Publicado por Javier Fariñas Martín en |
Compartir la entrada "«Tienen esperanza, y no lo dicen sino que lo viven»"
Una suerte de Dios. Una suerte de Dios.
Hombre, yo estoy en La Rioja. Aquí se vive muy bien, y estoy al lado de mi madre, de mis hermanos, de mis sobrinos. ¿Cuesta? Tampoco puedo decir que cueste, porque esto es lo que hay. Dios está en todos sitios. Estaba allí y tenía una parroquia, y ahora trabajo en otra parroquia. Cada una con su proceso de aprendizaje: allí cuatro años para aprender la lengua, y aquí también el tiempo necesario para ver cómo va esto. El parón por la lengua en Benín no es en realidad un parón por la lengua, es un parón de cabeza. Por qué ríen. Por qué lloran. Qué les mueve el corazón. Dónde tienen lo fundamental de la persona.
En una ocasión, durante una entrevista, dije que allí se ríen más, y en Calahorra me preguntaban si es que aquí no ríen… Allá la muerte y la vida están juntas, están pegándose. Aquí nos están obligando a creer, o nos estamos creyendo, que hay una gran distancia entre vida y muerte aunque en realidad no la hay, no la hay porque todos morimos igual. Allá, sabiendo que la muerte está tan encima todos los días, las ganas de vivir son mayores, porque sabes que la vida se te va. Ser conscientes de que la vida es un regalo que se va, te hace aprovechar la vida.
Lo de la lengua ya sabía que iba a venir y, además, es inmediato: una noche te empiezan a hablar y no sabes nada. El problema fueron las enfermedades. De los 21 primeros meses allí, estuve 14 enfermo: tifoideas, diarreas, malarias, yo qué sé… Con la lengua no vales nada, pero con lo único que te queda, que es el cuerpo, tampoco. No te queda nada.
Sí, y se produce cuando ves que esto es obra de Dios, y es obra de Dios con esa gente que me enseña, que quiere que aprenda, que tiene paciencia conmigo.
Están esperanzados. Eso, unido a la fe, provoca que cuando uno se puede desanimar y venir abajo, siempre creen en un mañana mejor y luchan por ello. Mira que hay palos y palos todos los días por enfermedades, por tragedias, por dificultades económicas…, pero ellos me han enseñado a tener mucha más esperanza.
Bueno…, ahora lo del móvil se está metiendo mucho allí también. Pero la esperanza viene por otro tema. El hecho de tener hijos, tanta juventud, es fundamental. Tienen esperanza en un mañana mejor y eso no lo dicen, sino que lo viven, es innato.
Porque pensamos que no la necesitamos. Tenemos de todo ya… ¿Esperanza de qué?, si ya tienes todo. ¿Qué me falta? Tengo los hijos que quiero, tengo trabajo, ¿qué me falta? Luego el fin de semana me voy a un sitio, me voy a otro, a otro… De vacaciones a Japón, Hawái o a China. ¿Qué más necesito yo? Pensamos que tenemos todo a mano, pero resulta que cuando suceden cosas que nos llevan la contraria decimos «esto no me lo esperaba», «esto, ¿por qué?», «¿por qué Dios se ha olvidado de mí o por qué me tiene que pasar esto a mí?». Entonces es cuando nos quedamos desnudos. Se ha perdido un poco lo trascendente. Todo es concreto.
Lo rubrico a pies juntillas. El 60 por ciento de la población de Benín tiene menos de 21 años, eso es vida. Antes era una vida con muchos más condicionantes, pero ahora la gente ya va a la escuela y tienen un acervo cultural y una visión de ir a más.
Sí, sí, es ese materialismo que nos hace ser conscientes también de que tampoco tenemos la panacea de nada… y si viene alguien de fuera igual nos lo quita, o nos recortan el trabajo, o las prestaciones sociales… No creo que al final la migración introduzca en nuestra sociedad mayores ganas de vivir, una mayor esperanza. Me extrañaría.
Benín es Cotonú, Porto Novo, Uidah, la costa, y luego el resto. Mi gente ni se lo plantea, es como si a mí me hablan de Honolulú. ¿Qué se me ha perdido a mí en Honolulú? En el sur del país hay mucha gente, la densidad de población es tremenda y las posibilidades muy pocas.
La clave es esa, porque en la zona rural hay para comer, que es lo más importante. Si tienes para comer… Luego está la cuestión tecnológica. Tener acceso a Internet es muy importante porque antes la zona rural estaba aislada, pero ahora podemos estar en Fô-Bouré, un lugar perdido en la sabana, donde no llega el asfalto ni correos, pero con acceso a todo lo que está pasando en el mundo. Y luego inculcamos a la gente joven que ellos pueden ser artífices del desarrollo de su propio pueblo, como un campo de energía solar construido por chavales de 20 años. Ya no se trata de seguir tirando de azada como hacían sus padres para ver si con suerte y un poco de agua sale algo, sino que tienen más campo. Hace falta que esa gente esté ahí. Si algo tiene esto de bueno es que lo hace la gente local: se rompe una tubería, la arreglan; se rompe un panel solar, lo arreglan; la gestión, cobrar… todo ellos. Y en cada pueblo, esa es nuestra opción, tiene que haber gente que dinamice cada pequeña comunidad, sin esperar al alcalde. El departamento de Parakou está en otra película y el Gobierno de Benín, ni te cuento.
El planteamiento es que nadie quiere migrar. ¿Yo dónde quiero estar? Con mi gente, en mi clima, con mi comida, con mis tradiciones. El que migra es por otras cuestiones, porque se le impone, algo que le obliga a hacerlo. Y cuando estás fuera lo que piensas es cómo volver. Todos necesitamos un arraigo, somos lo que somos y venimos de donde venimos. Eso es así: nadie quiere estar en España cuando es de Benín. Nadie quiere estar fuera de casa, es un trago amargo.
Compartir la entrada "«Tienen esperanza, y no lo dicen sino que lo viven»"