Sams’K le Jah, activista burkinés: “Los políticos deben rendir cuentas”

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Por María Rodríguez / Uagadugú (Burkina Faso)
Fotografías Getty Images

 

Sama Karim –Sams’K le Jah para los seguidores de su música– es uno de los cofundadores del movimiento Balai Citoyen, que ayudó activamente a derrocar a Blaise Compaoré en Burkina Faso. En esta entrevista para Mundo Negro habla del papel de la ciudadanía como actor en el escenario político y del final de la crisis en Gambia.

 

Sama Karim, más conocido por su nombre artístico Sams’K le Jah (1971) es músico y locutor de radio. Burkinés de origen, aunque nacido en Costa de Marfil, creció con el reggae como religión. De 2001 a 2013 ha sacado cinco discos y hoy es un conocido cantante, admirado por los jóvenes. Cuando se le pregunta por qué este género musical, Sams’K responde que para él es “lo que la Biblia al cristiano y el Corán al musulmán”, una música de vida, de justicia y de esperanza. El artista burkinés desarrolló ideas políticas muy temprano y en su juventud formó parte del movimiento Pionniers de la Révolution creado por Thomas Sankara, presidente de Burkina Faso entre 1983 y 1987. Movido por las malas prácticas políticas el rapero Smockey y él decidieron organizarse y fundar, en 2013, el movimiento ciudadano Balai Citoyen.


Viernes, 31 de octubre de 2014. Blaise Compaoré, presidente burkinés durante 27 años, dimite. Uno de los principales actores que ha contribuido a esto es el movimiento ciudadano Balai Citoyen. Si echa la vista atrás, hacia esos días en los que sucedieron tantas cosas, ¿qué le viene a la mente?

La alegría de un combate de hace tiempo que terminó con una victoria del pueblo: poner fin a los 27 años de reinado de Blaise Compaoré. También el orgullo de pertenecer a esa juventud que se ha movilizado y ha luchado, y que estaba lista para llegar hasta el último sacrificio por el cambio. En otros sitios hay gente que hace grandes sacrificios pero no llegan a buen término. Aquí tuvimos suerte, la gente salió, y hay quien perdió la vida, pero Compaoré se fue.

 

Pintada en Uagadugú contra Compaoré / Fotografía: Getty Images

 

Parece que ha pasado mucho tiempo desde entonces y, sin embargo, no hace tanto. ¿Qué ha cambiado en Burkina Faso?

El presidente ha cambiado y eso ya es algo –responde riendo–. Además, sentimos un viento de libertad en el espíritu de la gente, y eso ya es bueno. No obstante, a menudo se confunde con un exceso de libertad. La gente se ve haciendo cosas que antes no tenía el hábito de hacer, creyendo que ahora somos libres de hacer lo que queramos y, a veces, caen en actos incívicos. En el ámbito de lo político, es la primera vez que hemos celebrado elecciones sin un presidente saliente –celebradas en noviembre de 2015, resultó elegido Roch Mark Christian Kaboré–. Hubo muchos candidatos, fueron abundantes los electores que salieron a votar… Hemos tenido también la Asamblea Nacional de la Transición, que votó varias leyes para regular algunos aspectos de la política en Burkina Faso. Además, desde los tiempos de Thomas Sankara, mucha gente había olvidado Burkina, pero con la insurrección el mundo entero miró hacia nuestra tierra. Es un país que ha hecho que se hable de él otra vez, incluso de manera positiva. Aunque la gente no lo tiene verdaderamente en cuenta, es muy importante estimular el espíritu de orgullo de los burkineses.

 

¿Y qué es lo que sigue igual?

