Una conversación incompleta

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No se puede cuantificar el número de meteorólogos que se han ganado o perdido para la causa en los ascensores de medio mundo. Cuanto más tiempo tarda el elevador en alzarse a los cielos o descender a los infiernos, más espacio cede a la conversación sobre los rigores de las escarchas o el bochorno de las siestas caniculares. Dependiendo de la pericia, el aburrimiento o la timidez del usuario, la conversación continúa ese guion o vira hacia lares impredecibles. Política, fútbol… o silencio. Lo de siempre.

Los grilletes de la pandemia –la distancia de seguridad, la inconveniencia de respirar los aires de los otros y la precaución de no tocar lo que otros han tocado– están dejando medio vacíos estos útiles instrumentos de nuestro bienestar. Ahora, en lugar de hablar del tiempo, nos recrearíamos en si nos ponen o nos dejan de poner la vacuna de AstraZeneca, la de Pfizer o la de Janssen. «Porque esta última, según me ha dicho mi cuñado…».

Puede que incluso, entre planta y planta, alguien se atreviese a apuntar, bajito y como sin querer, que por qué nuestros dirigentes no se plantean repartir esas vacunas de más que hemos comprado entre aquellos que no tienen, «igual que Senegal, que ha donado a Gambia y Guinea-Bissau el 5 % de las que ha comprado a China».



La puerta se abre.

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