¿Por qué el autogolpe en Sudán?

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Los militares retienen el poder en Sudán por temor a un Gobierno de transición liderado por civiles

Jartum (Sudán), finales de octubre. Centenares de personas caminan por las calles principales de la ciudad hasta sentarse frente al palacio presidencial en apoyo a los militares. Aquella manifestación, que según fuentes de MUNDO NEGRO fue subvencionada por el ministro de Finanzas, supuso la escenificación del apoyo de parte de la sociedad a los militares, y se convirtió en un punto de inflexión que despejaba el terreno para que estos malograran el proyecto de transición del país. Así, un golpe de Estado protagonizado por el general Abdel Fattah al-Burhan cortaba, días después, la ruta que había establecido que un ejecutivo presidido por civiles debía llevar al país hasta las urnas.

Después de las protestas, el nuevo Ejecutivo buscó legitimar su postura restituyendo al primer ministro, Abdallah Hamdock, que había sido destituido en el golpe. La contestación de buena parte del que fue su gabinete ha sido elocuente: 12 exministros, también caídos en desgracia, han rechazado el pacto renunciando simbólicamente a unos cargos que, en realidad, ya no ejercen. Para ellos, más que un acercamiento de los militares, lo que pone de manifiesto este pacto es que Hamdock se ha plegado a las demandas de los uniformados para blanquear el nuevo Gobierno. Sin embargo, no todos ven el acuerdo de formar «un Gobierno de tecnócratas y figuras independientes», que incluye Hamdok, con tanta suspicacia; la Unión Africana, por ejemplo, celebró la noticia como un «importante paso adelante» para solucionar la crisis política y volver a un orden constitucional.

En la calle, los revolucionarios convencidos de las posibilidades del proceso que había acabado con el larguísimo dominio de Al Bashir no han visto con buenos ojos ni el golpe ni los siguientes movimientos. Partidarios de retomar la senda democrática y facilitar la alternancia acordada entre militares y civiles han calcado la estrategia de sus rivales organizando una manifestación con destino final en una sentada ante el palacio presidencial. Sin embargo, la policía no ha sido tan permisiva como semanas atrás y esta vez sí ha utilizado gases lacrimógenos para dispersar la protesta. Hace unos días, un joven de 26 años murió en otra protesta y el Comité de Médicos de Sudán señaló a las Fuerzas de Seguridad sudanesas como responsables de la paliza que acabó con su vida.

Hasta aquí la actualización de la situación en Sudán. Lo que sigue es el artículo que Mohamed Mustafa envió desde Jartum a MUNDO NEGRO, publicado en nuestro número de diciembre. En él se describe la situación previa y los detalles relacionados con el golpe de Estado reciente en Sudán.




El general ­­Al-Burhan explicó en rueda de prensa, el 26 de octubre, los motivos del autogolpe de Estado. Fotografía: Ashraf Shazly / Getty. En la imagen superior, miles de sudaneses se han opuesto en la calle al golpe de Estado. En la imagen, un manifestante disfrazado de Spiderman durante una protesta en Jartum el pasado 30 de octubre. Fotografía: Mahmoud Hjaj / Getty




Por Mohamed Mustafa

El 25 de octubre, Jartum se despertó en silencio. Las calles del centro estaban desiertas. El Ejército había cerrado los puentes que atraviesan el Nilo Azul y el Nilo Blanco y comunican las ciudades de Omdurman y Bahri con la capital sudanesa. Las redes de telefonía e Internet estaban bloqueadas.

Horas más tarde, el presidente del Consejo Soberano, el general Abdel Fattah al-Burhan, anunciaba lo que ya se respiraba en el ambiente, la supresión del Gobierno y el inicio de un diálogo para formar un nuevo gabinete de tecnócratas que debería conducir la segunda parte del período de transición. Esta, según el marco constitucional, debía ser presidida por un miembro civil del citado Consejo.

La mayor parte de la población y la comunidad internacional percibió esta decisión como un golpe de Estado y un paso atrás en el proceso democratizador que el acuerdo entre el Ejército sudanés y la Plataforma para el Cambio y la Libertad (PCL) había diseñado.

Los antecedentes

El autogolpe estaba precedido por una serie de hechos que parecían parte de una estrategia bien estudiada. Algunas comunidades del este del país que se sentían excluidas por la parte civil del proceso en curso decidieron bloquear la carretera que comunica la ciudad portuaria de Port Sudan con la capital. El pan escaseó en Jartum y los precios subieron por la falta de suministros.

