Regreso

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Da la impresión de que el arcoíris ha caído a tierra y sus franjas se han desparramado por todos los rincones. Las calles, carreteras y caminos están henchidos de toda la gama de colores imaginables: azul, verde, caqui, rosa, blanco, negro, amarillo, estampados de batik… Niñas y niños caminan envueltos en sus uniformes nuevos y relucientes. Algunos, sobre todo entre los más pequeños, son de talla mucho mayor que la necesitada. Posiblemente los padres han soñado con que el atuendo sobreviva varios cursos, pero no cabe duda de que a mitad del año se darán de bruces con la vida efímera que el uso, los juegos y las peleas otorgan a esas prendas. También deslumbran los zapatos, mochilas, botellas de agua y demás accesorios con los que los pequeños han sido equipados.

Chóferes o progenitores llevan a los más acaudalados hasta sus colegios privados. Luego pasan los que pueden pagar la tarifa de un minibús, un taxi compartido o una moto en la que, además del conductor, pueden acomodarse hasta cuatro o cinco alumnos. También los hay que disponen de una bicicleta; algo más frecuente en las zonas rurales donde es normal tener que desplazarse varios kilómetros para acceder a la educación. Pero la gran mayoría camina, incluso un par de horas, para llegar a la escuela. 

En algunas zonas, el comienzo del curso coincide con los últimos estertores de la estación de lluvias. Los ríos están crecidos, los caminos embarrados. Los menores y jóvenes caminan descalzos o se despojan de la ropa para sortear esas dificultades. Es igualmente tiempo de intensos trabajos en los campos y los alumnos, una vez que regresan a sus aldeas, deben apoyar el esfuerzo familiar. Primero llegarán los cacahuetes, luego será el maíz, el mijo o el arroz. Todos tienen que contribuir porque de ello depende la supervivencia del grupo, y de ahí también saldrá el dinero con el que pagar la matrícula y los demás materiales escolares.

La vuelta al colegio es aún más complicada en otros sitios. Los conflictos han convertido a estos centros en objetivo de milicianos, ejércitos y grupos armados. Allí se secuestra o recluta a niñas y niños para ser utilizados como soldados o se usurpan las instalaciones para destinarlas a cuarteles, campos de entrenamiento o arsenales.

También en algunos aeropuertos se agolpan estudiantes que esperan el avión que les lleve hasta sus clases. Estos visten, en su mayoría, thuabs o túnicas, con turbante o –kafiyyeh, según el destino al que se dirigen. Son cientos los que se encaminan hacia países del Golfo u Oriente Próximo a estudiar en escuelas coránicas. Se sienten privilegiados por haber sido becados y poder educarse en esos lugares lejanos. Luego, cuando regresen a sus países con sus títulos en árabe y sus conocimientos del islam, se darán cuenta de que tanto esfuerzo realizado durante años y tanta sabiduría adquirida no les proporciona ningún trabajo fuera de los muros de las mezquitas y se sumergirán en la frustración.



Imagen superior: Dos niños van al colegio en la localidad ugandesa de Iceme. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

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