«Nadie nace siendo terrorista»

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Achaleke Christian Leke, Premio Mundo Negro a la Fraternidad 2019


Dice Achaleke que el trabajo por la paz que lidera en Camerún «aún no ha empezado», pero ya han creado un programa de formación profesional para jóvenes presos y la escuela Salam, para que los menores aprendan a leer y escribir. También insiste en que «los jóvenes africanos no están dormidos», que son proveedores de soluciones de paz y no causantes de problemas. Y todo esto lo plantea desde su experiencia personal, tras haber logrado que la violencia ya no dirija su vida.

¿Quién es Achaleke Christian Leke?

Nací en Fiango Kumba, una ciudad de mi país, Camerún, conocida por la violencia. Crecer allí fue un desafío porque se convive en un sistema similar a la mafia. Era una forma de vida, cómo sobrevivíamos, la forma de pensar de cualquier joven. Pero después fui ca­paz de involucrarme en la consecución de la paz, y durante los últimos 13 años he trabajado como voluntario en varias comunidades. Me licencié en Historia en la Universidad de Buea (Came­rún) e hice un máster en Conflictos, Seguridad y Desarrollo en la Universidad de Birmingham. En la actualidad coordino el trabajo de la organi­zación Local Youth Corner (LYC), donde empecé a colaborar como actor siendo un niño, tratando los problemas de la comunidad. Así desarrollé el deseo de convertirme en activista. Soy un cons­tructor de paz que se ha hecho a sí mismo. Uti­lizo mi experiencia, la violencia en la que perdí a amigos íntimos y conocidos, viendo cómo se quemaban casas y se destruían vidas. La paz es posible, por eso trabajo con los jóvenes.

el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo
¿Cómo describiría su relación con la violencia cuando era joven?

Formaba parte de mi vida y mi comunidad es­taba estigmatizada por los problemas que gene­raba. Cuando decía que había nacido en Fiango, la gente tenía miedo y no se fiaba de mí. Era violencia de grupo, bandas… Empiezas en un grupo de amigos, nos protegemos entre noso­tros, y cuando atacan a uno el resto responde. Tenía amigos ladrones, otros que robaban ar­mas… Jamás jugábamos un partido de fútbol sin acabar peleando. Así resolvíamos los problemas, no sabíamos hacerlo de otra manera, la reconci­liación no existía. Recuerdo un día en la escuela, en 2007. Nos llamaron porque a uno de nuestros colegas le habían prendido fuego en la calle. Le vi quemándose, y la gente alrededor le humilla­ba en lugar de ayudarle. Es la realidad con la que conviví, pero supe que yo podía ser diferente.

Entonces, ¿usted formaba parte de una de estas bandas?

Sí, era lo normal. Mi grupo era el de mi vecin­dario. Éramos amigos, nos defendíamos entre nosotros. A algunos los habían expulsado de la escuela. Teníamos a nuestros padres, pero esa forma de vida hacía que nos metiéramos en problemas y que ellos no se enterasen de na­da. Intentaban controlarnos, íbamos a la iglesia los domingos, pero eso no afectaba a nuestra forma de vida, a lo que veíamos. Cuando unamigo tenía un problema, nos orga­nizábamos y lo resolvíamos. Era al­go comunitario, familiar. Cada uno defendía al otro, a veces peleábamos con palos, otras con machetes…

¿De ahí se pasaba a las armas?

No había mucho acceso a ellas, las que circulaban era sobre todo armas ligeras… Pero, sí, algunas personas en grupos más peligrosos también tenían armas.

¿Qué consecuencias tuvo para tus amigos pasar por esa niñez y adolescencia?

Algunos están en la cárcel. Eso fue lo que me inspiró para trabajar en prisiones. Cuando empecé a visi­tarlas, me di cuenta de que muchosde los prisioneros eran mis amigos, estaban involucrados en robos, ase­sinatos…, y que podía hablar con ellos porque comprendía su realidad. Algunos han muerto, otros se han unido a grupos armados. Mi misión consiste en evitar que otros jóvenes caigan en la violencia, o sacar a los que ya están en ella. La violencia es un proceso: empiezas por el nivel más bajo y vas creciendo. Nadie ha nacido siendo terrorista.

