Territorio de frontera: Yibuti celebrará elecciones presidenciales en abril

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País estratégico para el control de las rutas petroleras y ambicionado por los militares, es un espacio objeto de fuertes movimientos migratorios que ha generado también el creciente negocio de la trata de seres humanos. Es también territorio de conflictos con Eritrea y Etiopía, con un importante desarrollo de infraestructuras y lugar donde se desarrollan sospechosos flujos financieros. A pesar de su tamaño, Yibuti es encrucijada de múltiples intereses.

 

Por Bruna Sironi

Traducción Gabriel RosónFotografías Nigrizia

Yibuti es el tercer país más pequeño del África continental, tras Gambia y Suazilandia. Sin embargo, se encuentra en uno de los lugares de mayor importancia geoestratégica del mundo. Está en una posición privilegiada para controlar una zona muy amplia, rica en recursos estratégicos y a caballo entre dos continentes. Encajonado entre Etiopía –que no oculta sus ambiciones de convertirse en potencia regional– y Somalia –en permanente inestabilidad, en gran parte debido a la expansión de grupos terroristas–, tiene enfrente la península arábiga, de la que apenas le separan los 30 kilómetros del estrecho de Bab el-Mandeb. Aunque siempre ha sido relevante su importancia por ser vigía de las rutas comerciales que desde Europa, a través del mar Rojo, llegan hasta Sudamérica y Asia, su peso ha aumentado en los últimos 15 años con el deterioro de la situación regional.

Dentro de sus fronteras, Yibuti parece haber superado de un modo pragmático los problemas entre los dos grupos étnicos que forman la mayoría de la población, por una parte los somalíes del clan isa, establecidos en las regiones meridionales, y por otra, la comunidad afar, originaria de las provincias septentrionales de Tadjoura y Obock, regiones ambas necesitadas de importantes intervenciones estructurales para el desarrollo.

Después de una década de guerra civil, los afar se han asociado al poder, del que habían estado excluidos durante largo tiempo. El presidente, Ismael Omar Guelleh, que gobierna desde 1999, es el principal exponente de una importante familia somalí, mientras que el primer ministro, Abdoulkader Kamil Mohamed, que sustituyó a Dileita Mohamed Dileita en abril de 2013, es el primer afar que ocupa este puesto.

Aunque esto ha sido suficiente para acallar de algún modo la tensión entre comunidades, no la ha sometido del todo. De hecho, una facción radical afar del Frente para la Restauración de la Unidad y la Democracia (FRUD) –que en Yibuti están convencidos de que está sostenido logística y militarmente por Eritrea– todavía está activa en los valles inaccesibles de los montes Mabla en la provincia de Obock. Es esta una zona especialmente delicada en la que juegan un papel importante las reivindicaciones territoriales eritreas sobre Ras Doumeira, una pequeña península en la embocadura meridional del mar Rojo –por la que ya ha habido diversos enfrentamientos armados entre los dos países, el último en 2008– muy próxima a infraestructuras estratégicas para el desarrollo de la economía etíope, como el nuevo puerto de Tadjoura, la carretera que llegará hasta el Tigray pasando por el puesto fronterizo de Bahlo o el ferrocarril que unirá el puerto a Makallè.

 

 

Una mujer camina delante de un mural con el mapa del país.

Una mujer camina delante de un mural con el mapa del país.

 

Equilibrio e inestabilidad

Eritrea y Etiopía están enfrentadas en el Cuerno de África desde 1998, después de que una guerra de fronteras no sirviera para encontrar una solución a la negativa etíope de retirarse de unos pequeños enclaves asignados a Eritrea por una comisión internacional. Asmara ha sido acusada en diversas ocasiones de desestabilizar a sus vecinos y de fomentar conflictos contra Etiopía. El nuevo puerto de Tadjoura, incidirá de algún modo en este conflicto, ya que hará inservible el eritreo de Assad, que vivía casi exclusivamente del mercado etíope.

Esta infraestructura forma parte de un programa gubernamental que prevé la realización de puertos que apoyarán al de la capital –en la actualidad el más importante del este africano– con el objetivo de hacer del país la palanca que facilite el comercio para todos los socios del Mercado Común de los Estados de África Oriental y Austral (COMESA). Hay quien comienza a comparar ya en algunos aspectos a Yibuti con Singapur, teniendo obviamente en cuenta los proyectos a medio y largo plazo del país.

