Por Donato Ndongo-Bidyogo
Aunque nos pese, los africanos nos haríamos un infinito bien asumiendo nuestras culpas por fomentar muchos de los males que padecemos. Ni fuimos el único continente colonizado, ni, tras su finalización formal, la indudable opresión extranjera puede ser el eterno cajón de sastre al cual atribuir todas nuestras miserias. Si la primera condición para que se reconozcan nuestras exigencias de libertad y dignidad es presentarnos ante el mundo como adultos responsables, parece obvio que los modos de quienes nos simbolizan desmienten tal afán, convertido en pura utopía. ¿Razonable reclamar justicia e igualdad cuando nuestros usos legitiman privilegios e impunidad?