«Soy Lucy y estos son mis parientes próximos». Relato literario de la Australopithecus afarensis descubierta en 1974

CHICAGO - MARCH 07: The face of "Lucy," an Australopithecus afarensis and part of the "Evolving Planet" exhibit, is displayed at the Field Museum March 7, 2006 in Chicago, Illinois. The new exhibit, which opens to the public March 10, presents the evolution of life, taking a visitor through a four-billion-year journey. (Photo by Tim Boyle/Getty Images)

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Por P. Juan González Núñez

 

En el mes de mayo pasado, un conocido paleoantropólogo etíope, Yohannes Haile-Selassie, desveló la existencia de una nueva especie de homínidos o australopitecos basándose en las mandíbulas y dientes fósiles hallados, a partir de 2011, en la región de Afar, a solo 30 kilómetros de donde, en 1974, había sido hallada Lucy o Australopithecus afarensis. Yohannes dio a la nueva especie el nombre científico de Australopithecus deyiremeda, que en lengua afar se traduce como “pariente próximo”. Muchos científicos reaccionaron con cautela –si no con escepticismo– al anuncio. Dado el carácter altamente hipotético y aproximativo que envuelve todo lo referente a la evolución humana, el autor del presente artículo, aun tratando de ser fiel a los datos científicos de los que se dispone, opta por el género literario de ficción, dando la palabra a Lucy. 

 

Si por casualidad tienes la oportunidad de pasar cerca del Museo Nacional de Etiopía en Adís Abeba, no dejes de entrar y visitarme. Un letrero bien visible te dirá que Lucy te da la bienvenida. Pues yo soy la Lucy esa, la reina del museo. Apenas te adentres un poco, te encontrarás con una gran urna de cristal donde reposan mis huesos, los que encontraron, claro está. Ya te hablaré más tarde de eso. Ahora quiero presentarme un poco mejor.

Me llaman simplemente Lucy, sin apellido. El nombre me lo pusieron un antropólogo americano, Donald Johanson, y su equipo cuando me encontraron en el año 1974 mientras hacían excavaciones buscando restos fósiles. Como en aquel año estaba de moda la canción de los Beatles Lucy in the sky with diamonds y la oían con frecuencia en el campamento, no se les ocurrió otra cosa que llamarme así. Tengo otros nombres; uno es el nombre serio, el que figuraría en mi pasaporte, si lo tuviera. Es un nombre en código: A.L. 288-1. Suena algo así como una cuenta secreta en un banco suizo. Por supuesto, mis compatriotas etíopes no se conformaron con un nombre inglés y me pusieron uno etíope. Deberían haberme llamado Berhanesh, si quisieran traducir Lucy lo más literalmente posible. Pero optaron por llamarme Denkenesh, que quiere decir algo así como “eres un prodigio” (de hermosura, por supuesto).

No tengo apellido, he dicho, pero llevo el sobrenombre de la tribu; soy una Australopithecus afarensis. Lo de Australopithecus es algo más extenso y es común a otras tribus; pero lo de afarensis es exclusivo de la mía y se debe precisamente a mí, tan famosa soy, pues el señor Johanson ese me encontró en Afar, una región etíope cercana al mar Rojo, en el poblado de Hadar, para ser más precisos.

¿He dicho tribu? Pues dije mal, ya que no se trata de tribus, sino de especies. Es decir, lo de afarensis no es una tribu sino una especie dentro del género Australopithecus. Y eso tiene muchísima importancia. Me explico: vosotros, los que pertenecéis a la única especie Homo sapiens sapiens, tenéis muchas tribus: los batuecos 0 los vikingos, los quechuas o los kikuyus. Pero imagínate que a alguien se le ocurriera decir que su tribu es de otra especie porque tiene una capacidad craneal mayor o el ADN diferente. Se armaría una polvareda como la que se armó cuando cayó el meteorito que acabó con los dinosauros del planeta. Bueno, Hitler dijo algo así con respecto a su tribu teutónica y –como tenía armas– nadie rechistó, pero todos pensaban que andaba fuera de carril. Hubo también algún que otro hitlerito de menor calibre que quiso insinuar algo parecido, y todos se le echaron encima. Y es que vosotros sí toleráis diferencias tribales, pero no de especie, y con razón. ¿Sabes lo que significaría una variación en el ADN de la especie humana? Basta decir que, entre el ADN del sapiens sapiens y el del chimpancé hay 99 elementos en común y uno solo diferente. Y mira las consecuencias.

