del Estado por Museveni.

 

La Nigeria fracasada de Falz

A menudo, prohibir una canción políticamente reivindicativa solo sirve para reforzar su mensaje. Este es el caso del rapero nigeriano Falz quien, inspirado por el audaz éxito del cantante Childish Gambino y su canción «This is America», dirigió la mirada hacia su propio país. Sin embargo, aunque la versión estadounidense provocó el debate y la aclamación cultural, la crítica de Falz a los males de Nigeria fue silenciada por un Estado avergonzado.

 

El tanzano indecente

Incluso cuando las canciones no tienen un mensaje político manifiesto, los gobiernos las pueden considerar subversivas y, bajo el pretexto de velar por los valores culturales de la nación, pueden mantener a un país bajo control. El artista más vendido de Tanzania, Diamond Platnumz, tuvo dos de sus canciones prohibidas a principios de este año y fue detenido un mes después por una publicación en las redes sociales considerada indecente por las autoridades tanzanas. El arresto momentáneo del músico más internacional del país enviaba un mensaje claro a los jóvenes del país sobre la obediencia a las estructuras de poder. Y todo en un contexto en el que el Ejecutivo de John Magufuli protagoniza una ofensiva para tratar de controlar los contenidos críticos contra él en Internet.

 

La maliense Oumou Sangaré durante una actuación en un festival solidario celebrado en Gdansk (Polonia) en 2014. Fotografía: Getty

 

Sauti Sol y la «autorreflexión»

Aun así, algunos artistas están dispuestos a traspasar la línea del mero entretenimiento y hablarles a sus seguidores de cuestiones sociales que les atañen directamente. Desde hace años, el grupo keniano Sauti Sol ha conseguido hacerse con un nombre en las pistas de bailes del país, por lo que su nombre se asocia a la fiesta. Sin embargo, hace unas semanas sintieron que ya no podían guardar más silencio sobre la corrupción y el populismo que amenazaban con hacer fracasar la cohesión en Kenia. Por este motivo han publicado la canción «Tujiangalie», que en suahili significa «mirémonos a nosotros mismos». Su letra insta a los jóvenes a dejar de pelearse en Twitter y comenzar a buscar soluciones a los problemas que afectan al país a través de la autorreflexión.

 

Malí, ejemplo de resistencia

Después del final del colonialismo, los músicos fueron utilizados para fusionar países tallados por medio de comunidades a menudo dispares. En ninguna parte fue esto más cierto que en Malí, una nación entre los mundos africano y árabe en el que la música está enredada en la trama cultural, social y política de forma muy evidente. Oumou ­Sangaré, la estrella femenina más importante del país, se hizo famosa cuando tenía poco más de 20 años con un álbum en el que abordaba cuestiones como la circuncisión femenina y los roles de las mujeres en la sociedad tradicional. Su relevo lo ha aceptado ­Fatoumata Diawara, que ha enarbolado una cruzada contra el yihadismo en su país a través de la música y como símbolo de unidad.

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