Un grupo de niños en un aula improvisada cerca de Buea. El conflicto en la Ambazonia ha provocado miles de desplazados y que miles de niños no puedan acudir a la escuela. Fotografía:K Giles Clarke / Getty

¿Cuándo siente el clic, el cambio en su cabeza?

Cuando vi al chico que habían pren­dido fuego vivo tenía 15 años. Unos días después, una familia perdió su casa en un incendio provocado por­que les habían relacionado con la muerte del miembro de un grupo musulmán. Mis padres decidieron sacarme de la ciudad y enviarme a una residencia. Allí fue cuando se produjo ese clic en mi interior. Huboun proceso, porque mientras pasaba eso yo actuaba en la escuela, hacía teatro, y me di cuenta de que los pa­dres de otros alumnos me aprecia­ban porque hacía algo bueno. Empe­cé a ser consciente de lo que ocurre cuando se hace el bien, valiéndome de mi facilidad interpretativa pa­ra comunicar ciertos valores. Fui al instituto en otra ciudad, y durante la primera semana perdí mi cartera. Alguien la recogió y me la devolvió. Nunca me había pasado nada igual: estaba todo mi dinero, no faltaba na­da. En la escuela, cuando había al­gún repunte de violencia entre los estudiantes mayores, intentaba pe­learme con ellos, pero me quedaba solo, nadie quería pelear conmigo. Y me pregunté: ¿qué está pasando? Descubrí que las cosas se podían ha­cer de otra manera, seguí haciendo teatro, me fui haciendo popular, la gente me quería.

Y ahora, cuando regresa como «embajador de paz», ¿qué reacciones encuentra?

En 2013 fue difícil porque la gente no me creía, no entendía que un jo­ven fuera voluntario o trabajara para el desarrollo de la paz. Mis amigosme decían que me había vuelto loco. Pero ahora es diferente, cuando voy todos quieren hablar conmigo, es­tar cerca de mí, algunos padres me mandan a sus hijos para que hable con ellos, muchos chicos me escri­ben por Facebook, me cuentan que tienen esperanza y se sienten me­jores. Se han dado cuenta de que la violencia no lleva a ningún lado. In­cluso con el conflicto que vivimos en la actualidad en mi país, solo unos pocos de ellos han cogido las armas y se han unido a grupos ar­mados.

¿Al intentar convencerles no corre peligro?

Me han amenazado varias veces. Hay personas que creen que lo quedigo no es correcto. Pero yo insisto en que necesitamos la paz. He reci­bido llamadas en las que me piden dinero. Han secuestrado a miem­bros de mi familia, he perdido a fa­miliares, pero como constructores de paz debemos estar preparados para enfrentarnos a estos momen­tos difíciles, eso no puede detener­me y hacer que deje de hablar de paz. Quiero lograr que digan no a la violencia.

Recuento electoral en un centro de votación de Yaundé el 9 de febrero. Fotografía: Getty

¿Cómo está protegiendo a su familia?

Soy apolítico. Sé que incluso los com­batientes quieren la paz. Saben que estoy comprometido. Los escucho, promuevo el diálogo, formo a los jó­venes, no voy nunca solo. Y les trans­mito nuestro trabajo, les hago saber que no son mala gente, que son las circunstancias las que les han hecho estar en ese lugar, y que los ayudaré siempre para que sean mejores. Mis padres emigraron a Estados Unidos en 2016: si se hubiesen quedado los habrían secuestrado o atacado. Man­tengo mi mensaje claro, y no hablo en nombre del Gobierno, de los ciu­dadanos o de Boko Haram: la paz es posible, todos necesitamos la paz, y la violencia no solucionará el problema. Y no solo hablo, sino que actúo apor­tando matrículas para las escuelas, promoviendo la justicia social. A tra­vés de este trabajo he logrado man­tenerme a salvo. Sé que algún día me secuestrarán, me detendrán por mis mensajes, pero no tengo miedo.