Las prácticas de algunos políticos que ya existían en la era de Blaise Compaoré. El despilfarro de los recursos del Estado y la corrupción, así como la dificultad para el pueblo de tener confianza en la Justicia. Creo que es capital que la confianza entre el pueblo y los jueces, quebrantada desde hace tiempo, pueda restablecerse. Se debe trabajar para que vuelva esa confianza pero, desgraciadamente, no es eso lo que constatamos. Personas que están implicadas en el golpe de Estado o en los asesinatos son encarceladas y luego liberadas, no hay juicios aunque la gente los espera desde hace tiempo. No sabemos lo que puede salir de esto…

 

El presidente marfileño, Alassane Ouattara, con Isaac Zida, ex primer ministro burkinés / Fotografía: Getty Images

 

Hablando de justicia, este año debe abrirse el proceso relativo al asesinato de Thomas Sankara en el que están implicados ­Blaise Compaoré y el general Gilbert Diendéré…

Seguimos esperando. Lo que es seguro es que estamos ahí para presionar. Se dice que la Justicia es una vieja dama a la que no hay que forzar demasiado, que es necesario que se tome su tiempo, pero cuando vemos a todos los autores que hay en torno al asesinato de Sankara nos decimos que si no hay presión no es seguro que los que deben gestionar esto ahora puedan hacer avanzar las cosas.

 

Retrocedamos a otras fechas muy señaladas: los días 16 y 17 de septiembre de 2015 se ­produce el intento de golpe de Estado por miembros del Régimen de Seguridad Presidencial (RSP) ¿Cómo responden en el seno de Balai ­Citoyen? ¿Cuál es su reacción ante este acontecimiento?

La reacción fue decir no de inmediato al golpe de Estado, salimos a las calles y fuimos hacia el Palacio Presidencial para exigir la liberación del presidente, el primer ministro y los otros miembros del Gobierno. La misión principal era hacer fracasar el golpe de Estado y volver a poner en marcha la Transición.

 

¿La situación sociopolítica está resuelta en Burkina Faso?

Creo que no hay un espacio donde todo esté garantizado, incluso en las democracias occidentales hay momentos bastante duros. Aquí aún se está a la expectativa, la gente espera ver que avanzamos positivamente y hay impaciencia. Si el número de impacientes supera al de pacientes habrá forzosamente movimientos. Yo no sé de qué tipo, pero si el que dirige el país no pone la presión necesaria para dar seguridades al pueblo, es probable que pueda haber aún otro movimiento.
Ahora, ¿cuál es la función de Balai Citoyen?

Somos un movimiento ciudadano y nuestra misión principal es permanecer como centinelas, atraer la atención de unos y otros sobre la gobernanza y continuar la sensibilización de los jóvenes en los barrios para que se comprometan políti­camente. Tenemos la costumbre de escuchar “No, yo no hago política”. No, es necesario hacer política sin ser forzosamente político. Si eres ciudadano tienes que tener una mirada sobre cómo está siendo gestionada tu ciudad. Quienes son elegidos para ocuparse de ello no son dioses. Como digo en una de mis canciones, el presidente, los ministros y los diputados son empleados del pueblo y deben rendir cuentas.

 

Balai Citoyen estuvo apoyado por el movimiento Y’en a marre de Senegal que consiguió que el expresidente Abdoulaye Wade no continuara en el poder. A su vez, Balai Citoyen apoya a otros movimientos, como los de República Democrática de Congo ¿Cómo surgen estas redes entre activistas de diferentes países?

Todos somos jóvenes africanos que vivimos las mismas dificultades. De Burkina, Malí, Níger, Senegal y hasta Sudáfrica. Existen desafíos de desarrollo, y quien dice desafíos de desarrollo habla también de desafíos de seguridad, es todo un conjunto. África es un continente con una gran tasa de jóvenes que sueñan y que aspiran a algo pero que, lamentablemente, ven bloqueados esos sueños por políticos que están ahí desde hace años y que no hacen nada para que eso cambie. Siendo conscientes de esta situación, los movimientos nacen de manera independiente. Pero hoy ya sabemos que si nos mantenemos aislados somos fácilmente vulnerables, mientras que si establecemos una red tendremos más fuerza, aunque de inmediato no lo consigamos. Con el tiempo esos movimientos van a crecer, cada uno en su país, y pondrán en marcha un movimiento panafricano que será muy fuerte. El trabajo de hoy es ese, ser conscientes de que organizarse es ganar y quedarse solo en un rincón no es la solución.

