Pepa Torres: «El paradigma de lo humano no es ser blanco, varón y occidental»

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Pertenece a las Apostólicas del Corazón de Jesús, es profesora de Teología y vive en comunidad  con una dominica y una laica en un piso de Lavapiés (Madrid). Desde allí han creado una red en la que se encuentran personas de diferentes orígenes comprometidas con los derechos humanos y sociales.

 

 

 

¿Qué es la Red Interlavapiés?

Desde esta pequeña célula de mujeres que vivimos aquí juntas hemos ido tejiendo un espacio donde estamos gente cristiana, musulmana, no creyente, manteros, empleadas de hogar, investigadores… una red muy diversa donde  lo más importante es compartir la vida, generar casa y ser una comunidad desde diferentes espiritualidades. Somos además una comunidad política, porque nuestra fe y nuestras creencias nos comprometen con el cambio social.

 

Llevas más de 10 años en Lavapiés. ¿Cómo es tu experiencia?

Es apasionante. Y a veces difícil. Vamos aprendiendo colectivamente cómo vivir y qué hacer en cada situación, desde las diferentes culturas de las que venimos. Es un lugar de creatividad, de fuerza, de solidaridad y también del sufrimiento que tiene que ver con la violencia y con la injusticia que lleva a que muchas personas no sean reconocidas como tales: xenofobia, racismo, islamofobia… Pero junto a eso encontramos la alegría y la esperanza. Hemos llegado a un nivel de confianza mutua en el que nos encontramos desde nuestras diferentes espiritualidades y religiones. Nos juntamos a rezar musulmanes, cristianos y gente no creyente que está en búsqueda. Compartimos los acontecimientos de nuestra vida, preocupaciones como un juicio por manta o alegrías como el nacimiento de un nieto, que una hija se casa, que finalmente alguien consigue papeles o reagrupar a su mujer. Eso nos da una complicidad y una fuerza muy poderosa a la hora de vivir en lo cotidiano y afrontar las dificultades.

 

Dices que crees en un mundo donde caben muchos mundos. ¿Lavapiés podría ser una muestra de ese sueño?

Hay todavía un Lavapiés que existe y resiste. Un Lavapiés rebelde que tiene que ver con ese sueño. Un mundo donde cabe muchísima diversidad y es posible convivir. Los problemas que ahora tenemos no son de convivencia entre nosotros. Son problemas económicos, detenciones porque la gente no tiene papeles, problemas laborales o de infravivienda.

 

¿Cómo nace tu vocación religiosa?

Hace 35 años tomé la decisión de que quería vivir haciendo familia de otra manera con la gente. Soy hija de una pastoral juvenil con una apuesta claramente por lo social. Pienso en mi barrio de La Elipa y sobre todo en Tetuán, donde trabajaba como voluntaria. La droga y la pobreza de los jóvenes nos impactó. Cuando conocí la comunidad de las que hoy son mis monjas pensé que eso era lo que yo quería ser.

 

¿Por qué especial sensibilidad hacia las personas migrantes?

Los migrantes han ido apareciendo en mi vida en los barrios donde he ido viviendo como nuevos vecinos que me abren a otras perspectivas. Entrar en relación con ellos te recuerda que los blancos, los europeos, los occidentales, no somos la medida del mundo. Nos ayudan a superar esta especie de complejo que el colonialismo ha sembrado dentro de nosotros. No somos hijos únicos. El paradigma de lo humano no es ser blanco, varón y occidental. Cuando entras en relación percibes la calidad humana de sus vidas y todas las situaciones tan terribles por las que han pasado. Te recuerdan el pecado social que es muchas veces la gestión de las fronteras. Cuando estamos frente a una persona que ha cruzado tantas para llegar hasta donde estamos lo primero que tenemos que reconocer es que es una persona empoderada y resiliente que trae muchas sabidurías, las propias de su cultura más las que ha tenido que ir aprendiendo por el camino. Trae un proyecto de vida y muchas riquezas.

 

 

Pepa Torres

Pepa Torres el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

 

«Ningún ser humano es ilegal». ¿Cómo se lo explicas a quien no lo entiende?

Lo primero que refuerza esa frase es que todos somos humanos. La Tierra es de todos. Las fronteras las hemos inventado las personas, sobre todo los gobiernos y los políticos. Y eso es algo absolutamente arbitrario que no puede estar por encima de la dignidad y del derecho a la vida de las personas y los pueblos. Los derechos humanos deben estar por encima de las políticas de las fronteras.

 

Desde tu experiencia, ¿cómo se acoge al migrante?

La hospitalidad es un deber ético y también es un derecho para las personas o los pueblos a los que se les niega. Acoger tiene una dimensión personal de respeto, de ponernos en el lugar del otro, cuidando lo más posible ese intento de reciprocidad, superando los arribas y los abajos, las asimetrías que el sistema impone. Pero al mismo tiempo tiene una dimensión política. Tiene que haber leyes que favorezcan la acogida o que al menos no la impidan. En ese sentido la acogida en este país está absolutamente en crisis. Los colectivos de Lavapiés acogemos intentando que las personas sientan que este es su espacio. Es muy importante que aprendan español y potenciamos que participen en espacios donde conozcan la nueva cultura y se sientan seguros, espacios donde nosotros también aprendamos de ellos. Estamos tremendamente indignados con lo que ha hecho el Gobierno incumpliendo la política de asilo y con los Centros de Internamiento para Extranjeros (CIE). Hay mucho trabajo que hacer y hay que hacerlo mestizamente, los que hemos nacido en este país y los que convivimos en este país aunque no hayamos nacido aquí.

 

¿Cómo ves la situación de la mujer migrante?

A las mujeres migrantes hay que reconocerlas desde sus potencialidades, sus posibilidades y sus historias de vida. Cuando una mujer migrante cruza una frontera no es una víctima, es una mujer empoderada porque se atreve a hacer algo que es dificilísimo. Es una mujer con una historia, muchas veces con una formación cualificada en su país de origen, aunque luego aquí no se reconozca. Tienen mucho que aportar a la convivencia y a la vida ciudadana. Es necesario mirarlas de forma que no estigmatice, reconociendo todas sus capacidades, sus protagonismos y sus liderazgos. Tienen una situación muy precarizada económicamente, porque el nicho laboral que encuentran es el empleo doméstico, un trabajo que sigue siendo invisible, que está muy mal pagado y poco reconocido. Pero al mismo tiempo hay que reconocer y hacer visible que todas las mejoras que se han conseguido en estos últimos años en el empleo doméstico en nuestro país han sido gracias a las luchas de las mujeres migrantes, su capacidad de liderazgo y de cambio social. Otro tema terrible de las mujeres migradas es el tema de la trata. Hay que abordarlo, hay que educar, sensibilizar y denunciar. No criminalizarlas a ellas sino penalizar la trata y los intereses económicos que hay detrás.

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