¿Qué cree que les impide terminar con la violencia?

No se les escucha, no ha habido un diálogo con aquellos que promue­venpromue­ven la violencia, por eso mi misión actual es formar a jóvenes para que se conviertan en mediadores que hablen con ellos. Algunos han sido abandonados por sus padres a causa de la pobreza, nadie se ha preocupa­do por su educación, por si comen o no… Nuestro trabajo es mostrarles amor sin importar lo que hayan he­cho, porque son humanos, el amor es lo que les puede ayudar. Conver­tirse en alguien mejor es lo que está haciendo que abandonen las armas.

Camerún ha celebrado elecciones legislativas y municipales en febrero. El 43 % de la población tiene menos de 15 años. ¿Cómo son y qué quieren los jóvenes?

El papel de los jóvenes en política ha sufrido un gran cambio porque ahora saben que importa que voten o no, aunque el liderazgo no cambia­rá: nuestro presidente ha ganado las elecciones varias veces. Se prevé vio­lencia durante las votaciones –la en­trevista tuvo lugar unos días antes de los comicios–, por eso tenemos un programa con la UNESCO en el que hemos formado a jóvenes por todo el país para prevenir la violencia antes, durante y después de las elecciones. Más de 1.000 jóvenes han entendido la importancia de ir a votar.

Patio de una prisión antes del encuentro entre reclusos y familiares, organizado por LYC. Fotografía: Local Youth Corner


¿Cuál es el origen de la violencia en su país?

Tenemos dos conflictos grandes y otros pequeños. Hay algo común a todos los problemas, porque lo que lleva a la gente a los conflictos está relacionado con la identidad perso­nal. También existen factores como la pobreza, el desempleo, el débil sistema de justicia. La gente siente que no están siendo respetados, que no se les proporciona los servicios que necesitan. En la zona anglófona se multiplican los mismos proble­mas. En las comunidades la gente se involucra en la violencia porque no tienen trabajo, nadie cree en ellos. Sienten que su identidad está ame­nazada, que ha sido robada. Los jó­venes luchan para conseguir trabajos dignos. No he visto a ningún joven con un buen trabajo, formado en moral y ética, cargando un arma.

¿Los esfuerzos deben concentrarse en la educación?

Sí, educación cívica. En Camerún el 70 % de la población es joven, y solo el 5 % de ellos están involucrados en algún tipo de violencia, lo que sig­nifica que hay esperanza para la paz, para el cambio. Si nuestro Gobierno, nuestras familias, nuestra sociedad, la comunidad internacional y el po­der occidental nos apoyan en un de­sarrollo sostenible, lo lograremos.

¿Qué opina de la forma en la que la comunidad internacional está o no ayudando a poner fin a la violencia?

Ayuda en algunos aspectos, pero te­nemos que actuar para que no haya que esperar a que nuestra gente sufra para que intervengan. En mi país, la comunidad internacional proporcio­na comida y refugio sobre el terreno, están ayudando a combatir a Boko Haram. Estos esfuerzos son visibles, pero hay problemas heredados de la época del colonialismo. No debemos cometer los mismos errores.

¿Lo estamos haciendo?

Algunos se han repetido, hay gobier­nos que han sido manipulados por fuerzas extranjeras, liderazgos que han sido manipulados, del mismo modo que parte del desarrollo no se ha realizado de forma adecuada por parte de las potencias extranjeras.

¿Cuál tendría que ser el papel de esa ayuda extranjera?

Deberían ser muy objetivos. Inten­tar mantenerse al margen de la po­lítica manipuladora del país y foca­lizarse en los desafíos a los que nos enfrentamos en educación, desem­pleo, cambio climático, sanidad… Debemos colaborar con los jóvenes como contraparte, no dejarlos de la­do porque son la voz del continen­te. Debe haber más colaboración, préstamos otorgados directamente, queremos ver sinceridad y amor en el trato, porque cuando tenemos problemas, Occidente también su­fre, hay más gente que se ve obliga­da a emigrar.

