El presidente saliente de Gambia se resiste a dejar el poder

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Por Momadou Diagne

 

Gambia es un pequeño estado que se sitúa en África occidental. Esta antigua colonia británica se encuentra absorbida por Senegal. Comparte todas sus fronteras, tanto terrestres y marítimas como aéreas, con la ex-colonia francesa. Estas fronteras artificiales son un claro ejemplo de la herencia colonial que por un lado, divide un pueblo en dos estados y por otro,  junta varios pueblos enfrentados en uno mismo. El pasado 1 de diciembre, una noticia sin precedentes nos dejó desconcertados a todos los escépticos. Un autoritario que llevaba veintidós años gobernando con mano de hierro al pequeño país de África Occidental, decidió dejar el poder de forma democrática tras perder las elecciones reconociendo públicamente su derrota. Los escépticos no  lo pudimos creer del todo hasta ver  la retransmisión televisiva en el canal estatal  GRTS (Gambian Radio and Television Services) donde el propio Yahya Jammeh llamó al presidente electo Barrow  por teléfono. Era demasiado bonito para ser verdad. Hasta aquí todo muy ejemplar, los escépticos empezamos a salir de nuestra prudente burbuja y empezamos a creérnoslo como  todos los mortales. El día 9 de diciembre, una semana tras el reconocimiento de su derrota, el ex presidente Jammeh  hace una aparición televisiva para presentarnos una sorprendente declaración. En esta intervención, rechaza los resultados surgidos de la voluntad popular y confirmados por la IEC (Independent Electoral Commission) y exige la repetición de las elecciones, porque no le beneficiaba.

 

¿Por qué Yahya Jammeh  da un giro de 180 grados  para rechazar los resultados ya aceptados?

La decisión fue meditada meticulosamente tras consultar a su entorno más cercano. Más que una iniciativa del propio Jammeh, fue de su entorno militar y dinástico. Con la reticencia del aparato militar a dejar el poder y responder por sus crímenes tarde o temprano, presionó a Jammeh para que no transfiriera al poder político pacíficamente. No es casualidad que el día antes del arrepentimiento del ex presidente  se transmitiera en directo en la televisión oficialista GRTS  una promoción de cerca de doscientos cincuenta oficiales a rangos superiores. Es evidente que ha habido facciones militares enfrentadas en torno a la decisión del antiguo mandatario pero, aun así  sigue controlando la parte más importante del Ejército. Cabe recordar que la Constitución del país establece sesenta días para la transferencia del poder, así que sustenta los poderes de facto. Pero Barrow tiene el mandato popular que por sí solo no es suficiente para hacerse con un país dirigido con mano de hierro desde hace veintidós años. La apariencia del presidente electo fue vetada en los medios estatales que siguen en las manos de la maquinaria de Jammeh. Hubo varios intentos fallidos de hacer una aparición pública en la televisión pero no fue autorizada.  Por lo tanto Barrow estaba obligado a aparecer en los medios internacionales, sobre todo senegaleses, para dirigirse a su propio pueblo, que le había elegido.

Tras un segundo recuento por la Comisión Electoral Independiente que volvió a dar el triunfo a Barrow por una margen inferior al inicial, Jammeh se disfrazó de la mismísima comisión para negar rotundamente los resultados del 1 de diciembre. Además  del aparato militar, el autoritario hizo un uso instrumentalista del factor étnico para perpetuarse en el poder.  Los diolas representan solo el 8 por ciento de la población gambiana. Sin embargo, muchos de ellos acaparan las altas esferas de las instituciones del país con la exclusión del resto. Son los que presionan a  Yahya Jammeh para aferrarse al poder como sea y  se van a resistir a abandonar sus privilegios. El régimen de Jammeh se caracteriza por numerosas violaciones a los derechos humanos, la persecución sin cese de la oposición y la tortura de cualquier sospechoso de estar en su contra. El pasado mes de abril el opositor Solo Sandeng, del partido UDP (United Democratic Party), fue torturado y hallado muerto por la policía secreta de Jammeh, NIA (National Intelligence Agency), por haberse atrevido a pedir la apertura del sistema y unas reformas electorales junto con otros miembros de la oposición. Tras el asesinato de Sandeng, la oposición salió a protestar contra lo ocurrido y varios opositores fueron detenidos. Diecinueve fueron encarcelados, entre ellos el veterano líder del UDP Ousainou Darboe. El pasado 5 de diciembre antes del arrepentimiento de Jammeh, los diecinueve activistas fueron liberados tras la victoria de Barrow.

