República Democrática de Congo: una amarga liberación 20 años después

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El 17 del pasado mes se cumplieron 20 años del final de la dictadura de Joseph Mobutu Sese Seko que sumió a la RDC en un clima de caos e incertidumbre interna, pero también regional, durante más de 30 años. Con motivo de esta fecha analizamos en el número de mayo qué han dado de sí estas dos décadas después de Mobutu en uno de los países más ricos del mundo aunque con los niveles de pobreza más elevados.

RDC continúa inmersa en una crisis social y política

Al amanecer del 17 de mayo de 1997, los residentes de la ciudad de Kinshasa corrían excitados con hogazas de pan escoltando a la rebelión que entraba triunfante en la capital. Las imágenes de archivo de la agencia norteamericana Associated Press muestran cómo algunos adolescentes ofrecían cubos de agua a los combatientes para que se pudieran lavar. Remozar cuerpos y mentes. Lo habían conseguido: fulminar la dictadura de Joseph Mobutu Sese Seko, quien tomó el poder en 1965 y presidió un régimen nepotista impregnado de corrupción durante más de 30 años. Laurent Kabila, al frente de la columna de liberación, se autoproclamaba presidente de República Democrática de Congo (RDC) y Mobutu fallecía meses después en un hospital de Rabat a causa de un cáncer de próstata. Pero la paz no llegó.

En el apogeo de la conocida como segunda guerra del Congo (1998-2003) –que congregó al menos a seis ejércitos extranjeros y se cobró cientos de miles de vidas– Kabila fue asesinado por un niño soldado dejando paso, en enero de 2001, a su hijo Joseph Kabila, de 29 años de edad, al frente de la Jefatura del Estado. Fue elegido formalmente en 2006 en las primeras elecciones libres del país desde la independencia, en 1960, y desde entonces nunca ha conseguido tener un control efectivo, ni mucho menos unas cifras de desarrollo económico y social significativas. Según el último informe de 2016 del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la RDC tiene una tasa de pobreza del 63 por ciento y una media de ingresos por persona de 657 euros al año.

El pasado 17 de mayo se cumplían 20 años de la liberación del país de uno de los dinosaurios políticos más mediáticos del siglo XX. Una amarga celebración, ya que la incertidumbre permanece sobre una población que ronda los 80 millones en un territorio con una dimensión parecida al conjunto de Europa occidental (más de dos millones de kilómetros cuadrados).

La negativa de Kabila a dejar el cargo después de su último mandato presidencial, que acababa el pasado 19 de diciembre, ha desem­bocado en una nueva crisis política que se enmarca en un escenario con múltiples variables: asesinatos y desapariciones denunciadas por Naciones Unidas; represión en las principales ciudades del país, en especial las ubicadas en el centro y en las regiones de Kivu Norte y Sur; la oposición política asolada tras la pérdida el pasado 1 de febrero de Étienne Tshisekedi, fundador del partido UDPS (ver Mundo Negro marzo 2017, pp. 26-29); la presión prudente de la diplomacia internacional; la reducción de cascos azules de la MONUSCO aprobada el pasado 31 de marzo, la mayor operación de mantenimiento de paz de Naciones Unidas, con 16.215 militares, frente a los 19.815 en vigor hasta ahora; o el papel –de nuevo ­proactivo– de la Conferencia Episcopal Nacional de Congo (CENCO), que rompía su silencio el 21 de abril en Kinshasa criticando las últimas decisiones de Kabila.

 

Arriba, el presidente congoleño Joseph Kabila en el Palacio del Pueblo, en Kinshasa, el 5 de abril de 2017. Días después nombraba a un nuevo primer ministro, decisión que agrietaba aun más a la oposición / Fotografía Getty Images

 

La jugada del presidente

Dos semanas después de la muerte de Tshisekedi, el ministro de Presupuesto de Kabila, Pierre Kangudia, afirmó una vez más que sería difícil reunir los fondos necesarios para llevar a cabo un nuevo censo dentro del calendario establecido por la comunidad internacional para celebrar las elecciones a finales de este año. De hecho, los asesores cercanos al presidente mantienen esta tesis: de celebrarse los comicios, no será antes de 2018.

En este punto se plantean dos escenarios si las facciones de la oposición y la Jefatura del Estado no pueden ponerse de acuerdo sobre un proceso con un mínimo de legitimidad: por un lado, un levantamiento popular urbano –y sangriento– para expulsar a Kabila y, por otro, el lento colapso del Gobierno provocado por su debilidad económica y por la injerencia de las potencias regionales e internacionales que acabarán aislando al presidente y minando su autoridad. Sin embargo, hay una obviedad: hasta que cualquiera de estas tesis se confirme, Joseph Kabila continuará al frente de la nación.

A principios de abril, los obispos católicos que habían estado mediando en las conversaciones declararon que ninguna de las partes, según ellos, estaba dispuesta a hacer concesiones. Poco después, Kabila anunció que reemplazaría al líder de la oposición, ­Badibanga, como primer ministro y pidió a los partidos que nombraran a un nuevo sucesor. Muchos esperaban que Felix Tshisekedi, el hijo del viejo opositor, sería el nuevo primer ministro: un candidato de coalición que contaba con el apoyo de todo el país y de los círculos diplomáticos en Kinshasa, algo que su padre no podía reclamar. Y llegó la jugada. Sorprendentemente –o no–, el 8 de abril, Kabila nombraba a Bruno Tshibala como el primer ministro del Gobierno.

La controvertida noticia cimentó las esperanzas en el seno del UDPS, que en el mes de marzo expulsó a Tshibala por impugnar la designación de Felix Tshisekedi como sucesor de su padre. Su nombramiento como primer ministro fue un movimiento ágil que probablemente va a agrietar aún más el panorama político. Mientras tanto, Kabila ha prometido que el diálogo continuará. Si bien su disposición a negociar con la oposición en diciembre pasado parecía ofrecer la esperanza de que la nación pronto elegiría a un nuevo presidente, él mismo ha demostrado ser un estratega astuto y resistente predispuesto a cambiar las reglas cuando haga falta. El statu quo manda.

Mientras, el principal aspirante al trono, Moise Katumbi, mantiene su pugna allende las fronteras congoleñas. El que fuera gobernador de Katanga, la región más rica y próspera del país, se desmarcaba de su hasta entonces amigo y aliado Kabila anunciando en octubre de 2015 que se presentaría a las elecciones. En Kinshasa sabían de su poder y fama (es considerado el segundo hombre más poderoso de RDC después del presidente, para The Economist, y su nombre se encuentra en la lista de los 50 africanos más influyentes, según The Africa Report), por lo que los problemas comenzaron a acosarle con la apertura de dos procesos judiciales. Desde mayo de 2016 mantiene su exilio forzado entre Bruselas y París, ya que la Justicia le condenó a tres años de cárcel por un delito inmobiliario. Una espera que alimenta en su cuenta personal de Twitter, como se puede observar en esta cronología reciente: “Llamo al pueblo a la resistencia pacífica” (24 de abril); “Felicidades a Emmanuel Macron por su victoria. ¡Un buen ejemplo de democracia para RDC!” (7 de mayo); “El poder no puede hacerte perder la cabeza, pero eso requiere humildad. Por una RDC mejor que se inspire en el mensaje del Santo Padre” (13 de mayo).

20 años después de la liberación del yugo de Mobutu, la nación continúa sin experimentar una transferencia pacífica del poder desde la independencia de Bélgica en 1960.

 

[Este artículo fue publicado en el número de junio de la revista Mundo Negro. Suscripción]

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