En cambio, entre nosotros es distinto. Los Australopithecus nos extendemos en una distancia de varios millones de años, al menos cinco, y nuestras diferencias son grandes. Por ejemplo, para decidir que los míos y yo misma éramos de la especie afarensis, examinasteis concienzudamente nuestra capacidad craneal y visteis que andábamos por encima de los 400 centímetros cúbicos (la mía era de 413), cuando la de los otros Australopithecus hasta entonces encontrados andaba muy por debajo.

 

 

Fotografía: Getty Images

Fotografía: Getty Images

Mi puesto en la escala evolutiva

Sois increíbles los sapiens sapiens. Del hallazgo de un diente, una mandíbula y un trozo de cráneo esparcidos en el tiempo y en el espacio sois capaces de construir todo un esquema evolutivo con pelos y señales. El problema es que, cuando otro señor encuentra otro diente en otra esquina, enseguida construye otro esquema descalificando al anterior. Y entonces os tiráis las picas y las paletas a la cabeza.

Vuestra curiosidad es insaciable. Queréis saber cuándo y quién fue el primer primate, es decir, cuándo se separaron de los otros mamíferos para dar origen a los primates actuales, sean gorilas o chimpancés, sean homínidos como yo, sean sapiens como vosotros. Y creéis que lo habéis encontrado en el Egyptopithecus, que vivió en el egipcio desierto de Fayum hace 32 millones de años. Era un macaquito no mayor que un gato y caminaba a cuatro patas, pero con la particularidad de que todas ellas estaban diseñadas para agarrar objetos, y tenía una capacidad craneal superior a otros animales anteriores en proporción a su peso.

Más adelante encontrasteis en Kenia otro espécimen parecido, ¡que vivió unos 15 millones de años más tarde! Era de mayor tamaño que el Egyptopithecus. Por su morfología todavía podía ser antecesor tanto del hombre como de los monos (gorilas, chimpancés…). Le pusisteis el pomposo nombre de Procónsul.

Vuestra curiosidad se centró entonces en dar con el momento en que la línea que lleva al hombre se separó de la que lleva a los monos actuales. Y os sentisteis frustrados, porque no habéis hallado ningún fósil perteneciente a ese período de diez millones de años que van desde Procónsul hasta que, desde hace unos 5 o 6 millones de años hacia acá, nos comenzasteis a encontrar a nosotros, los Australopithecus, a quienes consideráis antecesores de la especie humana. Una de las evidencias que encontrasteis fueron nuestras pisadas. En efecto, unas huellas encontradas en 1978 en Laetoli (Tanzania) eran las de alguien que, hace 3,7 millones de años caminaba erguido. Y este es el distintivo mayor que señala la marcha hacia la especie humana. Poco a poco nos fuisteis hallando a nosotros, los autores de las huellas.

 

 

Fachada del Museo Nacional de Etiopía, en Adís Abeba, donde se colocó un modelo representativo de Lucy / Fotografía: P. Juan González Núñez

Fachada del Museo Nacional de Etiopía, en Adís Abeba, donde se colocó un modelo representativo de Lucy / Fotografía: P. Juan González Núñez

Mis parientes y yo

Entre otros muchos, me encontrasteis a mí, que soy la reina de mi especie y de mi género, hablando sin remilgos ni falsas humildades, no por ningún motivo, sino porque soy el ejemplar más completo que habéis encontrado –el 40 por ciento de mi esqueleto–, lo que os permitió reconstruir mi cuerpo sin mayores dudas. Comparado a unas simples huellas, a una mandíbula, un par de dientes, un fragmento de fémur… el 40 por ciento del esqueleto es una pasada. Me habéis dado 3,2 millones de años de antigüedad. Era una hembra que medía 1,2 metros, tendría a mi muerte unos 15 o 20 años y había, probablemente, parido. Caminaba erguida y me daba “un aire” muy cercano al ser humano. Nos habéis dado a mi especie y a mí el epíteto de “grácil”. No estoy demasiado familiarizada con ese vocablo, pero me suena a algo así como si nos moviéramos de forma ágil, elegante. Como si, al caminar, casi no tocáramos el suelo. De hecho, nos gustaba trepar por los árboles.

