Por Javier Fariñas Martín. Redactor jefe de Mundo Negro
Entre Nampula y Nacala los baobabs no tenían ni una sola palabra colgada de sus ramas. Cosa rara tratándose de un árbol de sus características y en un territorio, el mozambiqueño, tan olvidado como mágico. Qué menos que un puñado de palabras, en macua o en portugués, en lo alto de aquel a quien los dioses africanos tuvieron que replantar al revés, con las raíces al aire, para contener su soberbia, su orgullo de mirar por encima del ramaje al resto de los mortales. Pero nada, ni una palabra.