Otro hecho significativo que presagiaba un cambio de dinámica por parte de la cúpula militar fue la manifestación, dos semanas antes del golpe, en la que se ofrecía a los participantes 15.000 libras sudanesas (cerca de 30 euros), un paquete de botellas de agua mineral y otro de dulce de sémola de trigo. Llegaron algunos autobuses con manifestantes «subvencionados» desde diferentes partes de Sudán para apoyar la asunción de plenos poderes por parte de Al-Burhan y los militares. Mientras que otras manifestaciones en favor de la revolución que se habían dirigido al palacio presidencial habían sido rechazadas por los antidisturbios, esta encontró el camino libre, e incluso para culminarse con una sentada de varios días delante del palacio. A los manifestantes se les ofreció un triciclo motorizado para poder desplazarse e, incluso, se habilitó un escenario desde donde diferentes oradores defendían la necesidad de entregar el poder a los militares.

Miedos

Una vez que el camino estuvo allanado, el golpe fue ejecutado. Al-Burhan –según parece no involucró en la decisión a su -vicepresidente, el general Mohamed Hamdan Daglo, Hameidti– y los demás sostenedores de la operación se metían en un callejón sin más salida que perpetuarse en el poder. Si, por el contrario, se abriera paso a un nuevo Gobierno civil, tendría que condenar a los perpetradores del golpe de Estado. Entonces ¿por qué tomaron una decisión que pone en riesgo su futuro o les obligará a un exilio en caso de que cambien las tornas? Los golpistas pudieron pensar que esta solución era menos arriesgada para ellos que los vientos que podía desencadenar la transición a un civil en la presidencia del Consejo Soberano. De hecho, esto habría supuesto que el expresidente Omar Hassan al Bashir fuera enviado al Tribunal Penal Internacional de La Haya, quien podría haber empezado a desvelar indeseados secretos sobre el pasado de Al-Burhan y -Hameidti; también se habría iniciado un proceso para transferir la propiedad de diferentes compañías –incluidas las que explotan el oro– de manos militares o paramilitares al nuevo Gobierno; además, ya se había empezado a planificar la unificación de los diferentes cuerpos militares existentes –las Fuerzas Armadas Sudanesas y el Ejército de Liberación del Pueblo Sudanés, dividido a su vez en dos grupos, el Movimiento por la Igualdad y la Justicia y el Ejército de Liberación del Sudán en sus dos ramas– bajo un mando único.

¿Para defender la unidad nacional?

En su discurso en la televisión nacional, el general Al-Burhan argumentó su decisión en la necesidad de defender la unidad nacional amenazada por las divisiones existentes, situación que llevaría a una guerra civil si no se intervenía.

El analista francés Thierry Meyssan argumenta que Estados Unidos ha exacerbado las rivalidades entre comunidades sudanesas para provocar la separación de alguna región del vasto territorio del país, lo que podría dar lugar al surgimiento de un Estado «amigo» semejante a Sudán del Sur. En este sentido, uno se pregunta qué se dijeron el enviado americano, Jeffrey Feltman, y Al-Burhan en su reunión dos días antes del golpe. ¿Escondió este último sus intenciones? ¿O, por el contrario, las desveló y Feltman las bendijo aunque, después de la asonada, el Senado estadounidense lo condenara? ¿Discrepan la CIA y el Senado? Otros encuentros significativos de Al-Burhan antes de su autogolpe fueron los mantenidos el día anterior con el presidente egipcio Abdelfatah al Sisi y el Gobierno israelí. En este puzle de intereses externos hay que incluir también a Emiratos Árabes Unidos, el gran aval de Hameidti. 

La verdad va saliendo a la luz

Los días posteriores al golpe han ido desvelando la nueva dirección que Al-Burhan quiere trazar. El nuevo dictador ha sustituido por personas de ideología islamista a directores de banca, de compañías y de direcciones generales de ministerios, mientras continúa ordenando la detención de miembros de los comités de resistencia popular, y de intelectuales y funcionarios que todavía defienden el poder civil.

Al-Burhan nombró un nuevo Consejo Soberano el 11 de noviembre en el que mantiene la presidencia. Quien también sigue ocupando su puesto es el poderoso Hameidti, cosa que no ocurre con cuatro miembros de la PCL que propugnaban el traspaso del poder a manos civiles. 

Y mientras los golpistas siguen acaparando el poder, la ciudadanía se mantiene en la calle. El pasado 13 de noviembre, miles de sudaneses exigieron el regreso al proceso de transición iniciado en 2019. La respuesta de los cuerpos de seguridad provocó la muerte de, al menos, ocho personas.

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