Publicado por Gonzalo Gómez en |
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Al poco tiempo de que Nelson Mandela saliera de prisión, cuando todavía no era presidente de Sudáfrica, Ngũgĩ wa Thiong’o y él se conocieron en Johannesburgo. Hablaron dos horas sobre libros –aunque como siempre que se habla de literatura, seguro que también comentaron otras cosas–. Mandela confesó a Wa Thiong’o que él y otros prisioneros políticos habían soportado su cautiverio en Robben Island gracias a la lectura de los libros de los escritores africanos. La anécdota, contada por el propio escritor, ejemplifica bien la envergadura que el keniano atribuye a su propia tarea: «La imaginación es lo esencial del ser humano. La posibilidad de imaginar puede darle la vida a una persona», repite Ngũgĩ wa Thiong’o en el encuentro «Desplazar el centro», celebrado el 14 de mayo en una sala del Museo Reina Sofía, ante un público bien dispuesto a disfrutar de sus reflexiones y su buen humor.
Por el título del evento y los textos promocionales se adivinaba que Ngũgĩ wa Thiong’o estaba en España para hablar sobre las desigualdades entre las diferentes lenguas y culturas; para examinar prejuicios poscoloniales, empezando por los de uno mismo; para ponerle, en suma, una vacuna al eurocentrismo. Pero además, se vio en Wa Thiong’o un genuino deseo de compartir lo importante que es imaginar. «¿Que es lo que nutre la imaginación?», se preguntaba ante el público: «El arte, las novelas, la poesía…», contestaba.
Antes del encuentro, MUNDO NEGRO tuvo la oportunidad de hablar con él.
Pues quería ser un contador de historias (ríe). No, no soñaba con ser contador de historias, pero sí recuerdo que quería contarlas bien. Crecí en una comunidad en la que se contaban historias. Yo tenía cuatro madres, un padre y muchos hermanos; cada tarde nos reuníamos todos en una de las casas para contarnos historias, y yo no era muy bueno. Se me daba bien escucharlas, pero no contarlas. Lo que quería es que de mayor fuera capaz de contar bien las historias.
Le diré cuándo. Las historias en mi comunidad se contaban siempre por la tarde, pero algunos de nosotros queríamos escucharlas también durante el día. Entonces nos decían que durante el día las historias se iban de casa y desaparecían. Según ellos, las historias venían al atardecer, cuando ya se había hecho todo el trabajo. Así que fue maravilloso aprender a leer y escribir, y descubrir que podía contarme historias a mí mismo a través de los libros. ¿Ve la conexión? Podía tener un libro lleno de historias para mí incluso de día. Ya no desaparecían; se quedaban conmigo para siempre.
Lo que quise decir con eso es que quiero hacerlo lo mejor que pueda como escritor. Quiero llegar a los niveles más altos posibles. Me esfuerzo por hacer lo que sería una obra de arte perfecta. Sé que nunca llego a eso, pero lo sigo intentando. Así que, sí: mis estándares son los mismos que los de Shakespeare, Cervantes, Tolstói, Dante y todos aquellos escritores que realmente han contribuido muchísimo al crecimiento, a la expansión y a la visibilidad de sus lenguas; y que, en el proceso, han producido obras de arte que son aclamadas universalmente.
Depende… No sé muy bien cómo. En realidad, no tengo ni idea; simplemente lo hago. A lo mejor si escribiese una novela cada año lo sabría, pero no lo hago. Varias ideas pueden aparecer; algunas de ellas mueren antes de nacer, pero otras se desarrollan. Realmente depende, es una mezcla de todo. También la suerte influye en esto. Hay ideas que no soy capaz de desarrollar, pero otras siento que puedo desarrollarlas. Esas son las historias que se acaban convirtiendo en novelas, cuentos u obras de teatro.
Sí, por supuesto, la educación es todo. Lo cierto es que el sueño por una educación era más de mi madre que mío. Lo curioso de mi madre es que, como pudo ver en el libro de Sueños en tiempo de guerra, no sabía escribir ni leer. Fue ella la que me preguntó si quería ir a la escuela, la que supervisaba mis tareas… Y, como dije en el libro, me hacía preguntas y repasaba la tarea conmigo. Lo único que le importaba era saber si yo había logrado conseguir mi mejor resultado posible; y si mis notas eran las mejores, ella todavía me preguntaba: «¿Hiciste lo máximo que podías haber hecho?». Así que ella metió en mí la idea de dar lo mejor de mí mismo. Ella plantó esa idea en mi cabeza.
Sí, así fue. Estuve en una prisión de máxima seguridad de diciembre de 1977 a diciembre de 1978. Me metieron allí porque escribí una obra teatral en una lengua africana: en gikuyo, mi lengua materna. La obra se llamaba Me casaré cuando quiera, Ngaahika Ndeenda en gikuyo. Entonces me pregunté: ¿cómo puede un Gobierno africano independiente meterme en prisión por escribir en una lengua africana? Así empecé a pensar seriamente sobre las lenguas y los procesos coloniales. Fue en la cárcel cuando decidí que el inglés ya no sería más la lengua original de mi escritura, sino que sería el gikuyo. Escribí mi primera novela en esta lengua en prisión, sobre papel higiénico, Caitaani Mãtharaba-Iñi, El diablo en la cruz. La prisión para mí fue como una escuela. Y escribir se convirtió en una manera de poder sobrellevar la prisión.