¿Estamos en un trato de igualdad en lo que plantea?

Sí, creo que hemos llegado a esa re­lación de igualdad porque vosotrostenéis los avances tecnológicos, pero nosotros tenemos el mercado donde vender, además de la materia prima.

Los prison-preneurs, un juego de palabras en francés que se podría traducir como «prisioneros empresarios», con los que trabajáis están en seis regiones del país. En tres años habéis alcanzado a 300 beneficiarios directos y 5.000 personas en 8 cárceles están participando. ¿Qué ha supuesto la creación del Creative Skills?

Les entrenamos, compramos los materiales, les proporcionamos algo para subsistir… pero no po­demos pagarles un sueldo porque carecemos de recursos. Les enseña­mos sobre ética, moral, educación cívica, paz, y tras unos meses les proporcionamos unos fondos para que empiecen a producir. Lo que se saca de las ventas se reinvierte en otros prisioneros. Mantenemos la esperanza de que cuando salgan de la cárcel podrán valerse por sí mismos.

¿Cómo es la vida en una cárcel de Camerún?

El Gobierno no tiene medios como en Europa, hay problemas con la co­mida, la higiene… Pero, ¿por qué no convertir la cárcel en un lugar del que se puedan obtener ingresos en lugar de solo invertir en ellos? El proceso es lento, pero ya tenemos una alfare­ría, un huerto, un gallinero, hacemos un torneo deportivo. La cárcel se ha convertido en un lugar más visible. Hay un 2 % de mujeres en las cárceles camerunesas, y en nuestro programa son 30 prison-preneuses, pero en el resto de programas asciende a 200.

¿Cuándo concluirá el trabajo del Local Youth Corner?

Cuando trabajemos en todas las cár­celes y tengamos un programa fuera de la prisión donde recibirlos cuan­do salgan. Además, espero que en mi país se gestione el desarme y la re­habilitación de antiguos combatien­tes de la Ambazonia y Boko Haram que no han ido a la cárcel. Estamos haciendo esto para aprender y pre­pararnos, para trabajar con un grupo aún más complejo de jóvenes.

¿A QUIÉN ACOMPAÑA LOCAL YOUTH CORNER?
LEONARD

«Cuando me enviaron a la cárcel, pensé que mi vida y mi familia se habían acabado. Creí que ya no había espacio para la esperanza hasta que el programa Creative Skills apareció en la cárcel central de Bamenda. Me incorporé a la granja y al invernadero, donde me formé sobre agricultura innovadora. Fue lo que me salvó la vida. Ahora que estoy fuera de la cárcel me siento muy contento porque LYC me ha incluido en el programa como educador para ayudar a otros jóvenes. De esta forma puedo compartir con mi comunidad un mensaje de paz y volver a sentirme parte de ella».



VALERY

«Hoy he logrado demostrarme que cualquier persona puede aprender habilidades en la cárcel y convertirse en alguien productivo. Solo es necesario tener la determinación de querer ese cambio. Me siento útil cuando se me encomienda, junto a mi hermana, mecanografiar un proyecto de investigación. La alegría es máxima cuando se lo entrego para acabar de organizarlo, editarlo e imprimirlo. Puedo sentir la gratitud en sus palabras cuando me abraza de forma cálida, lo que me emociona. A veces llegamos a llorar juntas, porque somos capaces de compartir un trabajo que nos llena».


JAMES

«No pensé nunca que fuera a ser capaz de producir algo con mis manos de oso. ¿Por qué debería regresar a la violencia cuando he aprendido en la cárcel cómo fabricar sandalias? Durante todo este tiempo hemos reciclado ruedas de coche para convertirlas en sandalias decoradas. Damos una segunda vida a esos materiales, convirtiéndolos en objetos útiles que vuelven a usarse y nos están permitiendo ganar un poco de dinero. Por el momento, entregamos esos beneficios al proyecto, pero cuando salga de la cárcel podré integrarme en la sociedad fabricando mis productos».


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