 

Un congoleño coloca simbólicamente un candado a un ejemplar de la Constitución del país / Fotografía: Getty Images

 

Muchos ojos están pendientes de estos movimientos. Algunos los miran con miedo, otros con entusiasmo y otros con escepticismo. ¿Qué papel puede jugar la sociedad civil en el cambio sociopolítico de África?

Una sociedad civil política debe asumir su papel, presionar y vigilar. Se dice que los dirigentes son como los niños en el recreo del colegio y es necesario vigilarlos todo el tiempo. Para nosotros es capital que los actores de la sociedad civil estén formados sobre ciertos temas (política, seguridad, medioambiente, derechos humanos, gestión de nuestros recursos…) para que se los expliquen a la población, porque se constata una ruptura entre la población y los políticos. No hay confianza. Pero actualmente tenemos la suerte de tener movimientos de la sociedad civil que tienen la confianza del pueblo. Hay especialistas en estos asuntos que generalmente se encuentran en universidades o para dar conferencias, pero la mayor parte de la gente no puede ir a esos lugares para escuchar a un especialista. No obstante, nosotros sí tenemos la posibilidad de tener formación, de informar de estos asuntos y tenemos más facilidad para acercarnos a la población. Ese fue el método en la lucha contra la modificación del artículo 37 de la Constitución –que hubiera permitido que Compaoré se presentara, de nuevo, en las elecciones de 2015 tras 27 años en el poder–. Hubo personas para convencer al pueblo de que no era oportuno que Compaoré cambiara la Carta Magna. Se tocó al pueblo y reaccionó.

 

Igual que está pasando en otras partes del mundo, las redes sociales están acercando a personas con ideas comunes, y permiten a los ciudadanos organizarse. ¿Qué importancia tienen en el cambio sociopolítico africano?

Antes, los medios de comunicación estaban monopolizados por el partido en el poder; no había más que radios y televisiones nacionales, en casos extremos pertenecientes al presidente. Pero ahora, con la llegada de las redes sociales, nadie tiene el monopolio de la información y eso hace que se haya vuelto difícil mentir al pueblo. Ahora la gente puede encontrar la información en diferentes sitios y contrastarla. No es como antes, cuando nos preguntábamos ‘¿Es verdad? ¿Es falso?’, nos respondíamos que era la radio quien lo había dicho. Ahora cuando la radio dice algo, hay gente que está allí, que lo ha grabado y que vuelca la información en las redes sociales para decir ‘No, no es así como ha ocurrido’. No obstante, existe también el peligro de que la gente pueda utilizarlas con otros fines. Como se suele decir, ‘no hay que mirar el cuchillo sino a quien lo sostiene’. Yo puedo cogerlo para cortar un limón y otro puede coger el mismo cuchillo para apuñalar.

 

Sams´K le Jah, activista burkinés. «Es necesario hacer política sin ser forzosamente político. Quienes son elegidos para ocuparse de ello no son dioses» / Fotografía: María Rodríguez

 

Estamos asistiendo, a la vez, a intentos por parte de los ciudadanos, o de la oposición, de acabar con regímenes políticos eternizados en los sillones presidenciales, pero también a fracasos, como los casos de Burundi, Congo o Gabón. ¿Son las circunstancias y el contexto de cada país los que explican estos intentos que han fracasado o hay algo que no se está haciendo bien?