El temor de no poder controlar un territorio en el que se están haciendo enormes inversiones en infraestructuras estratégicas –no solo para el desarrollo etíope sino también para el del norte de Yibuti– ha motivado una ofensiva política, diplomática y militar en la zona. En abril del año pasado, el primer ministro visitó a la población de las zonas consideradas inseguras y envió a 25 notables para discutir con dos jefes del FRUD, Cheik Oumar y Data Yussuf. A consecuencia del fracaso de dichos encuentros, el 19 de abril de 2015 el Ejército lanzó una ofensiva que incluyó bombardeos aéreos. Para el Gobierno de Yibuti, las inversiones en Tadjoura pueden justificar poner en juego delicados equilibrios internos, construidos y consolidados con gran esfuerzo. Pero el programa de desarrollo en el país deberá contar, sin embargo, con problemas regionales que amenazan con propagarse también al pequeño y hasta ahora estable país. Si, al norte, Eritrea puede fomentar bolsas de inestabilidad, los mayores problemas podrían venir del sur, de Somalia. En Yibuti hay decenas de miles de refugiados somalíes, en gran parte en condiciones sociales y económicas deplorables, relegados a campos en zonas inhóspitas.

Aunque hasta ahora Yibuti ha sabido sacar ventaja de los problemas regionales, también podría ser contagiado por ellos. Todos desean que esto no suceda para continuar siendo una isla de estabilidad en una región tempestuosa.

Yibuti es el país del mundo con mayor número de bases militares extranjeras en proporción al territorio, en buena parte por su estratégica situación para controlar el estrecho de Bab el-Mandeb.

China es el último actor internacional que quiere ocupar parte del espacio yibutiano. Según informaba RFI a finales del pasado mes de enero, Beijing y Yibuti avanzan en la construcción de una infraestructura militar que, en teoría, debe servir como base para las operaciones del país asiático contra la piratería en el golfo de Adén, pero que sin duda apoyará también los intereses económicos chinos en el continente. Con esta base, se aseguran una presencia estratégica en África, muy cerca además de Etiopía, uno de los lugares donde las empresas chinas más están creciendo.

La más importante de las bases militares es, seguramente, la americana, Camp Lemonnier, de 400 hectáreas de extensión, la única estructura permanente de Estados Unidos en el continente. La base está operativa desde 2002, después del atentado de las Torres Gemelas, sobre el  lugar en que durante la época colonial francesa estuvo el campo militar de la Legión Extranjera. Su principal objetivo es la lucha contra el terrorismo. En mayo de 2014 renovó el alquiler por un periodo de diez años.

Francia, como antigua potencia colonial, ha mantenido en el país –incluso después de la independencia, en 1977– un importante depósito de armas y municiones y un contingente con más de 2.000 hombres; la base está dotada también de aviones militares. Desde 2011 hay además una base militar japonesa, la primera en el exterior desde el fin de la Segunda Guerra Mundial con funciones antipiratería.

Italia tiene presencia en el país desde 2013, mientras que Alemania, España e Inglaterra están en las aguas del golfo de Adén y se apoyan en Yibuti.

 

Un operario en los trabajos de construcción de la vía ferroviaria que unirá Yibuti con Adís Abeba.

Un operario en los trabajos de construcción de la vía ferroviaria que unirá Yibuti con Adís Abeba.

 

El perfil de un país

Con una extensión de 23.000 kilómetros cuadrados de territorio desértico e inhóspito, Yibuti acoge a más de 900.000 habitantes, el 60 por ciento de los cuales son de origen somalí, el 35 por ciento afar y, el resto, de origen árabe (especialmente de Yemen), etíopes, franceses e italianos, concentrados sobre todo en la capital, que cuenta con 550.000 habitantes.

La economía se basa en los servicios, especialmente los que se derivan del puerto y de los alquileres de las numerosas bases militares establecidas en el territorio. La renta per cápita anual es de 3.000 dólares, pero la disparidad entre las clases más y menos pudientes del país es enorme. Además, las inversiones destinadas al servicio de la población son muy limitadas: el 4,5 por ciento del Producto Interior Bruto se destina a educación y el 8,9 por ciento a sanidad. El acceso al agua potable es escaso en las zonas rurales, igual que la red de alcantarillado.

