Nigeria: La ayuda cuestionada

This photo taken on September 15, 2016 shows a woman and her child walking through the tents of the Muna makeshift camp which houses more than 16,000 IDPs (internaly displaced people) on the outskirts of Maiduguri, Borno State, northeastern Nigeria. Aid agencies have long warned about the risk of food shortages in northeast Nigeria because of the conflict, which has killed at least 20,000 since 2009 and left more than 2.6 million homeless. In July, the United Nations said nearly 250,000 children under five could suffer from severe acute malnutrition this year in Borno state alone and one in five -- some 50,000 -- could die. / AFP / STEFAN HEUNIS (Photo credit should read STEFAN HEUNIS/AFP/Getty Images)

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¿Unas relaciones interesadas?

 

Por Gonzalo Gómez 

 

[En la imagen superior, un campo de desplazados en las afueras de Maiduguri. Uno de estos asentamientos vinculados a la violencia de Boko Haram sufrió «por error» un ataque de las Fuerzas Aéreas nigerianas. Cerca de un centenar de personas perdieron la vida]

 

Que la cooperación internacional y sus resultados acumulan sus sombras –las luces se le suponen– es un tema que por lo menos merece ser debatido. La última denuncia relevante sobre el trabajo de estas organizaciones humanitarias la ha realizado Kashim Shettima, gobernador estatal de Borno (Nigeria). Desde la zona en la que Boko Haram ha ejercido su mortífera influencia con mayor intensidad, ­Shettima ha afirmado que la mayoría de aquellas malgastan los fondos que gestionan. El mes pasado, el propio presidente de Nigeria, Muhammadu Buhari, acusó a las agencias internacionales de exagerar “deliberadamente” las crisis humanitarias y propagar un temor injustificado entre la gente para recaudar más fondos.

El gobernador de Borno fue más lejos al incidir en que muchas de ellas se aprovechan de “la agonía” del pueblo y que lo único que pretenden es ganar dinero. Según el político, solo ocho de las 126 agencias registradas en este territorio están ofreciendo una ayuda real. Aunque este tipo de declaraciones no sean demasiado inusuales, sí llama la atención que Shettima no se ha limitado a lanzar sus críticas a bulto, sino que personalizó con ejemplos de –en su opinión– buenas y malas prácticas. Así, ha eximido de culpa a organizaciones como el Comité Internacional de Cruz Roja, el Programa Mundial de Alimentos, la Organización Internacional de Migraciones o el Consejo de Refugiados de Noruega; por otra parte, ha criticado con dureza a Unicef que, según él, había comprado coches a prueba de bombas que ni siquiera habían sido estrenados.

En relación con este caso es pertinente recordar que hace unos meses un convoy de Naciones Unidas fue atacado por Boko ­Haram y varios empleados se salvaron gracias a esta medida de protección. Si bien, debe valorarse en ese contexto de carestía que un coche de esas características cuesta cerca de medio millón de euros y testigos del lugar afirman que desde que el Ejército reconquistó la zona se ven con frecuencia carros de este tipo deambulando de un lugar a otro. “No se sabe muy bien qué hacen las agencias de Naciones Unidas. Solo los vemos en llamativos todote­rrenos blancos a prueba de balas. Aparte de esto, no podemos ver el resultado de lo que hacen”, ha dicho Shettima. Junto a estas críticas, el gobernador ha añadido que estamos en una época de “posconflicto” y las agencias “deberían centrarse en la reconstrucción y la rehabilitación”. Según él, estas organizaciones se ocupan demasiado de los campos de desplazados, sobre los que “tienen fijación”.

Por desgracia, la atención –también la ­informativa– sobre estos campos estuvo más que justificada apenas unos días después de que el político realizara estas declaraciones, porque un avión del Ejército nigeriano descargó presuntamente por error sus bombas sobre un campamento de desplazados en la localidad de Rann (Borno), matando a cerca de un centenar de personas según Médicos Sin Fronteras, aunque las víctimas podrían ser más de 230 según otros testimonios locales. Fuentes del Ejército afirmaron que la ofensiva iba dirigida contra militantes de Boko Haram y que “lamentablemente” había afectado a civiles que estaban cerca y en los que no se reparó hasta después del ataque, acontecido en el momento en que los trabajadores humanitarios hacían un reparto de comida.

No es esta la primera vez que las acciones del Ejército de Nigeria –en ocasiones calificadas como desproporcionadas– acaban con la muerte de inocentes. En estos años, muchas de sus incursiones provocaron un gran rechazo en la población, hasta el punto de facilitar que jóvenes sin apenas recursos cayeran en la retórica de las promesas materiales y espirituales de Boko Haram. En las últimas semanas se han intensificado los ataques para acabar con la insurgencia yihadista, aparentemente arrinconada. Sin embargo, después de casi 20.000 asesinatos, la pesadilla no finaliza y en este tiempo se han producido nuevos atentados con decenas de muertos. Hace unos días se tuvo noticia de un ataque al mismo campamento de Rann, esta vez perpetrado por Boko Haram, que con más de 100 combatientes aprovechó la debilidad provocada por el error militar.

Le parezca o no exagerado al presidente nigeriano, Naciones Unidas advirtió de que más de cinco millones de personas afrontan una grave escasez de alimentos, por tercer año consecutivo, en la zona de influencia de Boko Haram y ha realizado una petición de ayuda para evitar que 100.000 personas se arriesguen a perder su vida en los próximos meses. Médicos Sin Fronteras reconoció estar sobrepasando en ocasiones sus atribuciones médicas ante la situación de necesidad. Lo cierto es que todo esto sucede mientras en Maidiguri se libra una lucha para encontrar habitaciones de hotel, llenas de personal de organizaciones internacionales, según reconoció un corresponsal de BBC.

Ampliando el foco, pero sin alejarnos de las complejas relaciones entre comunidades locales receptoras de ayuda y donantes, en enero se publicaba el estudio más completo de cuantos se han realizado hasta la fecha sobre el cómputo de las transferencias entre los llamados países del norte y del sur. Para realizarlo se han tomado en cuenta, además de los montos totales de las ayudas oficiales al desarrollo, elementos como las inversiones financieras, los flujos comerciales, los pagos por cancelaciones de deuda, las remesas que envían los migrantes o las evasiones de capitales entre otros. El resultado es que el caudal monetario enviado cada año desde los países pobres a los ricos es casi tres veces mayor que el que se efectúa en dirección inversa. Simplificándolo: la ayuda se produce exactamente al revés de cómo pensábamos.

Volviendo al modo en el que se cristaliza la ayuda a través de la acción de organizaciones internacionales sobre el terreno, críticas como las de ­Shettima o ­Buhari, no son inhabituales, y menos en Nigeria, donde a finales de los 60, en el contexto del intento de secesión de Biafra y en medio de una brutal represión, nació la que podría considerarse la primera campaña humanitaria moderna. En ella, la agencia ginebrina Markpress fue contratada por los rebeldes para conseguir apoyos extranjeros. Su trabajo consiguió ganar para la causa a famosos y periodistas. Otra campaña mucho más reciente que trascendió a espacios mediáticos poco ocupados normalmente por la actualidad africana fue la que siguió al secuestro de las chicas de Chibok, en Borno, del que se cumplieron en enero 1.000 días.

 

 

Este artículo ha sido publicado en el número de febrero de la revista Mundo Negro.

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