Resultaría más que pesada si me pusiera a describir todas las especies y variantes de Australopithecus, aparte de que ni mi memoria ni mis conocimientos me lo permiten. Junto a mi especie afarensis, está el Australopithecus kadabba, que vivió dos millones de años antes que yo, el anamensis, el ramidus, el robustus… que también son anteriores a mí. De todos hay ejemplares que comparten vitrinas conmigo en este rico museo de Adís Abeba. Hemos vivido predominantemente a lo largo del valle del Rift, que va desde la región Afar, en Etiopía, hasta Mozambique, pasando por Kenia y Tanzania. A veces coincidiendo en el tiempo y en el espacio, a veces no. Pero, de entre todas las especies, los afarensis éramos los más probables candidatos a ser los antecesores del género humano.

No creas que esta llegó por las buenas, de la noche a la mañana. Le llevó dos millones de años emerger de forma clara. También el homo sapiens es un género que abarca varias especies (o, como algunos prefieren, una especie con varias subespecies). Primero hay indicios del Homo hábilis que tenía 600 centímetros cúbicos de capacidad craneal y morfológicamente no difería mucho de nosotros. Luego vino el Homo erectus, que tenía 900 centímetros cúbicos y, por fin, llegasteis los Homo sapiens sapiens, que tenéis más de 1000 y que sois la única especie (o subespecie) humana existente en el presente.

Restos del esquelto de Lucy expuestos en el Museo del Hombre de París / Fotografía: Getty Images

Restos del esquelto de Lucy expuestos en el Museo del Hombre de París / Fotografía: Getty Images

Novedades

Una noticia de última hora me ha inquietado no poco. Un etíope, paleoantropólogo él, llamado Yohannes Haile-Selassie, ha anunciado que ha descubierto una nueva especie de Australopithecus en Woranso-Mille a tan sólo 30 kilómetros de Hadar, donde fui hallada. Cuenta solo con algunos trozos de mandíbula y unos cuantos dientes, pero mantiene que son suficientemente distintos como para hablar de una especie nueva, diferente del afarensis. Los dientes, por ejemplo –argumenta–, tienen una capa de esmalte más gruesa, lo que quiere decir que tenían otro tipo de alimentación. El Yohannes ese dio a esta especie el nombre de Australopithecus deyiremeda, que en lengua afar significaría “pariente próximo”, refiriéndose, claro está, a la proximidad conmigo y mi especie. El deyiremeda viviría por los mismos lugares y fechas que nosotros.

Digo que me inquietó porque hasta ahora los afarensis éramos los Australopithecus mejor situados para proclamarnos los ascendientes directos de los humanos. Y de pronto nos surge un competidor. Por eso me alegraría, confieso mis celos, si los otros antropólogos hicieran poco caso de lo que dice el señor Yohannes y despachasen con desdén su anuncio. Sé ya que algunos se le han opuesto frontalmente y otros simplemente reaccionaron con cautela. Pero si la verdad es esa y hay que admitirla… que así sea.

¿Es que estoy obsesionada por sentirme cercana a vuestro club de los sapiens sapiens? ¡Qué pregunta tan difícil de contestar! Así, de golpe, diría que me gustaría. Habéis hecho cosas tan maravillosas… Sería también cuestión de agradecimiento. Si yo soy la reina del museo donde descanso es gracias a vosotros, que me habéis rescatado de mi tumba anónima perdida en las arenas del desierto de Afar y me habéis traído hasta aquí. Pero luego me entran miedos. Desde mi urna en el museo, soy capaz de percibir las ondas de vuestro cerebro. Está siempre en ebullición, como una olla a presión, siempre maquinando planes, algunos de los cuales son simplemente horribles.

No voy a mentir negando que entre nosotros hubiera también violencia. Incluso pudo suceder que alguna de nuestras especies desapareciera a manos de otra. ¡Un genocidio prehumano! Pero mantengo que éramos más simples, más inmediatos, más dados a la compasión, menos retorcidos e incapaces de llegar a los límites de perversión a los que vosotros llegáis. Si alguna frustración siento por no haber sido humana, me consuelo con la probabilidad de figurar entre vuestros ancestros. Y si a veces lloro ante vuestras perversidades, otras muchas me regocijo con vuestros logros.

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