¿Salvará el diálogo a Nigeria?

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Durante el último mes han llegado noticias que muestran un cambio de posición en el Gobierno nigeriano en su lucha contra el terrorismo. El presidente Muhammadu Buhari ha optado por dialogar con el grupo yihadista Boko Haram, en un intento de poner fin a los nuevos años de insurgencia que asolan el noroeste del país. Un conflicto que ha costado miles de vidas, ha desplazado más de dos millones y medio de sus habitantes, y ha puesto la región al borde de la hambruna.

Según el ministro de Información, Lai Mohamed, el Gobierno ha estado en contacto con los terroristas desde el pasado mes de agosto, tras el secuestro de una exploración petrolera cerca del lago Chad, y cuyo intento de rescate provocó la muerte de 37 de sus miembros. Los esfuerzos se reanudaron tras el secuestro de más de 100 niñas en la localidad de Dapchi el 19 de febrero de este año. El regreso a casa de la mayoría de ellas un mes más tarde, liberadas por los propios yihadistas, se entendió como un indicio de que estas conversaciones estaban en curso y empezaban a producir frutos. El Gobierno aseguró que no había pagado ningún rescate por ellas.

El secuestro de estas niñas fue el último eslabón de los continuos ataques que sufre la educación en la zona. Desde 2013 el grupo ha secuestrado a más de 1.000 niños, asesinado al menos a 2.295 maestros y destruido más de 1.400 escuelas en el noroeste de Nigeria según datos de UNICEF.

No es la primera ocasión en que el Ejecutivo nigeriano ha intentado negociar con los terroristas, pero esta es la primera vez que se pasa de las buenas intenciones a los hechos, según todos los indicios. Este cambio de estrategia parece indicar que Nigeria ha entendido que la opción militar, por sí sola, no pondrá fin a la insurgencia.

Desde 2009, Boko Haram ha implementado una campaña de violencia en el noreste de Nigeria. El presidente Buhari asumió el cargo en 2015 con la promesa de poner fin a la insurgencia. Desde entonces, se intensificaron las operaciones militares contra los terroristas. El ejército ha expulsado a los yihadistas de la mayoría de las ciudades e, incluso, del bosque de Sambisa, su principal bastión. Pero los insurgentes todavía llevan a cabo ataques y atentados suicidas con relativa frecuencia.

Boko Haram se ha dividido en varias facciones a lo largo de los años. La ruptura más importante ocurrió en 2016 cuando el Estado Islámico (EI) tomó la decisión de reemplazar al líder del grupo, Abubakar Shekau, por el joven Abu Musab al-Barnawi. Los terroristas habían jurado lealtad al EI en abril de 2015. Shekau ignoró la orden de dimitir, lo que originó la escisión del grupo en dos ramas: una comandada por Shekau, asentado en el bosque de Sambisa, y otra bajo el control de al-Barnawi y su lugarteniente Mamman Nur, en el área del lago Chad.

La liberación de las niñas de Dapchi ofrece pruebas de un éxito inicial de las conversaciones entre el Gobierno nigeriano y Boko Haram, lo que no está claro, hasta el momento, es con cuál de las dos facciones se está llevando a cabo la negociación.

Paralelamente a estos hechos, el presidente Buhari ha aprobado la compra de armas para el ejército de su país por valor de mil millones de dólares. La razón dada para justificar esta operación es que Nigeria corre el riesgo de convertirse en una nueva Somalia si no se toman acciones rápidas y contundentes. Junto al conflicto de Boko Haram, el país tiene que contener la creciente tensión de las regiones del Delta del Níger, donde se concentra la mayoría de la producción de petróleo, los enfrentamientos entre ganaderos y agricultores en las regiones centrales, y el aumento de crímenes y secuestros que ha experimentado Nigeria en los últimos años. A esto hay que añadir que en febrero de 2019 habrá elecciones en Nigeria y que la tensión política ha aumentado y seguirá creciendo en los próximos meses.

Esta inestabilidad también ha servido como excusa para que la presencia y despliegue del ejército haya aumentado desde que Buhari, un exmilitar, ganase las elecciones presidenciales en 2015. Cada vez más, la armada está asumiendo el papel de garantizar la seguridad ciudadana, un rol que debería de desempeñar la policía. Sin embargo, el presidente no parece confiar enteramente en este cuerpo.

Un par de semanas antes del anuncio del gran desembolso en armamento, el jefe del ejército, Tukur Buratai, confirmó la creación de dos nuevas divisiones y seis brigadas, en lo que se puede interpretar como una clara prueba del deseo del presidente de aumentar el peso de los militares.

El creciente despliegue de fuerzas militares para operaciones de seguridad interna en todo el país puede constituir una clara prueba de la disfuncionalidad de las instituciones responsables de la seguridad pública en Nigeria, especialmente de la policía.

El presidente argumenta que el nivel de criminalidad y el tipo de armas que se usan han alcanzado tal grado de sofisticación que supera la capacidad de la policía. Por eso recurre al ejército.

Un dato a tener en cuenta: al menos un tercio del personal de la fuerza de policía está asignado a proteger los llamados big men –políticos, miembros del gobierno y gente de dinero–, lo que resta mucha eficacia a este cuerpo. A esto hay que sumar que el número de policías en el país es insuficiente.

La relación entre el ejército y la policía es muy tensa. Por ejemplo, cuando en febrero las 110 niñas de Dapchi fueron secuestradas, tras una retirada de los soldados, el ejército declaró que era responsabilidad de la policía asegurar la seguridad en la zona, mientras que esta afirmó que el ejército nunca hizo un traspaso oficial del territorio.

Que el ejército asuma funciones policiales es muy preocupante. Además, surgen informaciones de que este cuerpo no es imparcial. Cada vez se alzan más voces que denuncian que el hecho de que la mayoría de las nominaciones presidenciales recaigan sobre musulmanes está provocando que las fuerzas armadas tomen partido en alguno de los conflictos que afectan al país.

La realidad es que la situación de Nigeria es crítica, pero la militarización del país no ayudará a resolver los distintos problemas. El hecho de que en el noreste se haya iniciado un diálogo muestra que es posible una vía pacífica para resolver los diferentes conflictos. La fuerza de las armas no pacificará el país, será el entendimiento y el trabajar las causas del malestar social que está detrás de estos conflictos lo que podrá aportar una paz duradera.

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