Tradición y modernidad

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Artistas africanos participan en una residencia creativa en Madrid


Son artistas, son jóvenes y son africanos. Pero Ntuli Phumulani, de Sudáfrica, Keli-Safia Maksud, de Tanzania, Yola Balanga, de Angola, e Hilaire Kuyangiko Balu, de República Democrática de Congo tienen otra cosa en común: los cuatro han pasado dos meses de 2019 en Madrid desarrollando y dando a conocer su obra artística.



¿De qué hablamos cuando hablamos de «arte africano»? Seguro que en bastantes ocasiones de arte tradicional africano; lo que sería congruente en estos tiempos en los que el mundo cultural debate sobre la conveniencia de desabastecer museos de herencia colonial y devolver las obras a sus legítimos dueños. Otras veces, con la mirada más corta y estereotipada, hablaríamos de esos objetos que simbolizan lo exótico, lo incontaminado, lo ancestral… Lo africano como decoración. Un souvenir. Una ficción, como poco, ignorante.

Pero hay más respuestas posibles y una de ellas nos conduce directamente al mercado del arte contemporáneo. «Decir “en África” es generalizar demasiado, pero ahora mismo hay ciudades y focos del continente donde la escena artística contemporánea es importante y de gran calidad. Por un lado se manejan los lenguajes del arte contemporáneo y, por otro, los artistas trabajan con su contexto, con su historia y su realidad política. Es una mezcla muy enriquecedora y por eso están proliferando las ferias de arte contemporáneo africano». La cita es del artista y comisario español Daniel Silvo, cuya respuesta, por la vía de los hechos, fue poner en pie un proyecto de residencias de artistas africanos en el estudio Atelier Solar, un espacio de trabajo que él mismo dirige. «Ahora mismo hay ferias sobre arte contemporáneo africano en París, Londres, Marrakech… Eso me hizo plantearme un proyecto que acercase a Madrid esta realidad porque, aunque sí que hay personas en el mundo del arte de aquí que trabajan con el arte contemporáneo africano, ese conocimiento no es algo generalizado ni mucho menos», dice Silvo.

Con esta idea, y tras obtener recursos por parte del Ayuntamiento madrileño, Atelier Solar hizo una convocatoria en el continente a través de galerías de arte, museos, embajadas, e instituciones como el Instituto Cervantes. Tras recibir las candidaturas, un jurado compuesto por los especialistas en arte africano Helena Fernandino, Marta Moriarty, Gloria Oyarzábal, Emilio Pi y Marga Sánchez evaluó las propuestas de los artistas y escogió las cuatro que consideraron más adecuadas. Los elegidos han vivido —cada uno de ellos dos meses y de manera consecutiva— y han desarrollado sus proyectos en el propio Atelier Solar; también han podido dar a conocer su obra en distintos eventos y espacios. «Buscábamos artistas jóvenes para los que la experiencia fuera significativa. El alojamiento que ofrecemos es sencillo y queríamos que la experiencia fuera muy positiva tanto para los artistas residentes, como para los otros artistas españoles que iban a poder interactuar con ellos en nuestro espacio», explica el comisario del proyecto.