Sí, voy a Kenia de vez en cuando y veo que está mucho mejor. Todavía hay problemas, pero como los que puede haber en cualquier otro país. El período de la dictadura, que fue como una pesadilla, ha pasado. La pesadilla desapareció, más o menos. Hay problemas, pero no son como los que había en los tiempos en los que yo estuve encarcelado.
Que haya muchas comunidades es bueno porque puede haber contribuciones entre las diferentes culturas y eso nos hace más fuertes. Pero aparentemente, eso también puede ser usado para dividir a la gente. El origen de esto es colonial: los británicos usaron la etnia para asegurarse de que las comunidades nunca estarían juntas para luchar contra el colonialismo. Durante el dominio colonial, los africanos no podían formar organizaciones políticas a nivel estatal, sino que tenían que ser distrito a distrito; sin embargo, los europeos sí podían formar organizaciones políticas para todo el país. A los africanos se les decía: «Vale, puedes formar una organización política en tu región». Así que uno de nuestros retos como país independiente es ver cómo podemos usar las diferentes realidades culturales para conformar y hacer más fuerte el país. Por tanto, muchas lenguas y muchas culturas son algo positivo. Todo depende de cómo usemos esa diversidad.
Como dijo, hay muchas comunidades con lenguas distintas en Kenia y el pueblo kikuyu es solo uno entre muchos. Pero hablando de los kenianos en general, son gente con mucha energía, innovadores y muy trabajadores. Juntos podemos aprovechar esas fortalezas para hacer que Kenia sea todavía un país mejor. Y si Kenia es un país mejor, podremos contribuir a que África sea un continente mejor. Y si África es mejor, contribuiremos con toda la humanidad.
¿Por qué? Por dos razones. La primera es que yo sigo siendo profesor de Lengua Inglesa y Literatura Comparada y sigo produciendo libros relacionados con mi profesión. Pero, sobre todo, es porque, por un lado, necesito tener lectores de ficción, poesía y drama; pero, por otro, también tenemos que desarrollar lectores de teoría crítica. Por crítica me refiero a teorizar sobre lo que estamos haciendo. Así que la mayoría de mis escritos en inglés siguen siendo sobre teoría o memorias, pero la mayor parte de mi trabajo, en ficción, en poesía, en drama, que es lo que hago fundamentalmente, es en gikuyo.
Creo que lo más fascinante de lo que enseño tiene que ver con las cuestiones del lenguaje. En Estados Unidos y en cualquier otro lugar en el que haya enseñado o hablado de ello, a la gente le interesa. La razón es que en muchas partes del mundo se han producido desigualdades entre las diferentes lenguas y culturas. Ya sea en España, en Noruega, Nueva Zelanda o Australia: las cuestiones del lenguaje implican a mucha gente porque lo han vivido en su propia experiencia.
No tengo rutinas. Todo lo que necesito es una idea; si tengo una idea, ella me posee y puedo escribir en cualquier parte. El problema que tengo, con toda sinceridad, es conseguir que surja una idea que se pueda desarrollar en una novela. Pero cuando la tengo me entusiasmo y puedo escribir en cualquier parte: viajando, por la mañana, por la tarde… Si la idea me posee, no hay ritual. Aunque he descubierto que si empiezo a escribir, por ejemplo en casa, en una esquina de la mesa, intento mantener esa esquina y la misma silla todo el tiempo.
Ahora mismo no tengo una idea. Tengo varias, pero no estoy desarrollando ninguna. El problema con las ideas es que, ya sabe, tienes una idea pero no siempre se desarrolla como para sustentar una novela. Pero acabo de crear mi primer libro de poemas (el rostro se le ilumina). Se llama Poemas sobre Venecia. Estuve hace dos o tres años invitado por la universidad para una estancia de tres semanas. Nunca había estado allí antes, y nunca había estado en una ciudad donde no hubiera coches ni carreteras. En vez de carreteras hay canales de agua. ¿Ha estado usted? Me fascinó. Son seis poemas que darán lugar a un pequeño libro en gikuyo, italiano e inglés. Poemas sobre Venecia… Estoy muy orgulloso (sonríe). Estoy muy orgulloso de mi poesía.
«El problema que ha tenido África en los últimos 500 años es que siempre ha estado dando sus recursos a Occidente. África debe conseguir manejar sus recursos. En otras palabras, si tú miras a África, puedes preguntar: ¿quién controla nuestro oro, nuestros diamantes, nuestro petróleo?, ¿quién controla las instituciones financieras en el país? África debe aprovechar sus propios recursos y después conectarlos con el mundo. En los nuevos mapas se ve que África puede contener toda Europa, todo el norte y sur de América, China e India. Pero los recursos del continente se han ido literalmente para ayudar a desarrollar Europa y Occidente. Así que me gustaría que los recursos africanos desarrollasen el continente. África es el eterno donante de Occidente. Pero a través de no sé exactamente qué, se ha presionado para que África sea la que necesita ayuda, cuando África es la que está dando la ayuda».
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