Está el contexto, pero yo no estoy de acuerdo cuando dices que son fracasos. No son fracasos. La gente intenta cosas y aún no han encontrado el mecanismo ideal, pero está en marcha. De todas formas, la historia de un país no puede ir hacia atrás. En Burundi ha habido tentativas –para que el presidente Pierre Nkurunziza no se presentara a un tercer mandato en las elecciones de 2015– que aún no han funcionado, pero cuando encuentren los elementos adecuados va a funcionar. Es como en Burkina Faso. La insurrección no ha tenido lugar solo en octubre; la insurrección en Burkina comenzó en 1966 cuando los voltenses de aquella época –en aquel momento, el país se denominaba Alto Volta. Pasó a ser Burkina Faso el 4 de agosto de 1984– echaron al primer presidente, Maurice Yaméogo. Seguidamente ha habido muchos otros acontecimientos como los asesinatos de Thomas Sankara en 1987, y de Norbert Zongo –periodista burkinés– en 1998, que han hecho que la gente empiece a desarrollar estrategias de lucha durante todo ese tiempo. Así pues, la insurrección de 2014 no ha caído del cielo, era parte de un largo proceso, y eso es lo que la gente no ve. No es seguro que los países que has citado hayan conocido todo eso: el levantamiento popular de 1966, un presidente como Sankara que fue asesinado o una situación como la de Norbert Zongo. Yo pienso que en Burundi, Congo y otros, es necesario aún un poco más de paciencia y reflexionar qué estrategias seguir. Lo que ha pasado en Burkina no se puede reproducir exactamente en Camerún, Chad u otro país.

 

¿Qué opinas de la situación que se está viviendo en un país como República Democrática de Congo con Kabila?

Joseph Kabila, Pierre Nkurunziza, Paul Biya… Son numerosos pero… ¡se van a ir! Es una ley que hoy entra dentro de la lógica. Como decía, la juventud africana vive las mismas penurias y tiene también las mismas aspiraciones que el resto de los jóvenes. Ha habido momentos en los que se podía utilizar el Ejército para matar y mantenerse en el poder pero eso se ha acabado.

 

Ben Kabamba, del movimiento ciudadano Filimbi, de RDC / Fotografía: Getty Images

 

Pero continúan utilizándolo…

¡Sí! Pero, ¿por cuánto tiempo? El pueblo va a continuar la resistencia. Habrá muertos, pero el tiempo de Kabila se ha terminado.

 

¿Y qué piensa de la crisis poselec­toral que está viviendo Gambia y del exilio de Yahya Jammeh en Guinea Ecuatorial?

Con lo que hay que quedarnos es que se ha evitado la violencia dando prioridad al diálogo, y que es una demostración de que la revolución se puede continuar a través de los votos. El pueblo gambiano ha puesto de manifiesto, una vez más, que puede haber un cambio sin violencia. En África la gente está cada vez más cansada de la violencia antes o después de las elecciones. Sin embargo, se dice que ha habido acuerdos para proteger a Yahya Jammeh, algo que no podemos aceptar, porque finalmente será demasiado fácil para los dictadores matar y después conseguir acuerdos y amnistías para protegerse. Es necesario que esto pare un día y que las próximas movilizaciones se orienten hacia eso. Pero que Jammeh esté exiliado en Guinea Ecuatorial demuestra que el territorio de los dictadores es cada vez más pequeño. La juventud africana debe seguir haciendo presión para que los derechos del hombre y las reglas del juego de la democracia sean respetadas. Como decía Sankara, ahí donde no hay lucha no hay progreso.

 

Sams´K le Jah, ante la tumba de Thomas Sankara / Fotografía: Getty Images

 

La actuación de la ciudadanía en Burkina Faso se ha convertido en un ejemplo para otros países, ¿cuál es el truco del país de los hombres íntegros?

En el país de los hombres íntegros hemos tenido grandes hombres como Thomas Sankara que nos han mostrado ciertas cosas. El truco que ha hecho que los jóvenes estén dispuestos a ir hasta el final es que han adquirido confianza y comprendido que su futuro no se encuentra en Europa o Estados Unidos. Antes, todo el mundo soñaba con ir allí, pero hoy ven en la televisión que hay más y más blancos que duermen en la calle y personas que se suicidan porque las cosas no funcionan y que esa no es la solución. ¿Qué hacer? Hay que quedarse aquí y trabajar en cambiar la situación sobre el terreno. Cuando esto es así, no hay dictadura, sea la que sea, que pueda resistirlo, porque la gente querrá su independencia. Es simplemente la sed de existir, la sed de realizarse y de ser útil lo que hace que reaccionemos así.

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