Por su relativa estabilidad en una de las zonas más inseguras y conflictivas del planeta, Yibuti atrae inmigrantes y refugiados de todos los países de la región, a pesar de que los índices de desarrollo humano son bajos (en 2014 ocupaba el puesto 170 entre 187 países según el informe del PNUD) y de que la tasa de desempleo se sitúa entre el 50 y el 60 por ciento de la población.

Además de los emigrantes de paso hacia la península arábiga (unos 100.000 al año, de los que el 80 por ciento son etíopes) la Agencia para los Refugiados de la ONU (ACNUR) estima en 28.850 la presencia de refugiados y demandantes de asilo en el país, la mayor parte somalíes, seguidos de etíopes y eritreos. La mayor parte reside en dos campos –Ali Addeh y Holl– a poca distancia de la frontera somalí. Una presencia especialmente problemática es la de los inmigrantes menores de edad, muchos de ellos víctimas de abusos sexuales que terminan viviendo en la calle.

La riqueza llega del mar

El trayecto que une la capital con Tadjoura, ciudad que la contempla desde la costa opuesta del golfo del que toma su nombre, está siempre abarrotado de mercancías y saturado hasta lo inverosímil. Entre los cooperantes que van al norte, los comerciantes o las familias que van a visitar a las familias que se quedaron en la aldea, son numerosos también los que se dirigen hacia los embarcaderos desde los que parten emigrantes hacia la península arábiga, meta soñada donde encontrar trabajo. Todo o casi todo, en este pequeño país, se mueve por el mar, una vía mucho más sencilla y segura que las pocas carreteras que atraviesan un territorio en buena parte desértico y poco habitado.

El puerto de Yibuti, el mayor del Cuerno de África, ha multiplicado el tráfico y sus infraestructuras desde que, hace casi 20 años, la guerra nunca acabada entre Etiopía y Eritrea aislara y dejara inservible el de Assab.

Desde cualquier enclave cercano a los muelles, a simple vista, aparece una gran extensión de contenedores y decenas de instalaciones de la terminal petrolífera. Alrededor, un panorama de rascacielos en construcción, testimonio de un desarrollo económico totalmente concentrado en la capital

Tadjoura, segundo puerto del país, ofrece un panorama muy diferente. Poco más que una aldea de callejuelas y unas pocas cabras que se protegen del sol a la sombra de las casas. Los únicos edificios dignos de atención están de cara al mar: unos pocos albergues y la misión católica. Una pequeña multitud en el puerto de atraque espera para recibir cajas de Coca-Cola, sacos y paquetes desbordantes de mercancías necesarias para la vida cotidiana y para el suministro de los pasajeros que acaban de desembarcar. Apenas la gente se desparrama, Tadjoura vuelve a recobrar el ambiente estático de los pequeños pueblos calcinados por el sol de esta parte del mundo. Muestra evidente, a simple vista, de que viven del puerto y del pequeño comercio que se desarrolla en torno a las actividades portuarias.

 

Panorámica de la entrada al puerto de la capital.

Panorámica de la entrada al puerto de la capital.

 

Sin embargo, dentro de pocos años podría cambiar totalmente el paisaje y la vida del pueblo y de sus habitantes. A un kilómetro aproximadamente del centro habitado se multiplican los trabajos para las nuevas y modernísimas instalaciones portuarias que se van a convertir en la segunda salida para el comercio etíope, después del puerto de la capital. Será también el final de una carretera y de un ferrocarril. Entre sus principales objetivos está el de facilitar la comercialización del potasio etíope, extraído en Dancalia, a poca distancia de la frontera. Cuando esté plenamente operativo el puerto, con sus actividades derivadas, deberá proporcionar trabajo a unas 2.000 personas, lo que cambiará significativamente la economía de la zona. Los jóvenes cuentan con ello, porque ahora las posibilidades de trabajo son muy limitadas.