El artista y comisario Daniel Silvo. Fotografía: Gonzalo Gómez



Yola Balanga

«De niña quería ser monja», dice entre risas Yola Balanga, una de las artistas que ha participado en el programa de residencias y que descubrió su vocación artística en la adolescencia. «Empecé a hacer ­performances para descubrir quién soy como persona. Con la pintura y la escultura siento que no puedo hacerlo igual porque son expresiones más cerradas, mientras que la performance está en constante cambio», explica Balanga, para la que la residencia ha supuesto un salto de «nivel y de trascendencia» en su quehacer. El trabajo de la angoleña se enfocó cuando investigó para su trabajo de fin de grado el ­tchikumbi, un ritual tradicional característico de la región de Cabinda. Al principio, Balanga se quería inspirar en él para hablar de las limitaciones corporales, mentales y profesionales de las mujeres. Cuando lo estudió más en profundidad se dio cuenta de que hoy en día se hace, tanto este ritual como otros, de una manera totalmente superficial, habiendo perdido por el camino sus vertientes «educacionales y espirituales». En el tchikumbi, las chicas que llegan a la adolescencia se encierran en una habitación para aprender a cocinar, aspectos relacionados con la crianza, tratamientos tradicionales… «Antiguamente se hacía con la aparición de la ­primera regla y a las chicas se les cortaba el pelo. Se quedaban en una casa durante meses en estado de meditación y se las pintaba con polvo y aceite de palma. Me di cuenta de que ahora las chicas están tres días en su habitación hablando con sus amigos en Facebook a través de su ­smartphone y no aprenden nada. Los rituales de iniciación antes eran precisamente eso: una entraba como adolescente y salía como mujer», explica Yola Balanga, que imita en sus actuaciones aspectos del ritual para cuestionarlo y repensarlo. En línea con este proyecto, al que ha incorporado aspectos de otros rituales durante su estancia en Atelier Solar, Balanga pretende que su arte no se quede meramente en lo bello o lo estético. «Quiero que modifique a la gente. Que haga pensar, sobre todo a otras mujeres, sobre sus actos, sus pensamientos, su vida y su espiritualidad», dice. Un ejemplo: «Una vez, después de una performance, vinieron a hablar ­conmigo unas chicas asombradas por el coraje que había tenido al cortarme el pelo; decían que ellas nunca se habrían atrevido. Eso es lo que quiero, que las personas no solo me miren sino que se cuestionen, que sientan que pueden ser como les dé la gana y proponerse desafíos. Si la finalidad es buena hay que ser capaz de romper los patrones», nos cuenta.

–¿Hacen los artistas africanos lo que esperamos que hagan como artistas africanos? –preguntamos a Daniel Silvo.

Hilaire Kuyangiko con el nkisi mangaaka, una figura tradicional que inspira parte de su obra. Fotografía: Gonzalo Gómez

–Es cierto que, por un lado, los artistas que hemos visto pasar por aquí tienen una forma de hacer acorde con el ámbito del arte contemporáneo que se entiende en cualquier sitio pero, a la vez, tratan temas relacionados con rituales de iniciación, figuras de tradición mágica, cuestiones políticas y nacionalismos de ámbito local… En ese sentido, son temas cercanos a ellos y quizá es lo que se espera. Pero tengo que decir que los tratan de una forma muy interesante y eficaz. Y si mirásemos con distancia veríamos que los artistas españoles o europeos tratan temas españoles o europeos. Durante la crisis todos los artistas estábamos trabajando con ello de una manera u otra. El ladrillo o la crisis inmobiliaria han provocado muchas obras en nuestro país. En México, los artistas hablan de desapariciones, de violencia… Los artistas africanos no fuerzan sus temas, sino que hablan de las cosas que les preocupan -dice Silvo.


Hilaire Kuyangiko Balu

También el congoleño utiliza y se inspira, para su obra, en un elemento tradicional. Se trata del nkisi mangaaka, una figura que alberga fuerzas espirituales para dar fe de los pactos y los acuerdos comerciales. «La historia de este objeto es fundamental para mi país, porque permitía el intercambio comercial entre el Reino de Congo y los países europeos durante la colonización. Los europeos explotaban los recursos y la sociedad tradicional sufría una gran presión. El nkisi mangaaka permitía tener un remedio contra el estrés cultural. Para mí, simboliza el cambio de la sociedad congoleña y en eso, precisamente, está centrado mi trabajo», cuenta el artista. Kuyangiko habla con pasión de su obra, que está orientada a la profundización crítica en el cambio de la sociedad congoleña. «El modelo consumista es el nuevo dios. Mi arte hace alusión a la ideología del sistema capitalista, que transforma el imaginario de mi país, su identidad política, social y económica. Para eso me interesa mucho la historia de mi país, el reparto de África en la conferencia de Berlín y todo esto que se simboliza en el nkisi mangaaka», dice el artista.

Para Hilaire, superhéroes como Spiderman o Hulk simbolizan el gran capital, porque muestran a personajes fuera de le ley y que llevan a cabo su propia justicia. «Podrían representar perfectamente a las multinacionales. Yo los veo como los nuevo dioses, los dioses del consumismo», explica Kuyangiko, para el que venir a Europa es importante para ayudar a traer una imagen sincera de África. «Mi trabajo lleva una imagen fresca, la del África actual, un continente en mutación», dice el creador, natural de Kinshasa, una ciudad «creativa, cosmopolita, contradictoria y caótica». «Una ciudad que se reinventa», concluye, lo que serviría para definir también su trabajo y el de cualquiera de ellos, cuya única constante es su permanente cuestionamiento. El arte, africano o no, un cambio constante.


Foto de portada: Daniel Silvo

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