Temblor de tierra en Senegal

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Fue un estallido de cólera, una explosión de descontento popular como no se recuerda en Senegal. El detonante fue la detención del líder opositor Ousmane Sonko, acusado de una presunta violación por la empleada de un salón de masajes de Dakar que corresponde a la Justicia dirimir si lo es o no, pero detrás de los miles de jóvenes que tiraban piedras a la policía, saqueaban supermercados e incendiaban edificios públicos hubo mucha ira acumulada. Senegal, que se enorgullece de ser uno de los países más estables de la región, mostró que bajo la superficie hay un peligroso magma que puede agitarse en cualquier momento.

Los nueve años de gobierno de Macky Sall han mostrado la incapacidad de este régimen de convertir en progresos sociales una década dorada de crecimiento económico, con tasas de hasta el 7 %. El paro estructural y la falta de horizontes de buena parte de la juventud son un tema mayor a resolver, que se relaciona con el fracaso de un sistema educativo desconectado de la realidad laboral del país. Que miles de jóvenes sigan dispuestos a jugarse la vida en un cayuco rumbo a Canarias es la mejor expresión de esta decepción colectiva.

Si a estas fuerzas telúricas añadimos las restricciones adoptadas por la pandemia, con un duro toque de queda y restricciones a los movimientos que afectaban sobre todo al sector informal –del que depende la mayoría de los -senegaleses–, el cóctel parecía listo. Pero es que, además, el régimen de Macky Sall, como ya le ocurriera a principios de la década pasada al de Abdoulaye Wade, ha ido dando inequívocas muestras de agotamiento y deterioro de la calidad democrática. La detención de personas que se atrevieron a criticar los intentos de ilegalizar al partido PASTEF, el nepotismo o la utilización política de la Justicia eran algo más que indicios.

Cuando Sall ganó las elecciones de 2019 en primera vuelta con un 58 % de los votos manifestó su decepción a personas de su entorno. Pese a que la victoria fue rotunda, él esperaba algo más. Quizás fuera esta desconexión de la realidad, tan habitual de los gobernantes tras años en el poder, o quizás sea una equivocada estrategia de comunicación que ha trasladado la imagen de un presidente ausente –tardó cinco días en dirigirse a una nación que estuvo cerca de un alzamiento popular con las primeras disensiones incluso en las Fuerzas del Orden–, pero lo cierto es que el presidente ha sufrido un enorme desgaste.  

Frente a él está el diputado Ousmane Sonko, a quien se sigue percibiendo desde el establishment como una amenaza por su discurso rupturista que va contra la línea de flotación de la vieja política. Tras su liberación el 8 de marzo, adquirió los galones de líder de la oposición y serio aspirante a presidir el país en 2024. Queda mucho tiempo y tendrá que librar importantes batallas, la primera en los tribunales para defender su inocencia. Y el régimen, tocado pero lejos de estar hundido, tiene capacidad de maniobra para proponer un candidato que no debería ser Sall, cumplidos ya sus dos mandatos. Pero el temblor de tierra que se desató a principios de marzo e hizo saltar por los aires el escenario político senegalés tendrá aún sus réplicas.





En la imagen suprerior, Ousmane Sonko, presidente del PASTEF, comparece ante los medios de comunicación tras ser puesto en libertad el pasado 8 de marzo. Fotografía: Cherkaoui Sylvain/Getty



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