 

 Los pecados de Adama Barrow

Adama Barrow, del UDP, es un hombre de negocios del sector inmobiliario, un inexperto en el juego político. Lidera una coalición de ocho partidos políticos de la oposición del país para desbancar al mandatario. Se ofreció a encabezar la oposición con el compromiso de dirigir la transición política durante tres años para luego  dar paso a los partidos políticos tradicionales. Su imprudencia pensando que tendría el poder tan solo teniendo las llaves le ha costado una histórica novatada. Se equivocó confundiendo la política con el  sector inmobiliario. Barrow fue candidato de consenso tras los diferentes asesinatos, encarcelamientos o inhabilitaciones de los opositores históricos con más experiencia en el juego político. Las primeras declaraciones de Barrow con los medios internacionales fueron muy tajantes contra Jammeh y su equipo. Afirmaba su intención de perseguir los crímenes  que se hayan podido cometer bajo la administración de Jammeh. También la reincorporación de Gambia en instituciones internacionales como la Corte Penal Internacional, dirigida por su compatriota Fatou Bensouda,  ex ministra de Justicia de Jammeh. Y por último, la mejora de las relaciones con el país vecino Senegal. Los tres principales dictámenes anunciados por el recién electo presidente hicieron mover las piezas al experimentado equipo de Jammeh. Lo enunciado, si fuera en un país democrático, no sería ningún escándalo, pero en un país como Gambia sí lo es. Es atreverse a cuestionar los cimientos del país tras veintidós años de dominio absoluto.

Por otra parte, la decisión de reintegrar al país a la CPI es más que cuestionable. Se trata de una institución que se encarga de juzgar mandatarios africanos de manera discriminada. Mientras que dirigentes de potencias mundiales, muchos de ellos responsables de crímenes de guerra, ni siquiera han firmado el tratado. Por lo tanto Jammeh debería responder ante la Justicia gambiana, o en su defecto africana, como el Tribunal de Justicia de la Comunidad de la CEDEAO (Comunidad Económica de los Estados de África del Oeste) o la Corte Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos.

En mi opinión, Adama Barrow y su equipo se precipitaron en anunciar sus posiciones sin contar con el control efectivo de los elementos del poder. Por supuesto, dichas decisiones son loables y más que necesarias para comenzar una nueva andadura que se basará en principios de justicia y equidad, pero el nuevo presidente electo debió esconder sus cartas hasta que llegara el momento oportuno.

La política no es como la inmobiliaria, no basta tener las llaves de la casa para tener acceso al interior, sino tener el control de la situación. En política no solo basta contar con la voluntad popular sino conquistar el poder. Por otro lado, Yahya Jammeh debe saber que nada será como antes. Dependerá de él mitigar su salida política y responder por sus actos cometidos o complicar su salida y la de su entorno político y dinástico.

 

La reacción de los actores internacionales.

Los actores externos no tardaron en reaccionar tras el giro arrepentido de Jammeh. Este fue el caso del Gobierno senegalés, el actor más implicado en la crisis debido a su cercanía e interés geoestratégico, ya que hay numerosos senegaleses viviendo y trabajando en Gambia y viceversa. Jammeh, perteneciente al mismo grupo étnico del sur de Senegal (Casamance), es uno de los principales instigadores del conflicto de Casamance, que estalló en los años ochenta. En dicho conflicto político se enfrentan el Ejército senegalés y las fuerzas rebeldes del Sur, en su mayoría diolas como Jammeh. La estabilidad de Gambia podría influir de manera determinante en la vuelta de la paz de manera definitiva en Casamance. En los años ochenta se constituyó una confederación entre los dos países para establecer una cooperación entre ambas naciones. El Gobierno senegalés hizo una declaración horas después del rechazo de los resultados por parte de Jammeh para denunciar la actitud del administrador saliente. El ejecutivo de Macky Sall  convocó de carácter urgente  una reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para tratar el problema. Las tres organizaciones internacionales competentes, (CEDEAO, Unión Africana y Naciones Unidas)  hicieron una declaración conjunta denunciando la actuación de Yahya Jammeh, pidiendo un retorno a la normalidad con la aceptación de los resultados y un llamamiento a la calma a las partes enfrentadas para evitar males mayores.

Se avecina un horizonte complejo para Senegambia. No va a haber una solución fácil que lleve a una salida pacífica de la crisis. Los actores internacionales deben optar por una salida diplomática del estancamiento empleando medidas disuasivas e inteligentes. Desde el punto de vista del derecho internacional, Yahya Jammeh sigue siendo el presidente hasta traspasar al poder a Adama Barrow en un plazo de sesenta días desde la celebración de las elecciones. Así que una intervención militar no es viable al menos a corto plazo. Y aunque lo fuera, sería muy perjudicial tanto para Gambia como para Senegal. Al final le corresponde al pueblo gambiano decidir su camino: seguir otros años más bajo humillaciones y vejaciones del autoritario Jammeh o emprender un camino nuevo e incierto. Se presenta una oportunidad inmejorable para deshacerse del paranoico Jammeh.

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