Entre estas, con una mayor importancia cada año, está el contrabando cuando no expresamente el tráfico de inmigrantes etíopes a la península arábiga en busca de trabajo. Esta actividad está tan enraizada en el tejido económico local que ya no es percibida como ilegal. Los jóvenes pasadores –así son llamados, con un término que no tiene una connotación demasiado negativa– tienen sus lugares de encuentro en sitios que todo el mundo conoce. Uno es un pequeño restaurante cuya fachada mira al puerto. Un grupo de muchachos al atardecer anda por allí holgazaneando junto al muelle, montando motos nuevas y con el teléfono siempre en mano, que es el verdadero instrumento del oficio que le permite seguir el flujo de los emigrantes y, por supuesto, el flujo del dinero que los emigrantes tienen que hacerles llegar a los bancos informales organizados ad hoc en el pueblo.

Rutas migratorias

Pero Tadjoura es solo una de las etapas de la ruta que desde las aldeas etíopes lleva hacia la otra orilla del golfo de Adén. Es necesario llegar a Obock y luego seguir hacia el norte, hasta las playas de Godoria y Khor Angar, lo suficientemente aisladas para que las maltrechas barquichuelas puedan partir sin ser molestadas. La meta está a apenas una hora de navegación.

La carretera que conduce de Tadjoura a Obock atraviesa un paisaje lunar, tan solo moteado por pobres asentamientos de nómadas afar. Uno de los sacerdotes que trabajan en el país, el P. Mark, cuando tiene que viajar por aquella zona carga el coche con agua y comida: nunca se sabe si puede servir a alguien extenuado del viaje, que dura al menos tres semanas caminando en un ambiente nada favorable para la vida humana.

La situación de los últimos tiempos en Yemen hace todavía más difícil el tránsito. Llegados a Obock, para muchos se desvanece el sueño que los ha lanzado a emprender el viaje. Al otro lado del mar se encuentra un país en guerra. Los que lo intentan se lo oyen contar a los prófugos que llegan cada día por oleadas al pequeño puerto del pueblo. Sin embargo la mayor parte, empujada por los traficantes, decide igualmente continuar.

Las rutas migratorias que atraviesan África no se dirigen solo hacia las costas del Mediterráneo. Una de esas vías, muy frecuentada, atraviesa el mar Rojo y el golfo de Adén para alcanzar los países del petróleo, en la península arábiga. En esta ruta el puerto más importante de tránsito es  el de la capital yibutiana.

Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), cada año son al menos 100.000 las personas que se aventuran por el intrincado recorrido que lleva a los emigrantes, a través del desierto del Sahara, hasta las costas del Mediterráneo y luego hasta Europa. En 2014 se identificó a 82.680 personas y las víctimas comprobadas durante el viaje fueron 265. Nada se sabe de aquellos que no han pasado desde los campos de tránsito de la OIM, a los que de ordinario solo se dirigen los emigrantes en busca de servicios, como atención médica, informaciones o asistencia para la repatriación.

El campo de tránsito más importante en Yibuti se encuentra a las afueras de Obock, en el norte del país, la población que sirve de meta del viaje desde Etiopía y de trampolín para el que les conducirá hasta Yemen, última etapa antes de la frontera de Arabia Saudí y del soñado trabajo. Los etíopes son, al menos, el 80 por ciento de este flujo migratorio. El 20 por ciento restante lo forman somalíes y eritreos.

 

Campo de refugiados de Obock.

Campo de refugiados de Obock.

 

Impunidad

Para el que llega al otro lado de la costa del golfo de Adén no terminan los problemas. En mayo de 2015, Human Rights Watch publicó un informe con un título significativo: Los campos de tortura de Yemen. Abusos contra los emigrantes por parte de los traficantes de seres humanos en un clima de impunidad. Según este documento, la trata –bien organizada desde 2006– se sirve de una red que se extiende por Yibuti, Etiopía, Somalia y Arabia Saudí. En la costa de Yemen, según estimaciones de los funcionarios gubernamentales de este país, entrevistados para la ocasión, habría al menos una treintena de estos campos. Uno de los supervisores ha contado que fue recibido con un dramático saludo: “Bienvenido al infierno”.

El rescate de los que acaban en estos lugares cuesta desde 200 a más de 1.000 dólares, una cifra enorme para gente que procede de las zonas rurales más pobres del planeta. De hecho, para pagar el rescate, la familia se ve forzada a privarse de todos los medios de subsistencia para poder pagar esa suma. La miseria es el siguiente paso.

