Navidad sin nieve

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Por P. Jesús Ruiz, desde Mongoumba (R. CENTROAFRICANA)

Ni nieve ni luces. Ni reclamos publicitarios ni lotería del Niño. Ni Papá Noel ni Reyes Magos. Ni villancicos ni turrón. Lo único en lo que asemeja la Navidad africana con la idílica Navidad española es el frío que hace por las noches y la alegría inocente de los niños con los regalos. Sí, este año he visto a muchos niños felices y contentos el día de Navidad con su regalo: una muñeca para ellas y un balón de plástico para ellos.

Cada año hacemos un maratón de misas para llegar a todos los rincones de la parroquia. Me gusta ir a los sitios más alejados y este año llegué a Ikoumba-2, en la frontera con RDC, un pueblecito de unos 200 habitantes, de los que unos 50 son católicos. Allí Olivier, el animador misionero, había preparado un belén con arcilla, aunque ni los niños ni los adultos conocían los personajes: ni Herodes, ni los Reyes…

La escuela, subvencionada por Caritas ha comenzado con tres meses de retraso. Un grupito de 20 niños va a catequesis tres veces por semana, pero apenas saben santiguarse. Michel, el responsable de la coral, ha emigrado y los monaguillos no saben qué hacer; los 20 cristianos de la comunidad no saben cómo responder en Misa. Pierre, el pigmeo fiel; Joseph, el ciego que no falta nunca; Celestine, la estéril…, y los demás. Viky, responsable de la comunidad, corre de derecha a izquierda para traerme algo de comer; el joven Ozeas, que quiere abrirse un futuro pero no lo encuentra en el pueblo; Charlotte, la recién bautizada, con tan solo 22 años ya tiene tres niños y no da abasto; los jóvenes catecúmenos que han venido a buscarme en piragua parecen niños de diez años por falta de comida, aunque ya tienen 14 y 15; Georges, el jefe del pueblo, lleva muchos años queriendo casarse pero no tiene dinero y ya se ha hecho viejo y achacoso…

Inkoumba-2 es una comunidad sin apenas fuerza, pero que seguimos manteniendo para que no se apague la llama. La fuerza de lo pequeño, Navidad. ¡Qué mejor Belén!

A las ocho, comenzamos la Misa del Gallo. Todos los jóvenes y niños del pueblo se habían dado cita. No faltaron los borrachos. Me dejé llevar por una alegría juvenil que lo invadió todo. Era Nochebuena. Emanuel, Dios con nosotros. Mucho guirigay y mucha alegría. Al terminar la Eucaristía saludé a unos y a otros y no pocos niños se acercaron a pedirme el juguete de Navidad, pero en mis arcones no había llevado más que muñecas y muñecos. No había juguetes para niños, solo había para niñas. Dieu le Grand me pidió un coche:

–No tengo coches.
–Pues un balón –me insistió.
–Tampoco tengo balones –respondí.

Los pobres niños se quedaron tristes.

Al mediodía continuamos hacia la capilla de Bassin donde celebramos el matrimonio del catequista Anicet y su mujer Ambroisine. Son todavía jóvenes, aunque llevan 23 años juntos y han tenido diez hijos, de los cuales viven siete. Fue una gran fiesta para la comunidad. Anicet y Ambroisine compartieron con la comunidad su testimonio, apoyado en la formación que les ofrecí unos cuantos días antes. Para construir una casa se necesitan cuatro pilares: la fidelidad, el amor, la oración y el perdón. Nos explicaron con ejemplos concretos de su vida qué significa para ellos ser fieles, amarse o perdonarse. Después de la boda, y antes del ofertorio, bautizamos a los dos pequeños del matrimonio, Amor de Dios y Divina. La primera de ellas, con solo cinco años estaba bien orgullosa. Divina, con dos años y medio, tenía miedo de mí y al principio lloraba.

Anicet y Ambroisine hacen una buena pareja y creo que eran el mejor ejemplo que podía haber cogido para explicar el Amor de Dios en la fiesta de Navidad. El amor humano viene de Dios, pues Dios es Amor.

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