Aunque la situación ha empeorado con el estallido de la crisis yemení, la ruta está saturada de personas. “Parece que no hay nada que pueda detener a estos emigrantes” según Chris Horwood, coordinador del Regional Mixed Migration Secretariat (RMMS), una red de organizaciones y agencias internacionales, con sede en Nairobi, que sigue de cerca el complejo fenómeno en el Cuerno de África. El flujo habría aumentado desde que las costas libias se hicieron más peligrosas, con el riesgo de caer en las manos del autodenominado Estado Islámico o de morir en el intento de cruzar el Mediterráneo. Algunos, sin embargo, se ven forzados a volver sobre sus pasos.

A diferencia de los eritreos y somalíes –que a causa de las situaciones políticas que dejan a sus espaldas tratan de establecerse de forma definitiva en los países de llegada–, los etíopes buscan un trabajo remunerado durante algunos años para volver luego a casa y comenzar una actividad que les permita vivir dignamente. Por otra parte, para poder afrontar los ingentes gastos del viaje, muchos tienen que vender todos los bienes de la familia, por lo que la opción del fracaso no cabe en su planteamiento. Su proyecto solo puede tener éxito. Por ello, en ocasiones aceptan condiciones consideradas como intolerables. Y no nos referimos solo al viaje, que dura varias semanas a través de zonas inaccesibles e inhóspitas. Entre estos factores entra también la actuación de los traficantes, que se transforman en negreros si el dinero pactado no llega a su destino en cada una de las etapas. Es un viaje que les lleva desde Galafi, en la frontera de Yibuti, al lago Assal, en Tadjoura, y finalmente hasta las playas al norte de Obock. Después, el mar, que puede transformarse en una tumba, igual que el Mediterráneo. Una vez que han alcanzado Arabia Saudí o un Estado petrolífero del Golfo, los emigrantes, cuya mayoría pasa las fronteras de modo ilegal, tienen que hacer frente a situaciones complicadas.

 

Muchos de los migrantes que llegan o salen realizan su trayecto en barco.

Muchos de los migrantes que llegan o salen realizan su trayecto en barco.

 

En Riad, por ejemplo, está en vigor un sistema de patrocinio por el cual un saudí debe garantizar la presencia legal del trabajador en el país. Sin su acuerdo previo, este no puede ni cambiar de trabajo ni volver a su patria. Está claro que el sistema favorece la explotación y los abusos. Muchos trabajadores extranjeros pasan a la clandestinidad para evitar el control del patrocinador y de sus prácticas. También por esto, los trabajadores extranjeros en situación irregular en Arabia Saudí son cientos de miles. Respecto a ellos hubo una cierta tolerancia hasta 2013. Después, una enmienda restrictiva de la ley del trabajo ha permitido una verdadera persecución y la deportación de los que están en situacción irregular. El primer episodio ocurrió en noviembre de 2013: en dos días fueron arrestadas 20.000 personas. Según los datos difundidos por las mismas autoridades saudíes, al menos medio millón fueron deportados en 2014 y más de 300.000 solo en el primer trimestre de 2015.

Human Rights Watch llamaba la atención, en el informe Detenidos, golpeados, deportados: los abusos saudíes contra los emigrantes durante las expulsiones en masa (de mayo de 2015), sobre las violaciones de los derechos humanos en el proceso de repatriación, subrayando en particular los abusos generalizados de la Policía y el hecho de que muchos han sido deportados a países en los que la seguridad estaba en peligro. Arabia Saudí, de hecho, es una de las pocas naciones del mundo que no ha firmado la Convención Internacional sobre el Derecho de Asilo y, por ello, no aplica ninguna cláusula de protección para las personas que se quieren acoger a este derecho.

A pesar de ello, los flujos migratorios por esta ruta parece que no van a disminuir. Lo explica Chris Horwood: “Son ciertamente conscientes de que corren un riesgo. Pero las probabilidades de llegar son bastante buenas”. Aunque son objeto de gravísimos abusos, la mayoría de ellos piensa que es un precio que hay que pagar para poder asegurarse un futuro mejor.

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